El eros y las colas parecen no llevárselas bien, al menos en Venezuela. Aunque eros y colas pudieran ser factores unitarios, unitaristas. Una buena cola puede y debe ser, lo es, muy erótica y provocadora de junturas.
Piensa uno que en las otras colas, esas a las que los venezolanos hemos tenido que habituarnos a juro, como a una calamidad en nada sobrellevable, pueden producirse algunos eventos eróticos, de roces, miradas, picadas de ojos, y, ¿por qué no? el comienzo de algún leve o profundo escarceo amoroso, partiendo de lo erótico que pudiera resultar la forma de la cola, lo espeso del calor, el sudor oloroso a erotismo líquido…
El otro Eros, el Ramazzotti, tiene una canción interesante en su deseo gritado guturalmente, como suele cantar él, de que no se repitan en televisión las cosas que ha visto. Eros canta el horror televisado de la inhumanidad, en un tema que parece dedicado a Venezuela. Sobre todo cuando menciona carrasposamente aquello de “pueblos enteros que se mueren de hambre”.
Obviamente, Ramazzotti no piensa en un rico país petrolero sudamericano en manos del chavismo acabador, monoproductor de socialismos del siglo XXI, manejado por la ineptitud avasallante, dictatorial y criminal, protectora de todo lo ajeno a la ley, a la convivencia, a la civilidad.
Las colas, nada eróticas en sí, muestran nuestras miserias más ramplonas, nuestra flojera de producir desde las empresas del estado, o sea, todas aquellas que han sido expropiadas para el exterminio; muestran nuestro deseo, para nada transmitido en televisión sino en onda real, de no seguir pasando esta hambre de ser otra cosa que esta voracidad de bachaco antes de lluvia, de cochino en chiquero matándose a dentelladas por un trozo de algo que no sabemos, como ha ocurrido y ocurre casi a diario en nuestro país.
En fin, saludo la televisión de Eros Ramazzotti y vivo, vivimos, estas colas que hemos visto, desgraciadamente. Por supuesto, no queremos que la juventud futura en otros países tenga que vernos carcomiéndonos en televisión, ni en video, ni por redes sociales, ni siquiera en las colas que he visto y padecido. Por cierto, desde el padecimiento, la cola siempre parece interminable, a pesar de aquello del mal y los cien años que no dura.