Cualquier gobierno que se respete debería trabajar denodadamente para que la gran mayoría de los venezolanos pertenezcamos a la clase media. Vengo de una familia en la que nunca hubo excesos, pero en la que siempre contamos con la satisfacción de las necesidades básicas. Nuestros padres venían de sectores populares. La democracia les abrió las puertas de la universidad gratuita y de calidad. El sólo hecho de convertirse ambos en profesionales, constituyó una oportunidad de ascenso social que se traducía en la posibilidad de tener casa –primero alquilada y luego propia a través del crédito hipotecario–, contar con vehículo para el transporte, persona que ayudara en casa, así como todas esas necesidades fisiológicas, de seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización a las que se refiere Maslow en su famosa pirámide. Siendo una familia numerosa, nuestros padres siempre trabajaron para darnos una formación adecuada en buenos centros educativos, además de formación complementaria en idiomas, deportes, arte, etc. En materia de sana utilización del tiempo libre, recuerdo que en los períodos vacacionales trabajábamos en una tienda de libros y útiles escolares, pero también aprovechábamos la oportunidad de viajar a distintos sitios de Venezuela. Cuando se trataba de viajes al exterior, debíamos turnarnos, de dos en dos porque viajar todos no era factible económicamente.
Si algún sector ha pasado por procesos calamitosos durante este régimen que ya se acerca a los 17 años, es el de la clase media. Este país está involucionando tanto, que la clase media se está empobreciendo y el sector popular se está depauperando. Una sociedad mide su progreso en el avance de las nuevas generaciones. Que lamentable es reconocer que hoy los hijos viven peor que sus padres. Y en el caso de la clase media, la situación se vuelve dramática, porque la media es la clase emprendedora por excelencia. No tiene acceso al capital para vivir de intereses o rentas y no tiene acceso al auxilio gubernamental para paliar su situación. No tiene alternativa. Tiene que ser pujante, esforzada, estudiosa, trabajadora, productiva. El gobierno, en vez de apoyarla para consolidarla, en vez de impulsar a los sectores populares para que logren el ascenso social, se empeña en empobrecernos a todos para que seamos dependientes y autómatas del gobierno.
Un riesgo frente al cual ha sucumbido, quizá por desesperación, la clase media, es el riesgo del inmediatismo. Ese de pensar que ya y por cualquier vía, tenemos que salir de esta situación. Algunos le han vendido la idea de que es ahora o nunca. Desde el año 2000 ha sido víctima de dirigentes que le dicen que no hay forma de aguantar ni un día más a este gobierno. Eso nos ha llevado a todos a cometer errores de los que debemos aprender. Ante la frustración de no ver resultados, algunos han optado por irse del país o piensan hacerlo. Otros se resignan y sienten que nada hay que hacer. Sin embargo, la mayoría sigue en Venezuela porque tiene un profundo sentido de pertenencia. La mayoría tiene la expectativa de que las cosas mejoren.
A ese sector emprendedor del país le digo que nunca jamás pierda la esperanza, que no caiga en lo que el gobierno busca: la división, el desánimo, la abstención, la violencia. Sigamos en la calle conquistando a las mayorías. Mantengamos ese afecto hasta encaminar nuevamente al país. Los invito a poner el foco en la elección de la Asamblea Nacional. Si actuamos con unidad de estrategia y de acción, no habrá ventajismo ni abuso que pueda con nosotros. Y cuando logremos ese triunfo en el parlamento y comience la batalla por el respeto institucional –porque esa lucha viene–, logremos legislación para el progreso, amnistía para los presos políticos, control férreo de la ineficacia y corrupción gubernamental, pero simultáneamente, activemos el mecanismo revocatorio, ese que es constitucional y que nos permitirá también cambiar al presidente. ¡Venezuela puede!