Todas las naciones poseen sus propias categorías sociales y humanas, algunas de esas categorías son producto de la ficción otras son de la realidad. La mayoría las tienen de una realidad que se ha vuelto tan inverosímil que termina siendo ficción, como en Venezuela.
La mitología nos ha fascinado con miles de historias sobre esas categorías fantásticas. Los griegos tenían sus ninfas; los nórdicos, valquirias; los celtas, hadas; y los mexicanos, catrinas.
Una categoría universal, es decir, para todas las tribus, sociedades o naciones, de figuras a un tiempo legendarias y humanas son las brujas.
Sobre ellas me detendré en este suelto. En nuestro país -como consecuencia del arrase primitivo del chavismo- abundan.
Los hermanos Grimm
No sé a ustedes, pero a mí, como todo carajito curioso e inquieto, siempre me electrizaron -¿hechizaron?- las brujas de los cuentos de los hermanos Grimm: la de Hansel y Gretel (que engordaba niños para luego comérselos); la de La bella durmiente (Maléfica en la versión de Walt Disney, tan Luisa Ortega Díaz); la de Cenicienta (cuya versión de madrastra del siglo XXI es sin duda Cilia Flores); o, en particular, la vanidosa bruja de Blancanieves (me parecía tan estúpido su afán de ser la “más bella” frente a un espejo).
Las veía esporádicamente disfrazadas de profesores de sociología e historia; de intelectuales acomodados o chiflados; de psiquiatras perversos; de encuestadores reptiles; de políticos desvergonzados; de militares rateros; o de cínicos comunistas con chofer y niñera.
Desaparecían o aparecían amenazantes -las brujas- dependiendo de mi mala conducta, que, como por lo general era mala, estaban muy presentes.
No me exaltada ni sobresaltaba ante ellas, las brujas estaban ahí como Cilia Flores, Iris Varela, Luisa Ortega o Katherine Harrington, para joder y joder, para perseguir y encarcelar nuestros ideales, para pervertir la realidad y mofarse de sus víctimas hasta que llegase el final de sus respectivas historias.
Cuando leí los cuentos de los hermanos Grimm no nos acusaban de conspiradores, desestabilizadores o blasfemos del chavismo, éramos tan sólo cenicientas o bellas durmientes de una fantasía democrática, errática pero respirable.
Ahora veo que las brujas están en todas partes, sí, en todas partes.
Espejito, espejito, ¿quién es la bruja opositora más bella de Venezuela?
El aquelarre venezolano es prodigioso: brujas perversas, brujas electoreras, brujas futuristas y nietzscheanas (las que critican todo pero son incapaces de organizar una piñata para tumbarla) y, por supuesto, brujas-brujas que sólo ofrecen pócimas mágicas para liberarnos de la espantosa maldición chavista.
Nuestra realidad es tan premoderna y supersticiosa, tan barbárica y apocalíptica, que incluso han aparecido brujas académicas chilenas -desde Alemania- con alquimias esotéricas que aseguran, eso sí, frente al espejo, que ellas sí tienen la fórmula de la salvación contra el maleficio chavista.
¡Carajo, qué vaina con tanta brujería!
“Espejito, espejito, ¿quién es la más bella bruja (opositora) de la comarca (venezolana)?”, se preguntan desde la colina las mismas y viejas brujas cuyas pócimas socialistas nos causaron esta desgraciada oscuridad histórica.
Su vanidad como su ceguera son pavorosas. Están todo el día frente al espejo escribiendo recetas impenetrables u ofreciendo brebajes mágicos para impedir nuestra inminente, ahora patente, debacle.
No pegan una, jamás lo hicieron. Su pócima socialista fue un aparatoso fraude y ahora, ante su fracaso generacional (Chávez hizo alquimia con ellos, los convirtió en polvo cósmico), no hacen sino maldecir y criticar cualquier iniciativa “terrenal” -por ciudadana- que intenta, por el medio noviolento que sea, liberarse de la enajenación colectiva.
El espejo de la historia
La historia no funciona como un espejo que enaltece la vanidad de una bruja malvada ni la perversidad de una madrastra asesina. No.
La historia es sabia y nos guía, ha funcionado como referencia y ruta para que se liberen y civilicen los que no son tan brujas ni tan madrastras de la redención política, para que los súbditos dejen de serlo y comiencen a ser más conscientes y críticos, es decir, para que sean más ciudadanos y breguen -movilizándose, protestando, votando, incluso guerreando- en la conquista de sus derechos.
Así como el Renacimiento acabó con la superstición y la brujería, y nos humanizó; así como la Reforma marginó a la sabihondos y sabelotodos (y sus pócimas arcaicas), y nos modernizó; en Venezuela está surgiendo una ciudadanía mundana que se ha hartado, por un lado, de tanto ruinoso despotismo, pero por otro de tanto brebaje intelectual, de tanto futurismo frívolo (incapaz de tumbar una piñata), y se ha lanzado a las calles, se ha movilizado, en búsqueda de la conquista más humana y espiritual de todas: la de la libertad.
No se trata de quién es la más bella bruja opositora ni de quien es la más malévola madrastra chavista, se trata de cómo carajo hacemos todos -ciudadanos a secas- para liberar a Venezuela de tanta ruindad y oscurantismo.
La historia es nuestro espejo; Bolívar, Miranda, Gandhi o Mandela, nuestras referencias, quedarnos quitecitos, esperar a que el régimen nos “conceda” un derecho como limosna, es un suicidio. ¿Somos suicidas?
Ni de vaina.
No hay príncipes, hay venezolanos
El príncipe que dará un final feliz a esta terrible historia eres tú: un venezolano común y corriente que lucha y conquista sus derechos.
No hay secretos ni alquimias, no hay brujas ni madrastras frente al espejo y en realidad tampoco hay príncipes, hay venezolanos que luchan para conquistar sus derechos en todos los escenarios noviolentos posibles: intelectuales, electorales, sociales, con crítica, con votos (pero hay que reivindicar victorias, no acobardarse), con protestas, con huelgas, con todo lo que humanamente se nos ocurra, con todo lo que el espejo de la historia nos ha mostrado como guía.
Pese a lo que digan las brujas vanidosas de la oposición, el voto no es por sí mismo una pócima liberadora. Si no se acompaña de movilización y reivindicación de la victoria es un espejismo. Ya basta de brujerías o espejismos, hay que luchar.
No somos santos, somos venezolanos a secas y vamos a alcanzar la libertad con los dientes de nuestra conciencia y de nuestro espíritu. Los tuyos y los míos.
No basta sólo “cerebro”, hace falta un par de talantes bien puestos para lograrlo.
Y los venezolanos de ambos tenemos de sobra.
@tovarr