Mientras que las hordas antiglobalizadoras tomaban los descampados de Munich y de Garmisch, 100 km al sur de la capital bávara, bajo el lema “Stop G7”, culpando, no sin razón, al capitalismo salvaje de los males planetarios del cambio climático, los presidentes de las 7 mayores potencias mundiales: USA, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, Francia y Canadá, se reunían en este paraje remoto de la Germania alpina, en el palacio de Elmau. Este cónclave había estado precedido por una reunión de cancilleres efectuada en Lübeck entre el 14 y 15 de abril de 2015, cuyas conclusiones, entre las más importantes, fueron: “Realizar esfuerzos adecuados de mitigación y adaptación, para atenuar los impactos del aumento de la temperatura y los cambios en los patrones de precipitaciones, de manera de evitar que aumente el riesgo de inestabilidad y conflictos; afrontar los efectos del cambio climático, entre los que se incluye la creciente demanda de alimentos, agua y energía y la limitación de los recursos; apoyar los esfuerzos para alcanzar en París, en diciembre de 2015, un protocolo que tenga fuerza legal, que refuerce la ambición y se aplique a todas las partes”.
Previamente a la cumbre del 3 de junio de este año, la Canciller alemana y el Presidente francés, habían hecho un fuerte lobby para que el tema del cambio climático fuera el asunto central del G7, con miras a culminar con éxito la Cumbre del Clima de París de diciembre; de manera que tanto los cancilleres como dos altos dignatarios habían dado señales inequívocas de que este sería el tema del G7 y que se quería garantizar el éxito de la cumbre parisina. Los presidentes reunidos en Elmau le dieron preminencia al tema climático y concluyeron que: Se tomarán medidas para que el calentamiento global no sobrepase los dos grados centígrados con respecto a los valores preindustriales, y que se comprometerá más dinero para el Fondo Verde del Clima, el cual pasaría a disponer de 100.000 millones de euros anuales a partir de 2020, de manera de apoyar a los países más afectados por el cambio climático. Este giro en la posición de los líderes del mundo industrializado marca un hito e implica una toma de conciencia no asumida con anterioridad en la larga lucha que los sectores ambientalistas llevan dando por la reducción de las emisiones de carbono. Tal cambio de posiciones no es fortuito, sino que se ha impuesto la fuerza de la naturaleza, ésta ha hablado elocuentemente y ya se entendió que cambiamos o condenamos el planeta a la extinción.
El Papa Francisco, este personaje carismático y entrañable, como ningún otro pontífice anterior, ha emitido su primera encíclica, de 160 páginas, dedicada al cambio climático, en la que señala al consumismo y al capitalismo desmedido, como los causantes del desequilibrio ambiental. En la seguridad de que el heredero del trono de San Pedro, considera capitalismo al sistema económico imperante en occidente, al igual que el que prima en Asia, mucho más salvaje y depredador de su propio medio ambiente, lo cierto es que el mundo entero debe reexaminar su estrategia de crecimiento y desarrollo, para asegurar la viabilidad del planeta. Como lo dice una conocida frase: “El planeta no nos pertenece, lo habitamos bajo un préstamo de nuestros hijos y nietos” Como humanidad, como hombres que habitamos el planeta, tenemos una enorme responsabilidad por entregar a las generaciones venideras un mundo al menos igual que como lo encontramos, sino mejor. Lo que nos está vedado por Dios y nuestros descendientes es malograrlo y transferirlo herido de muerte. Algo que por cierto nos obliga con urgencia a pensar, como país, en un futuro no muy lejano sin combustibles fósiles.