Venezuela parece navegar hacia una tormentosa y paradójica situación como resultado de las venideras elecciones parlamentarias de diciembre. Las probabilidades de que el chavismo pueda perder el voto popular en estos comicios por una diferencia sustancial son crecientes. Sin embargo, esto puede no traducirse en una mayoría de diputados de oposición en la Asamblea Nacional. Ello sería el resultado de un maquiavélico manejo de las circunscripciones y reglamentos electorales, que ya ha sido experimentado previamente, que se fundamenta esencialmente en que el número absoluto de votos que se requiere para elegir un diputado depende de la región electoral donde este sea escogido. A esto hay que añadirle la creación de mesas y centros electorales en lugares de difícil vigilancia para la oposición debido a las condiciones de inseguridad del acceso y la permanencia de testigos en estos espacios. En resumen, se trataría de inducir la concentración de las victoria opositoras en los centros más poblados y a los cuales la observación electoral y los testigos pueden llegar con facilidad, mientras que el chavismo trataría de alzarse con victorias en el resto del país.
La fórmula: “Diputado opositor costoso en votos bajo fuerte observación electoral . Diputado chavista barato en votos y con pobre observación electoral” es una artera maniobra contra la democracia y la voluntad popular que recuerda el tipo de triquiñuelas que adelantaba el PRI para mantenerse eternamente en el poder y que llevaron a Mario Vargas Llosa a bautizar al dominio de este partido por muchas décadas después de la revolución mexicana como “la dictadura perfecta”. Algunos estimados realizados con estadísticas electorales de procesos de años anteriores en Venezuela indican que incluso una formidable diferencia de 60% a 40%, a favor de la oposición, puede diluirse o inclusive anularse en términos del número efectivo de diputados a la AN.
El dilema que esta situación provoca en la articulación de una estrategia coherente de las fuerzas democráticas frente a las elecciones no puede ser exagerado. Por un lado, la columna vertebral de la estrategia de la oposición es la participación electoral como mecanismo para intentar la reconciliación pacífica y democrática de un país profundamente dividido. Por el otro, está claro que no estamos en presencia de unas elecciones convencionales con un poder electoral equilibrado e instituciones funcionales. La convicción del elector de que su voto puede cambiar las cosas y abrir la puerta a la recuperación del país es vital; y si a las dudas sobre el fraude y el ventajismo se le une el elemento descorazonador de que aún ganando de calle la oligarquía chavista puede seguir manteniendo secuestrada a la mayoría del país, merced a una viveza monumental que cabalga sobre el uso abusivo del poder, entonces estamos en presencia de una situación muy delicada.
Estoy convencido de que la dirigencia opositora le debe hablar con mucha claridad al país y explicarle con detalle el sistema electoral y como este es vulnerable a muchas maniobras que van desde el ventajismo en el uso de recursos públicos, la manipulación del registro electoral, y los cambios leoninos en las circunscripciones, hasta la usurpación de identidad el día de la elección y la intimidación de testigos y observadores. Se debe apostar a la educación de nuestra gente para hacer más consciente y recio el ejercicio de la ciudadanía. La vil conseja de que si explica todo esto la gente no va a votar, menosprecia la inteligencia y el valor de nuestro pueblo y, peor aún, desmoviliza al mejor agente de custodia del voto: los propios ciudadanos.
Es solamente diciendo la verdad y hablando con nitidez tanto sobre las amenazas a la transparencia electoral, como sobre las inmensas posibilidades que se le abren a la paz y a la reconciliación de la nación en las elecciones a la AN, que la dirigencia nacional puede exigir con ética y estatura moral que la gente adopte conductas que implican decisiones difíciles y probablemente riesgosas. Votar es indispensable para crear las condiciones de cambio y defender y custodiar activamente el voto es esencial para que la voluntad popular pueda salir a la luz. Estos objetivos exigen medidas y organización extraordinarias que no pueden ser atendidas solamente por los partidos ni desarregladamente por la sociedad civil. Votar es un ejercicio individual, pero en la circunstancia venezolana defender el voto es un acto de arrojo colectivo frente a una oligarquía que tiene como objetivo la permanencia indefinida en el poder. Pareciera indispensable convocar a la ciudadanía a defender su voto, inclusive llamándola a retornar a los centros electorales al final del día de la elección para participar en las auditorías populares y el escrutinio público, previstos en nuestra constitución para proteger lo que debería ser el acto de soberanía popular más transparente porque, en democracia, del voto depende la legitimidad del poder.
Pero más allá del voto y su defensa, la dirigencia opositora debe preparar a la población acerca de cual sería la línea de conducta a asumir si la oligarquía chavista pretende continuar con el secuestro de la mayoría del país y vaciar de contenido concreto una eventual victoria en el voto popular de las fuerzas democráticas. Aquí el análisis de los escenarios se torna más complejo porque los mismos dependen tanto del resultado de la elección como de la conducta del gobierno y de los sectores del chavismo que aún mantienen una cierta vocación democrática. La próxima AN puede ser el escenario ideal para restituir la convivencia y un cierto grado de reconciliación que un país dramáticamente dividido y polarizado exige a gritos. Para que ello ocurra es necesario involucrar al chavismo porque sin su participación la crisis venezolana simplemente no tiene solución Pero si la soberbia de la oligarquía en el poder pretende obviar que ya no tiene el favor de la mayoría popular, entonces esa misma mayoría se puede mover en la dirección de solicitar un referendo sobre la permanencia de Maduro en la presidencia o de solicitar su renuncia. Ambas acciones perfectamente previstas en el marco constitucional venezolano y cuya mención no involucra en modo alguno un llamado a la insurrección, sino del más elevado ejemplo del ejercicio de la soberanía del pueblo.
Como evitar que un eventual triunfo en las elecciones de diciembre no termine por ser un acto impotente, saboteado por las triquiñuelas chavistas, y que más bien surta el inesperado y nefasto efecto de apuntalar al gobierno al presentarlo frente al mundo como un régimen democrático, es tan importante como las elecciones mismas. En ello le va la vida a la democracia venezolana, algo que nuestros amigos en todo el mundo tienen que entender con meridiana claridad.