Esperar 150 días para las elecciones puede convertirse en un juego perverso si concentramos todas nuestras energías en vender la promesa de un cambio seguro a partir de su celebración e hipotéticos resultados.
Esta aseveración puede resultar antipolítica para algunos, demasiado extremista para otros, pero en honor a la verdad, el camino es demasiado largo, sinuoso y accidentado como para apostar a eventos que son sensibles a la agenda política nacional.
Al escuchar el discurso de Maduro sobre el tema del Esequibo, es muy probable que algunos analistas exploren en la evocación patriotera del espasmódico “estadista” la posibilidad en la intención de amalgamar voluntades, en el crisol de la conflictividad con fines electorales, una herramienta de mercado político para el 6D, pero sería muy inocente no considerar que el desarrollo de los acontecimientos pudiera propiciar también la declaración de infactibilidad del hito decembrino.
Esta variable es controlada por los convocantes llamando a una movilización popular que esconde aspectos fundamentales, como por ejemplo que la concesión a la Exxon fue otorgada por el presidente anterior guyanés, amigo cercano del nuestro, hoy difunto, y que con la complacencia del gobierno cubano abrió la senda para el ejercicio petrodiplomático de asegurar los votos de CARICOM en la OEA y ONU. Hoy, CARICOM nos da la espalda apostando a los invasores, desconociendo nuestros derechos y estrangulando los caminos del reclamo efectivo de Venezuela, en el ejercicio de sus derechos.
Por cierto, en esos toldos que recolectan firmas inocuas como las contrarias al decreto de Obama tampoco se le explica al Soberano el rol de protagonismo que tiene la empresa china de petróleo como parte activa en este consorcio explorador/explotador.
El cuento de la “Guerra Económica” ya no lo creen ni quienes se ven obligados a repetirlo en sus altisonantes discursos. Los dólares que de verdad tienen importancia en Venezuela entran por nuestro petróleo a PDVSA, de allí se supone que al Banco Central para ser devueltos a la benefactora que distorsionó su rol en el desarrollo nacional. Pero su valor en moneda nacional no lo dicta el ente emisor. Lo hace un vituperado portal, entelequia digital que define nuestro exponencial descalabro económico en tiempo real sin que el gobierno pueda hacer nada porque sencillamente el mejor negocio del planeta sigue siendo repartir a 6, a 12 o a 200 y vender a 600. Como resultado, la “Guerra Económica” asumida por Maduro como su propio asunto hoy no creo que arroje resultados favorables para el ciudadano de a pie, subyugado por las carencias propias de la escasez sistémica, castigado por los mecanismos cubiches de la exclusión sistémática, y asfixiados por el proceso empobrecedor de la dilución del salario en manos de una inflación que perdió la vergüenza.
Todas las apuestas al descalabro constituyen la esencia del “optimismo informado”, eso que algunos prefieren llamar “pesimismo” y que los cleptócratas de turno llaman “fatalismo de la derecha”. El estallido social que economistas, politólogos, y otros analistas de oficio vienen anunciando constituye en sí mismo una leyenda urbana de auto profecía cumplida que ni se concreta ni se descarta. El matriz que contiene un sistema en constante entropía debilita sus paredes en la precariedad institucional del aparato represor, amenazado por el “underground” armado que se constituyó con el pretexto del pueblo en armas en defensa de la Revolución que se quiso auto denominar “bonita” y que hoy son Estados dentro del Estado que matizan de anarquía territorios irónicamente bautizados como “zonas de paz” donde enfrentamientos inauditos ilustran el reverso amarillista de los pocos medios libres que quedan.
Servicios Públicos colapsados, presupuesto inexistente para la inversión pública, desmantelamiento del aparato productivo, incapacidad orgánica de generar salidas viables a problemas fundamentales como la salud, la educación, la seguridad ciudadana, la seguridad alimentaria, y otras endemias burocráticas paralizan a un país cuyo pueblo apostó por un cambio que nunca llegó, que nunca se materializó, que no pasó de ser el canto burlón de buhoneros de ilusiones que hoy se quedan sin público por no poder mantener su séquito de seguidores alimentados por el clientelismo y no por ideología alguna.
Esta situación no es alentadora como para contar en un almanaque 150 días sin sentir el vértigo del salto al vacío, el temor al “palo a la lámpara” que le quite la careta al mamotreto, que desnude la estafa moral de la esperanza perdida, que muestre el esperpento demagógico en toda su dimensión real y que nos despierte de una pesadilla que nunca debió haber comenzado.
Entonces, ¿qué hacemos estos 150 días? ¿Nos congelamos para esperar el día del voto para acudir al ejercicio de nuestro derecho?
Creo que cada día tiene que contribuir a la construcción de un muro de criterio que contenga el desborde del latifundio mediático que intenta vendernos la quimera del bienestar inexistente. No podemos ni debemos ser pasivos, esperando el 6D. Debemos activarnos consolidando la esperanza colectiva como el único antídoto contra la droga del miedo con la que tienen a una buena parte de nuestra población entumecida y aletargada. Mientras que en Venezuela exista un preso político hay una buena razón para activarnos y convocar a nuestro entorno en esta recuperación urgente del tejido democrático, hoy desgarrado por el juego perverso de la necesidad de una oligarquía gobernante de mantener a su pueblo ignorante de su tragedia económica, de su realidad política, de sus derechos humanos para perpetuarse en el poder.
Entonces, estimados lectores, nos sentaremos a esperar el 6D o trabajaremos como verdaderos líderes en la construcción del cambio necesario, entendiendo que esa fecha es un medio y no un fin en sí mismo. Yo creo en nuestra Venezuela y en su capacidad de regenerar la oportunidad de un futuro mejor donde quepamos todos y alimentemos el progreso como motor de bienestar colectivo.
Amanecerá y veremos!!
@greyesg
—
—
Atentamente,
Gabriel Reyes