“Más puede el anhelo de vivir en paz y defender lo nuestro, que la fuerza destructiva de un modelo de lucha de clases y división social”
El dilema para los que viven en el país va entre resistir o marcharse. La visión de los que ya partieron es que Venezuela no tiene regreso. Y para este columnista -que marchó por un tiempo, pero está de vuelta-no le queda más que decir, si un país en el mundo es recuperable, ese es Venezuela. Pero no de manos caídas…
Escribo impresionado por la pérdida de un allegado muy querido. Hablo de quien siento fue como un tío para mí. Crecí en el seno de su familia y puedo dar fe de la Venezuela fuerte, decente y talentosa que él representa. Le arrebataron su vida -sobre la misma tierra- en el sitio que más amó, pero donde injustamente encontró el final de su camino. No es consuelo para nadie. Porque no es perder la vida inmerecidamente, sino impunemente. Se fue un venezolano ejemplar, como muchos se han ido en manos de la violencia. Y en medio de esta tragedia, se estanca el juicio de ser o no ser venezolano, de estar o no estar en Venezuela…
Cuando uno revisa la historia de cada uno de nosotros -individual o colectiva- encontramos una ancestralidad virtuosa. A una gran mujer, a un gran hombre o en todo caso, a los abuelos, portadores de hermosos méritos. El mismo hecho de venir a Venezuela, lo fue… Pero a nuestro presente ahora le invade muerte y desolación. Una impronta de despojo que aniquila nuestra prosapia. Es la pérdida de nuestro mundo ideal como expresión de voluntad. Al decir de Schopenhauer, estamos renunciando a “nuestro deseo ciego de vivir”. En silencio y pasivamente. A nuestro derecho de concebir confraternidad y vivir en paz. Nos atrapa una peligrosa resignación colectiva que debe acabar. Porque nuestra realidad, no es vivir en términos sanos y cotidianos, sino sobrevivir al mandato de la violencia.
Esta entrega ha producido una perversa dinámica de aceptar vivir en un estado permanente de emergencia, ultraje y defensa, donde no impera el mandato de la ley, sino del delincuente. Y sumergidos en este continuo sufrimiento y pesado aburrimiento de sobrevivir, nos vemos obligados a desmontar el mundo ideal -decíamos- que no es otro que el familiar, el convivencial, el ciudadano, el espiritual, y en fin -como apunta KANT- nuestro imperativo moral.
Estamos perdiendo y abandonando a los hijos de la patria. Lo escribo ahora con el profundo dolor de la partida de un venezolano afable, generoso, honesto; esbelto tanto por su presencia, como por su calidez e inmejorable buen humor. Hijo, padre, hermano, esposo y amigo apasionado. Hombre urbano pero también de campo y de cacería, por cierto, con una apuntaría fuera de lo terrenal. El mismo ojo de lince que demostró su padre, cuando en 1961, nos trajo la primera medalla mundialista alcanzada por un venezolano en nuestra historia… Hijo también de la típica belleza, dulzura y calidez venezolana, habiendo sido su madre, la primera mujer en traernos una corona internacional de belleza al país, Miss Atlántida / 1937. Hoy una inmensa indignación nos conmueve. Pero su recuerdo seguirá inspirando nuestras fuerzas y esclavizada voluntad, de seguir viviendo por el bien de los suyos, de los nuestros y de todos los venezolanos.
El mensaje en medio de este primitivismo, es seguir de pie. Es honrar la memoria de los nuestros, luchando por el rescate de la Venezuela que fuimos. Porque si éramos un país integrado y sano, por lo tanto, recuperable. Es no dejarnos atrapar por un violento proceso desmoralizante, que nos debilita y nos lanza a la nada. Es sobrevivir para vivir y no lo contrario. Es elegir a quién y cómo plegarnos, para construir una verdadera plataforma humana y ciudadana, que nos permita avanzar en un real movimiento de emancipación de la inquina y la apatía. Aisladamente podemos decir cualquier cosa, pensar lo que nos plazca. Pero el desafío es proceder en colectivo organizadamente, para derrotar la anomia.
Existe un país lastimado y agredido. Pero no en exterminio. Venezuela está desmoralizada pero no acabada. Sufrimos de una profunda desviación sicopática, pero nuestra esencia confraterna y libertaria, sigue incólume. Y más puede el anhelo de vivir en paz y defender lo nuestro, que la fuerza destructiva de un modelo de lucha de clases y división social.
Einstein decía: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. La voluntad que siguiendo con Schopenhauer, derrota cualquier ideología y nos eleva del sufrimiento, hasta alcanzar los valores más preciados de la vida, como lo es convivir para ser feliz. Sabemos que el riesgo es inmenso. Pero lo que está de por medio son nuestros hijos. Cada quien es libre como el viento de resguardar sus vidas. Pero ha llegado la hora de defender las nuestras y la de los demás. No podemos ver morir como quien ve llover. Esta actitud es más fatal y terminal que la fatalidad o extinción que comporta un modelo político.
Todo tiene su final dice el viejo testamento. Hagamos del deseo de vivir, voluntad colectiva, no personal. No es que yo sobreviva. ¡Es mi ciega voluntad porque tú vivas! Y así sobreviremos todos.
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