Me gusta muchísimo la costa de Aragua; siempre digo que es explosiva, dueña del azul más bonito del caribe venezolano. Me puedo quedar horas observando ese juego de azules metamórficos, que van desde lo sobrio hasta los tonos más vivos e intensos. Disfruto ver la forma en que las olas rompen contra los acantilados, son como fuegos artificiales blancos, es un espectáculo total y soy feliz cuando soy el espectador. ViajaAlMundo.com
Mi lado favorito es el de Choroní; el tope de la felicidad es tomar un peñero en Puerto Colombia y navegar hasta una de las playas cercanas. La primera vez que lo hice fue para ir hasta Cepe. De ida nos detuvimos unos minutos frente a Chuao para dejar a unos turistas. En ese momento miré más con los ojos que con el espíritu. Error. Y pensé: “por qué habrán hecho esas construcciones tan feas a un borde de la playa”. Pero no le di importancia. Llegué a Cepe y vi lo bella que es, perfecta, impecable y alucinante. Pasé dos días irrepetibles en esa playa.
Unas semanas después iba a quedarme en Chuao, pero cambié de plan para irme a Mérida. Mi deuda con Chuao seguía latente, hasta que decidí irme. Al estar por fin en este lugar pude constatar que verdaderamente Cepe es más bonita, pero Chuao tiene alma y contra eso es difícil competir, aunque dudo que entre estas dos playas haya algún tipo de rivalidad. Este poblado tiene una magia auténtica, de esas que no entiendes pero disfrutas mucho. La tranquilidad, la bondad de la gente, el apego a sus tradiciones y la convicción de su trabajo con el cacao, son los ingredientes que hacen que te enamores de esta tierra.
La playa es larga, para caminarla de punta a punta como me gusta. El mar es claro, de ese azul bonito que me conquista; la arena fina y a los costados una de las cosas que más me gusta de las playas de Venezuela: montañas a las que puedo subir, sin importar lo difícil que sea, para ver al mar desde arriba, a pleno mediodía cuando el sol le da mayor vida al color del océano. Las construcciones que en un principio me parecían feas, pasaron a ser las más bonitas cuando descubrí que las decoraba el calor y la alegría de la gente. Me gusta cuando un viaje derrumba mis paradigmas y Chuao lo logró.
De la playa se sube hasta el pueblo por una carretera de cemento, el orgullo se me fue a todos los rincones del cuerpo cuando leí aquel mural que dice: “Bienvenidos a Chuao, el origen del mejor cacao del mundo”. Del pueblo iniciamos una caminata de dos horas por la selva para llegar al Chorrerón, la caída de agua más alta de la cordillera de la costa. Es impresionante, altísima y bonita. El agua cae como en capas, por enormes piedras que parecen metálicas, el lugar irradia energía pura.
Bajé con mis amigos dedesde el Chorrerón para encontrar en la playa el atardecer más bonito que Venezuela me ha regalado. Soy un cazador de atardeceres, los busco, los espero y siempre quiero que sean mejores. Todas las tardes de sol que había esperado se resumieron a ese día en Chuao.
Eduardo Monzón viaja desde pequeño con su familia por Venezuela. Siempre supo que quería ser periodista de viajes, pero no se lo había tomado en serio hasta que subió el Roraima; desde ahí no pudo parar de viajar. Ha escrito sobre sus viajes para el diario El Carabobeño y su revista dominical. Lo hice hasta hace poco, cuando el periódico comenzó a quedarse sin papel y no pudo salir más. Lo suyo es el turismo de naturaleza; casi siempre viaja con unos mochileros que conoció por Instagram. Su blog es Crónicas Cambiantes y en las redes es @eduardomonzn.