Lapatilla
El viernes en la noche, en vista de que se me estaba terminando el pollo, tomé dos decisiones: la primera fue no pagarle Bs 1.500 a ningún abastero de Chacao por el ave beneficiada y la segunda, madrugar y lanzarme a la aventura de ir a algún Bicentenario, calarme mi cola y comprar pollo a precio regulado.
Decidida, me acosté.
por Janet Yucra
Comienza la crónica
5:23 am
Abrí los ojos sobresaltada y de un brinco salí de la cama, directo a bañarme, desayunar a irme.
6:00 am
Estaba lista, vestida de ocasión, mono, zapatos de goma, bolso ligero, efectivo, lentes, bolígrafo, mi carrito de mercado y la firme disposición de lograr mi objetivo. Desayuné ligero: café, pan con queso y antes de esos mis vitaminas. Tomé de la nevera fruta picada y una paquete de galletas, pensando en tener algo “porsia”, la cola me pedía recargar baterías. Agarré mi carrito de mercado y enfilé rumbo al metro.
6:30 am
Esperaba el vagón en el Metro de Altamira y algo me decía que ya iba retrasada. Ingenua de mí, deseché la idea y seguí adelante. Tomé el tren, en dirección Propatria y me tocó ver una pelea entre un viejito pasado de palos y unos muchachos que se empeñaron en ocupar los asientos azules, mientras el señor reclamaba, entre tambaleo y media lengua que “esos asientos no son para los muchachos, no sean falta de respeto”.
6:45 am
Salí del tren y pregunté por la salida hacia el Bicentenario. Como que a esa hora la gente no es muy amable, porque me guiaron al revés y me hicieron dar una vuelta enorme, pues pude haber ido por la transferencia y salir por Zona Rental que quedaba más cerca. Lo cierto es que caminé, di mi vueltón y allí “comenzó Cristo a padecer”.
7:00 am
Cuando me acercaba al Bicentenario, me llevé mi primer susto. A lo lejos se veía “el gentío”. No sólo había una enorme y gruesa serpiente formada por cientos de personas, haciendo “la cola”, sino que la serpiente salía de los terrenos del Bicentenario, recorría la avenida, llegaba a la entrada del metro y le daba la vuelta. El segundo susto fue la presencia de funcionarios policiales y militares armados, incluso con armas largas. Un militar (debe ser de rango más o menos alto, porque no tengo idea de eso) ordenó a sus subalternos que no permitieran grupos haciendo cola, sino que todos tenían que esperar “formaditos, uno detrás del otro”. Así las cosas, la fila se alargó tanto, como se acortó mi voluntad. La cola era humanamente imposible de hacer. Al menos para mi.
Mientras recorría el trecho para constatar donde comenzaba la fila, vi gente muy humilde y no tan humilde. Había familias enteras, con bebés incluidos. Viejtas y viejitos, con sus sillita a cuestas, muchachos, muchachas, niños tomando tetero, hombres jóvenes y no tanto, todos esperando y, por lo que vi, dispuestos a quedarse. También había vendedores de café, arepas, agua, bolsas plásticas y hasta de Últimas Noticias.
A estas alturas, ya mi voluntad no era tan fuerte. Sentía un poco de vergüenza conmigo misma, porque no quise quedarme y se me hizo eterno solo pensar en aguantar semejante cola y de pie.
No obstante, pensé en el “plan B”, que era ir al Bicentenario de Las Mercedes, donde siempre hay cola, pero no tan larga. Resuelta y con la voluntad renovada, tomé una camioneta que me dejó en Chacaito y de allí me dirijí a Las Mercedes.
7:30 am
Ya en el Centro Comercial, frente al CVA, “Cristo volvió a padecer”. Me llevé otro susto. Había gente en dos enormes colas que salían del centro comercial. Una era para “la tercera edad” y la otra para los demás. Busqué el final de la que me correspondía y me dispuse a esperar.
“El Bicentenario lo abren a las 8:00 am”, decían algunas mujeres que me rodeaban. Un hombre comentó que “allí no hay pollo ni carne, porque los sábados no traen de eso”.
Una morena, alta, dicharachera, afirmó que eso no era cierto, porque ella había comprado pollo los sábados y que todo era cuestión de suerte y de esperar, porque “el pollo siempre lo traen a las 10 de la mañana”.
Se llama Belkys. En medio de la espera, ella contó como se ha vuelto experta en hacer colas y comprar en los Bicentenarios, porque “la comida está muy cara en los abastos y las bodegas, donde te quieren vender un paquete de arroz en 150 Bs y un pollo en 700 y 800 Bs”.
Contó que ha hecho colas de 10 y 12 y hasta 15 horas, para comprar más o menos de todo.
Dijo que también había tomado la decisión de esta cola era la última que hacía, porque “estoy embarazada, me mareo y me duelen las piernas. Así que mi marido va a tener que hacer esto, si quiere comer”. Todas nos reímos y la apoyamos.
La cola no avanzaba nada.
Otra muchacha comentó que ella tenía nada en su casa. “Anoche hicimos el último plátano que había, que nos lo comimos con huevo frito. Por favor, le pido a alguna que si no necesita arroz que lo compre por mi y yo se lo pago”, dijo.
La misma chama dijo que tenía familia en Barlovento que venía a comprar a los bicentenarios en Caracas, porque “allá no hay nada y cuando a las bodegas llega algo, te quieren vender el kilo de arroz en 150 Bs”.
Otra señora relató que la semana pasada, en la cola del Bicentenario de Plaza Venezuela, había gente de Maracaibo, Trujillo, los Valles del Tuy y hasta de oriente, “que viene a Caracas a comprar, porque en esos pueblos no hay nada”.
8:30 am
Por fin, el Bicentenario abrió y la cola avanzó un poco, pero ya se comentaba que “no había salado”. Es decir, no había carne ni pollo.
Seguimos esperando, escuchando los cuentos de la morena, quien relató de como se embarazó, como consecuencia de las cervezas que se tomó con su marido, mientras pasaba la tristeza por la muerte de un hermano. Nos reímos mucho, mientras se colaban comentarios sobre el Farmatodo que está cerca de allí, donde había pañales, leche, champú, mayonesa, mantequilla y arroz. “Pero no se alboroten”, comentó alguien. “Allí ya repartieron números para 100 personas”.
La cola siguió avanzando y mis piernas ya resentian la espera de pie.
9:30 am
Pero, a esta hora, todo cambió. Resulta que dentro del centro comercial, la fila no era tal. Se trataba de grupos de personas que se agolpaban y se mezclaban con la fila de la tercera edad. A la hora de entrar al supermercado, la historia era otra. Era una laberinto.
10:00 am
Decidí pedirles a mis compañeras de cola que me guardaran el puesto, para tratar de acercarme y ver qué había.
Caminé, di la vuelta al centro comercial, entré y vi que la gente salia con arroz, harina precocida, harina de trigo, azúcar, café, leche en polvo, leche de larga duración, pasta, mantequilla y mayonesa. Pero no había carne ni pollo.
Me rendí. Me acerqué al lugar donde me guardaban el lugar en la cola e informé sobre lo que había. “Eso es bueno”, dijeron. Pero sabían que para lograr entrar tardarían tres o cuatro horas, “como siempre”.
10:30 am
Decidí irme. Salí de allí sintiendo una mezcla de vergüenza, tristeza e impotencia. También me sentí agradecida porque en la Plaza del Indio en Chacao, hay un mercadito donde el pollo se consigue más barato que en los abastos y aún lo puedo pagar.
11:00 am
Con los pies adoloridos llegué al supermercado Luz. Allí dejé Bs 4.500 en verduras, fruta, jamón y huevos.
Caminé un poco más y llegue al puesto del pollo. La lista de precios decía: pollo entero Bs 435 el kilo, muslos, alas y pechugas Bs. 450, hígados Bs 350, patas Bs 150 carapachos Bs 130.
Allí dejé Bs 2500 en dos pollos y carapachos para mis perritos.
11:30 am
De regreso en casa.