Gobernar los Estados Unidos no es nada fácil y cada vez más desalentador. Obama se va con el rabo entre las piernas: deja un país peor que el que recibió, muy poco imperial por cierto, endeudadísimo y al borde de la quiebra. Lo único relevante ha sido el Obamacare. Lo más inútil, el deshielo con Cuba, una dictadura de parásitos extraviada en el recuerdo de la guerra fría. Ni siquiera ha cumplido su promesa de cerrar el oprobioso Guantánamo. Para sucederlo, hay muchos candidatos de escaso peso. El peor escenario es el de los republicanos donde un payaso llamado Donald Trump lidera las encuestas. Este hazmerreír no ha entendido que en el mundo todos somos migrantes y que los hispanos en los Estados Unidos, que representan un 18% de la población, son un sostén irrenunciable de la economía. El traficante de misses pide deportaciones masivas y levantar un muro ante México. Históricamente los mexicanos lo que han hecho es volver a un territorio arrebatado. Un embajador de México en los EEUU refiriéndose a este expolio decimonónico, comentaba: “No importa, en el siglo XXI nos lo devolverán, eso sí, con las calles pavimentadas”.
Las otras posibilidades son la políticamente correcta señora Clinton, una utilerista del marketing post-industrial a quien le quedó grande la Secretaría de Estado. No queremos otro Bush: Jeb bien podría ser asesor del CNE. Es un experto en números de última hora. Marco Rubio es un lactante políticamente hablando. La esperanza reside en el vicepresidente Biden. Ojala pueda salvar el número del circo. Retiren a los payasos y malabaristas por favor.