En 2008, Madeleine Albright, Secretaria de Estado del ex presidente Clinton, publicó un trabajo muy interesante intitulado Memo to the President elect. How We Can Restore Americas’ Reputation and Leadership.
Estaba dirigido al presidente que iba a ser elegido ese año, y la motivación de fondo era de qué forma este país, con otra política exterior, podía recuperar su liderazgo disminuido por causa de una diplomacia equivocada de los últimos años.
Albright ha sido profesora en Georgetown y presidido varias fundaciones sobre relaciones internacionales.
Escribe desde la cátedra universitaria y también a la luz de la experiencia práctica. Admite en el libro, por experiencia propia, que las perspectivas y valoraciones que se hace de un asunto concreto son distintas a partir de una u otra posición. También demuestra un conocimiento de la historia mundial amplio y profundo.
Uno de sus capítulos lo inicia recordando un axioma: el propósito de toda política exterior es persuadir a los otros de hacer lo que uno quiere, o mejor, de querer lo que uno quiere. De allí que el asunto crucial sea cómo lograrlo persuadiendo.
Para ello, todo gobierno dispone de dos herramientas fundamentales. Las de la diplomacia, sometiéndose a las normas de derecho establecidas, la costumbre internacional y a sus formas ceremoniales, o las de la fuerza.
Obviamente, tales vías dependerán de circunstancias concretas, y su uso deberá hacerse de manera racional y justificada. La fuerza no estaría descartada en ciertas situaciones, pero debe comenzarse, como lo civilizado lo exige, con el diálogo.
Albright subraya que la diplomacia no se hace para el beneficio personal, es un medio de producir cambios en el orden existente, haciendo nuevos amigos, enmendando las diferencias con los viejos, y encontrando formas pacificas para adaptarse a los nuevos poderes.
Ella reconoce que las soluciones diplomáticas, como las concepciones humanas, son raramente inmaculadas. Por tal razón, afirma: “Para resolver problemas o aminorarlos, es a veces necesario negociar con villanos”.
Albright recuerda al Presidente su obligación pedagógica y la oportunidad que tiene de persuadir en las relaciones internacionales, utilizando el llamado soft power.
Cuando el presidente norteamericano habla a sus conciudadanos -sigue Albright- el resto del mundo lo oye “a hurtadillas”, inadvertidamente, de allí que deba ser cuidadoso con lo que dice, no debe ignorar el mundo que lo rodea.
Lo importante, según ella, es buscar las maneras de inspirar una renovada confianza hacia su país.
De este modo recomendaba al presidente que ganara las elecciones -al final fue Obama- que en sus discursos resaltara las cualidades de los norteamericanos, que para ella son la tenacidad mezclada con compasión y la confianza en sus propios ideales unida al respeto por las ideas y tradiciones de los otros países.
Los problemas del mundo no los puede resolver EEUU solo; es crucial la persuasión de otros actores, lo que implica abandonar el unilateralismo porque simplemente no funciona, y echar mano de las herramientas multilaterales, haciéndolas lo más eficaces posibles, siempre que el propósito sea el mejoramiento social, la paz o luchar contra los enemigos recalcitrantes.
Según Albright, EEUU ha perdido la influencia que otros han ganado. Aunque su liderazgo se necesite en el mundo, en muchos lugares no es querido. Cualquier iniciativa que quiera instrumentar encontrará resistencias, por lo que recuperar aquel puesto precisará consulta permanente con los socios históricos, respeto por los poderes que surgen, aproximación a las culturas no cercanas y una voluntad de cooperación para resolver los problemas globales.
Albright, al cuestionar la idea muy difundida en EEUU de que este país estaría llamado a llevar la democracia al planeta entero, afirma que “Los líderes estadounidenses se han exaltado a sí mismos, equiparando su trabajo con los planes de Dios, produciendo resultados catastróficos”.
Para ella, la única obligación que tienen los norteamericanos al respecto es salvaguardar su propia democracia y ayudar a aquellos que piden su ayuda para la construcción de aquella en sus países.
Albright, a lo largo del libro, advierte de los múltiples obstáculos que el presidente va a encontrar en su país (partidos, burocracia, lobbys) y de cara a los problemas más importantes del mundo.
Vista la actuación de Obama, pareciera que ha tomado muy al pie de la letra los consejos de la señora Albright.
A pesar de haber heredado dos guerras, una crisis financiera interna y global de grandes dimensiones y las tensiones exacerbadas en el Medio oriente, asuntos éstos que le ocuparon gran parte de su primer mandato, Obama ha hecho esfuerzos por recuperar el prestigio perdido de su país y en cierto modo lo ha logrado. Demostrando ser un corredor de fondo, en el último año ha lanzado varias iniciativas en diversos planos que apuntan, a nuestro juicio, al camino correcto.
Comparto la idea de que Obama, a pesar de ciertos errores, dejará a su sucesor un país mejor de aquel que encontró en materia de política exterior, lo cual permitirá al nuevo presidente partir de una base más sólida.
La política de Obama, después de varios años concentrado en los problemas mencionados, al fin volteó la mirada al hemisferio y retomó planteamientos de su programa de gobierno, como es el caso cubano. En su frase “Todos somos americanos” resume su doctrina, a todas luces, positiva.
emilio.nouel@gmail.com