Una de las expresiones más frecuentes estos días entre los venezolanos refleja el grado de devastación al cual nos ha llevado la pavorosa revolución bolivariana. Es posible sentir miedo, o cansarse; puede uno indignarse, amenazar, puede hacer un esfuerzo de ajustar día tras día la contabilidad personal y enredarse entre los precios en las panaderías, supermercados, mercados populares, farmacias, librerías y cines, y anotar todo lo que diga Dólar Today. Lo que usted quiera en un país deprimente, inseguro e incierto.
Pero cuando un venezolano, de cualquier edad, sexo o especialidad, pierde la fe y la esperanza, todos perdemos.
Y eso es lo que pasa con miles de hombres y mujeres que empiezan a planificar todos sus esfuerzos para simplemente irse del país. La mayoría va a cambiar a una vida de extranjero a la cual nadie termina de acostumbrarse jamás, las familias se disgregan se apartan, pero también van echando raíces en ese país donde se es foráneo pero se encuentra al menos respeto a las leyes, normas que se cumplen y una perspectiva a seguir. Así anudan lazos, crían hijos, pagan impuestos, compran cosas de esa nación, aunque sigan recordando una Venezuela que los puso contra la pared y los llevó a tomar la decisión –que tampoco es fácil- de convertirse en expatriados.
Algunos se van con el sueño sencillo de hacer lo que saben hacer, la mayoría termina haciendo lo que puede en el país al cual llegó. Y lo hacen. Siguen siendo venezolanos, crean relaciones al estilo venezolano, la Harina Pan y otros productos típicamente nuestros se han convertido en bienes rentables para comercios de otras naciones, llenan las navidades con villancicos y ruidosas gaitas en medio de la nieve y temperaturas bajo cero grados, abren restaurantes pequeños y medianos de arepas, empanadas y diversos platos criollos. Pero no van a regresar, serán extranjeros con melancolía venezolana, que pagarán tributos y aportarán su talento, su capacidad y su esfuerzo al desarrollo de otro pueblo.
Cambian soñar futuros mejores en Venezuela por planificar porvenires posibles en Norteamérica, Suramérica, Europa, Asia.
Lo que más aflige y desconsuela, es que, la mayoría de los que se quieren ir son jóvenes que tienen entre 18 y 35 años de edad, lo cual tiene sentido porque es la edad de soñar, planificar y conquistar otros horizontes. Son también, angustiosamente para la Venezuela que la torpeza revolucionaria y la mediocridad partidocrática nos están dejando, quienes están llamados a recomponer la patria cuando esta pesadilla concluya.
De acuerdo a un estudio que tuvimos oportunidad de hojear, si se considera por estratos determinados, el 27% de las personas entre 18 y 23 años desean irse, al igual que 30% de quienes tienen entre 24 y 29 años y el 26% de los venezolanos entre 30 y 35 años. En otras palabras la juventud.
La situación se complica cuando se le pregunta a los ciudadanos: De tener posibilidad, ¿se iría del país? En este caso, 3 de cada 10 ciudadanos responden afirmativamente. En el escenario hipotético, sólo 9% de quienes se autodefinen como chavistas se irían del país; mientras en el caso de los independientes el porcentaje se incrementa hasta 24,6%. De tener la oportunidad de irse, casi la mitad de quienes se dicen opositores abandonarían Venezuela: 46,5%.
Evaluando las respuestas de la pregunta anterior por clase social, el 12% del segmento A/B tomaría la decisión de emigrar, mientras 38% de la Clase C se iría de Venezuela. Destaca que 31% de la Clase D y 25,5% de quienes se ubican en la clase E también se irían. Realmente dramático y patético.
En una encuesta reciente de Datanálisis se puede concluir que el emigrante potencial es una persona joven entre 18 y 35 años de edad, tenedores de capital y profesionales, que son quienes tienen la mayor contribución al PIB del país. Es decir, Venezuela se queda sin peritos, técnicos y expertos y además los que más contribuyen al producto interno bruto. Insólito, absurdo e irresponsable.
Cuando se indaga si algún conocido se ha ido fuera del país, 4 de cada 10 venezolanos aseguran que abandonó Venezuela durante el último año. Y si se mete la lupa en el estrato social nos encontramos que 52% de quienes se ubican en la Clase C, al igual que 22% de quienes integran la Clase A/B, el 39% de quienes están en la Clase D y un 30% de la Clase E. Y la sorpresa se produce en la autodefinición política, se encuentra que 25% de quienes se dicen chavistas, al igual que 31% de los independientes y 52% de los opositores.
Esta situación afecta –sin duda- el acto de sufragar, se comenta que están fuera de Venezuela poco más de un millón de compatriotas que tienen derecho al voto pero de acuerdo a la últimas cifras que se conocen solo están inscritos como electores en el exterior 101.000 ciudadanos aproximadamente.
La ilusión se extravía, se traspapela y se debilita, la fe se pone pesada y difícil, nadie parece dar con una respuesta seria, contundente, esperanzadora; estamos en un túnel oscuro, tenebroso, da miedo y sin aparente luz al final.
Hasta el chavismo debería poder entenderlo. Las naciones, incluyendo militares y patriotas cooperantes, se alimentan de la juventud, de sus ciudadanos fuertes, interesados en capacitarse y en crecer. Una revolución como la que proclamó Chávez y la que se supone Maduro está defendiendo con las uñas en el Esequibo, en el Caribe y en la frontera con Colombia, no se hace con veteranos. Los viejos se sientan a cobrar las pensiones y jubilaciones que se ganaron o les regalaron, los jóvenes las producen.
Es el otro y auténtico milagro chavista: transformar a fondo a un pueblo alegre, acusado de irresponsable y frívolo pero que trabajaba y crecía, en una nación apagada, desabastecida, sin ilusiones, sin esperanza, sin oportunidades, sin futuro.
@ArmandoMartini