Efectivamente, tanto las encuestas de Datanálisis como las del IVAD estiman que la intención de voto de la Unidad supera a la del PSUV en más de veinticinco (25) puntos porcentuales, con lo cual se obtendría una mayoría sólida en la Asamblea Nacional. Para acortar esa brecha el gobierno está procurando inhibir y dividir el voto opositor toda vez que la gestión de Maduro no calza los puntos para hacer posible una victoria electoral limpia por parte del PSUV. Pero falta más.
Usualmente el gobierno ha recurrido a la compra de votos, a la movilización obligada de miembros de las misiones y a la intimidación de los votantes mediante la colocación de toldos rojos literalmente a las puertas de los centros electorales y también a la activación de bandas armadas de motorizados para sembrar miedo en determinados grupos de votantes. Eso está registrado, grabado y documentado. En sectores populares esas pandillas de motorizados pagadas por el gobierno en muchos casos infunden terror entre los habitantes de las barriadas. Pero ello no es todo. Los testigos de la oposición son objeto de amenazas y chantaje y en múltiples casos desalojados de los centros de votación.
Esta vez la situación es distinta. Una clara mayoría de los venezolanos quiere un cambio de rumbo y está dispuesta a hacer realidad ese cambio mediante su voto. Y las fuerzas de la Unidad Democrática, consientes de ese hecho, ahora están mejor organizadas y moralizadas porque saben que el triunfo está cerca. Cuando un pueblo se decide a cambiar y una fuerza política lo acompaña, ningún gobierno puede torcer esa aspiración. Con un gobierno desgastado y en medio de una crisis social profunda, la derrota del PSUV es un hecho y con ello se abre el camino de la solución a los problemas que hoy agobian a los venezolanos.