Donde comienza Venezuela
Marcelo Morán
Es inexplicable para cualquier país del mundo que no tenga salida al mar las condiciones de abandono que presenta la península Guajira. Su ubicación en el Océano Atlántico y su proximidad a las Antillas es un privilegio en la geopolítica de Suramérica, que nunca fue valorada por los gobiernos de Venezuela desde la era republicana. En Europa hay 16 países que no tienen salida al mar y se morirían de envidia cada vez que pudieran ojear en el mapamundi el solitario panorama de nuestra Guajira.
Aunque Arias Cárdenas asomó la posibilidad en su primer período como gobernador del estado Zulia de construir en Castilletes un puerto de aguas profundas y que bautizara con el fervoroso nombre de “Puerto América” como testimonio de ser el primer descubridor de los atributos naturales y estratégicos de esta olvidada tierra donde nací hace más de cincuenta años. Según ese sueño, el puerto permitiría descongestionar el tránsito al lago y poder atacar mejor el problema de la contaminación. Así mismo mejoraría las precarias condiciones de las comunidades indígenas e incorporarlas a ese pujante desarrollo sin menoscabar sus tradiciones, que serían potenciadas como elementos de captación turísticas en ese fascinante proyecto que no pasó de ser como dice un viejo vallenato: “Promesas de cumbiamberas”:
Por los años ochenta un empresario judío visitó la Alta Guajira y no pudo ocultar su embeleso por el paisaje captado a medida que el carro a todo terreno lo conducía por vastos litorales de arena blanca, aguas verdes, tan diáfanas, como muy pocas en el mundo. El visitante, que representaba una cadena de hoteles aseguró que allí podía construirse un nuevo Cancún latinoamericano que se convertiría en uno de los portales turísticos más importante del Caribe. A pesar de esas recomendaciones nada ha cambiado en la Guajira en las últimas décadas. El viento sigue azotando el paisaje desolado y miserable que lo ha caracterizado por siempre: no hay infraestructuras que señalen un vestigio de progreso. La única propuesta de esa índole y ejecutada a medias según la historia, vino hace más de cinco siglos por iniciativa de Alonso de Ojeda, cuando decidió levantar Santa Cruz; primer asentamiento español en América que se desvaneció el mismo año de su fundación.
En Castilletes en un terreno reseco y accidentado donde termina la tierra y el mar, se vuelve horizonte infinito se encuentra uno de los monumentos más importantes del país: el Hito número 1. Señal inequívoca de que allí comienza Venezuela y a la vez empieza para el pueblo wayuu que la ha ocupado por milenios, un cortejo de calamidades que ha aumentado de manera alarmante en el siglo XX y sobre todo en estos últimos lustros.
A mediados del siglo XX el wayuu vivía del intercambio comercial que tenía como asiento el mercado binacional Los Filúos, conocido también como Puerto Aléramo, fondeadero de goletas que transportaban al Malecón rebaños de chivos, carneros, pescados y otras especies codiciadas por el comercio marabino. Las pequeñas embarcaciones movidas a vela y a palanca usaban esta ruta fluvial que conectaba con la laguna de Sinamaica para salir al lago y de allí llegar a la capital zuliana. A comienzos de los sesenta este sendero de aguas dulces que era un deleite para los ojos de los alijunas (extraños) que visitaban la Guajira desapareció para dar paso a la construcción de la carretera Las Guardias – Carrasquero, sin embargo, el mercado de Los Filúos ubicado a cinco minutos de Paraguaipoa logró mantenerse.
Como en el pasado ese mercado sigue siendo el punto de encuentro a comerciantes que vienen de distintas partes de la península y de otros lugares circunvecinos a intercambiar sus productos a lo largo de una construcción irregular; formada a ambos lados de la carretera que conduce a Maicao (Colombia). Esos pequeños negocios informales conformados por tarantines, enramadas, chozas donde el wayuu ofrece sus productos, y parte de su trabajo creador, que ha sido soporte a familias durante generaciones fue destruida el 09 de agosto de 2015 por el gobierno nacional tras descubrirse allí la meca del contrabando de extracción que tenía patas arriba la seguridad alimenticia del país. Atropello que no es nuevo para esa población a pesar de las garantías y privilegios que otorga el Capítulo VIII de la Constitución Nacional “De los Derechos de los Pueblos Indígenas”.
No obstante, hay que agregar a esto las palabras del gobernador, Francisco Arias Cárdenas y recogida por diferentes medios del país después del operativo conjunto desplegado por 718 funcionarios: “Lo que hicimos en los Filúos fue liberar a La Guajira porque esclavizan a quienes dependen del bachaqueo”. Todos saben que ese inusitado operativo fue la respuesta a la reacción del pueblo que salió a la calle el día anterior y desbordara Sinamaica para reclamar sus derechos y terminara con el incendio de los retratos de Chávez, Maduro y el mismo gobernador en la plaza Bolívar de esa localidad. Las caravanas de camiones con alimentos que pasaban expeditos por todos los controles militares rumbo a Colombia y ante sus narices, fue el detonante.
Desde la creación del famoso Distrito Militar número uno, en 2010, por disposición del difunto presidente Chávez y fuera rechazado por toda la comunidad, se han registrado según el Comité de Derechos Humanos de la Guajira 16 muertos, 38 heridos, 19 torturados, y un desaparecido. Todos de manos de militares. Uno de ellos, el más reciente fue el caso del estudiante de noveno grado, Joander Escacio, quien el martes 24 de febrero de 2015 recibió un tiro de fusil por la espalda cuando regresaba del liceo Orángel Abreu Semprún de Paraguaipoa, después que miembros del Ejército comenzaron a disparar sin medir las consecuencias a través de una operación que intentaba frenar las correrías de unos “bachaqueros”, desestimando el llamado de algunos vecinos de Guarero que advertían una fatalidad.
A mediados del siglo XX la Guajira venezolana vivió una situación parecida cuando un coronel gomecista emprendió una persecución encarnizada contra los wayuu y se volviera el hombre más rico de la región a costa de venderlos como esclavos a las haciendas del Sur del Lago. Esta atrocidad fue recogida como testimonio histórico en la novela Sobre la misma tierra de Rómulo Gallegos, pues el Maestro visitó la península en 1941 para documentarse y conocer esta realidad que ocurría al margen de la aparición del petróleo. Testimonio invalorable porque fue vedado por la historiografía nacional.
Aunado a esas muertes, despuntan las necesidades en ambas guajiras por la escasez de comida, la sequía y la falta de agua, pues las lluvias que esperan los agrietados jagüeyes tardan hasta tres años en llegar. Sumado a lo anterior están las cifras del Banco Mundial que presenta un verdadero cuadro de pesadillas, pues la tasa de mortalidad de niños menores de cinco años por cada 1.000 nacimientos la tiene la remota Ruanda con 55 y la Guajira con 45. Cualquiera que haya conocido en el mundo la tradición petrolera de Venezuela, y haya tenido una noción de los recursos que se ha manejado en los últimos diez años, no podrá imaginarse que eso ocurra aquí, sino en un lejano pueblo de África, como la golpeada Etiopía.
Ese pesado cuadro de ignominia que parece una película de terror, es la “Resistencia Indígena” que tiene que enfrentar todos los días de Dios, los primeros venezolanos que viven a partir del Hito número UNO.
Marcelo Morán
wayúu escritor y testigo de primera mano de la realidad de la Guajira.