El acuerdo que Venezuela requiere no se propiciará en condiciones ideales ni sus protagonistas serán actores de Hollywood. En la campaña esa premisa debería desgranarse más para poder elaborar un mensaje que conecte con los venezolanos transversalmente. De hecho, su posicionamiento en la opinión pública permitiría perfilar una oferta-puente para redefinir el socialismo. En el entendido que su renovación es un objetivo práctico antes que un compromiso doctrinario o partidista. Después de todo, parece irreal presumir que el Estado chavista junto con 20 gobernadores, 250 alcaldes y cerca de 10 mil dirigentes comunitarios permitirán que la Asamblea termine en las manos de diputados comprometidos con el libre mercado o con el desmantelamiento del socialismo. Menos aceptarán que la oposición alcance una mayoría parlamentaria cuando algunos de sus candidatos prometen revancha antes que pactos o soluciones.
La tesis del cambio no podría arrastrar un precio muy alto para los chavistas. Al contrario, el planteamiento que se les debería formular tendría que resolverse en una matriz de incentivos. Por ejemplo, habría que decirles que redefinir el socialismo implica que mantengan sus ideales y posiciones pero que cooperen con la derrota electoral del clan Maduro-Cabello en contraprestación.
Es probable que la militancia chavista, muchos decisores públicos y directivos del Polo Patriótico se encuentren dispuestos a evaluar una propuesta cuyo eje lo constituye reestructurar el socialismo antes que considerar cualquier otra. La oferta que seguramente ni siquiera verán es la que formulan quienes hablan de ganar la Asamblea para limpiar los poderes y meter preso a los que están en gobierno.
Las parlamentarias son la plataforma ideal para comunicar que la reunificación popular se resuelve en un pacto político. Ahora bien, no se requiere comulgar con los postulados de Marx ni admirar a los Castro, tampoco se necesita sentir simpatía por los militantes del Polo Patriótico para comprender que el piso de cualquier acuerdo político lo define la realidad; la cual está determinada por las circunstancias emocionales, comunitarias, económicas, culturales y partidistas de la población; pero también por el reconocimiento de quienes administran el poder popular y local, regional y nacional.
Enmarcar el mensaje de la MUD en amenazas es un error comunicacional que debe evitarse. Si se quiere, es una equivocación política que impedirá modificar la correlación de fuerzas en el parlamento. El discurso que intimida está fuera de contexto; el electorado vota por soluciones no por amenazas. La experiencia confirma que los candidatos camorreros consiguen poco apoyo; en general, el elector prefiere abstenerse antes que respaldar a los que juran convertirse en verdugos de sus adversarios.
En esta campaña la oferta y su narrativa serán las piezas claves para aumentar el número de personas que votarán por la tarjeta de la unidad. Por supuesto, corresponde a los jefes de la MUD decantar un mensaje que gane voluntades y evite la abstención. Sin embargo, los estudios dejan ver que el país reclama una campaña que priorice las explicaciones por encima de los insultos y del chantaje; además, que no oculte los problemas por difíciles que parezcan. En especial, que la propuesta para resolver la crisis actual y encarar el futuro de Venezuela no se sustituya por una publicidad guabinosa; es decir, mentirosa.
La gente quiere que se le hable con trasparencia no con medias verdades. Por eso, lo peor que la MUD puede hacer es seguir manoseando el tema de la unidad sin darle contenido específico. Pues los electores dejarán de percibir la unidad social como una vía para sustituir al presidente y pasarán a considerarla como otro ofrecimiento engañoso.
Hay que pactar sobre el socialismo para evitar la completa bancarrota moral y económica de la república. Reestablecida la convivencia y perfiladas las reglas básicas para recuperar la calidad de vida sobrará tiempo para que liberales y conservadores; comunistas y cristianos disputen el destino ideológico del país.