Los venezolanos no pudimos ver el juicio condenatorio a Leopoldo López a través de los medios de comunicación, así suele suceder en las sociedades dominadas por gobiernos totalitarios cuando se condena a un inocente, sin pruebas, al mejor estilo de los “jueces del horror” de la Alemania nazi o de las purgas estalinistas de la Rusia soviética.
¿Por qué esa censura? ¿Será que a la juez Susana Barreiros no quería que comprobáramos en su rostro, en sus gestos inseguros, en su mirada evasiva o en su temblorosa voz al momento de leer la condena, que en efecto Leopoldo acertó cuando con firmeza y coraje le dijo: “Usted va a tener más miedo de leerla que yo de escucharla”?
Es probable que en la juez pudieran estar presente esos temores, pero la censura no es debido a los miedos de la dama. La orden de actuar en las sombras, con la opacidad y la alevosía del que delinque, es producto del miedo de quien le dio la orden de echarle a Leopoldo 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de prisión en Ramo Verde. Es el miedo de quien descubre que tiene el sol en la espalda, de quien sabe que le llegó la hora.
A quienes lideran a la oposición democrática les toca entender que ese miedo se ha trocado en pánico, que quien lo padece “no está jugando carrito” y está dispuesto a todo, a TO-DO, con tal de mantenerse en el poder.
Por supuesto, al portador de ese culillo también le corresponde entender que Leopoldo, además de tener el viento a su favor, tampoco está jugando cuando con absoluta serenidad llamó al pueblo a “mantener la calma, la dignidad y a no perder ni un minuto el ánimo”. No olvidemos como los gobiernos despóticos le temen a algunos líderes presos. Los ejemplos sobran.