“La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento de los hombres”
Federico Nietzsche.
Casi pareciera que esta reflexión fue una profecía, porque es perfectamente aplicable a nuestro contexto político. Vamos a ver por qué.
En la Venezuela en que vivimos, nos encontramos con una clase política que se hace llamar de oposición frente a un régimen dictatorial. Tal “oposición” no ha cumplido su rol durante los últimos 15 años debido a que ha legitimado al régimen a través de procesos electoralescuyas supuestas victorias nunca ha reclamado como suyas, sino que ha reconocido su robo por parte del chavismo. Sumado a esto, la MUD no representa de ninguna manera a los venezolanos ni sus intereses, sino que sólo se muestra como aparente alternativa política ante el oficialismo.
He dicho “aparente alternativa política” apropósito, puesto que la legitimación constante por parte de la MUD hacia el chavismo no ha sido inocente: es parte de un sistema político ideado por ambos “bandos”.
Pero ¿Cuál es la finalidad de este sistema político?
Este juego político busca adormecer a la población haciéndole creer que la única forma de salir de éste régimen es a través de procesos electorales. Una de las consecuencias de este discurso es la generación de un sentimiento de esperanza en el ciudadano, el cual se exculpa a través del voto de toda participación activa dentro de los mecanismos legales para expresar su descontento ante el régimen. Depositando así en una clase política que ha perdido toda credibilidad la responsabilidad de defender sus intereses y resultados de tales procesos electorales, con la expectación evidentemente no cumplida de que esta clase política luche para exigir garantías democráticas transparentes.
El sentido de la esperanza atormenta al venezolano cada vez más debido a las recurrentes expectativas generadas en cada proceso electoral para que en el momento de su culminación se le diga: “nos robaron las elecciones, queda organizarse mejor para las próximas”. La esperanza se ha tornado en un antivalor, por el hecho de que ha tomado un carácter pasivo y no activo. Es pasivo por el hecho de que el ciudadano, al otorgarle responsabilidades a una clase política que no lo representa, queda inevitablemente a su merced.
En Venezuela ocurre que los partidos políticos no surgen a partir de la sociedad civil como entidad con capacidad de influir en el poder y de defender los intereses de un sector de la población, sino que se crean a partir de los intereses de los actores que hacen vida en la comunidad política, lo cual les confiere un carácter personalista. Por lo que a la ciudadanía le queda escoger y resignarse a partidos creados con los mismos fines del juego político que no satisfacen sus exigencias a cabalidad.
Es necesario un cambio de mentalidad que sitúe al venezolano como dueño de su propio destino y el de su país. El individuo debe responsabilizarse por sus acciones y la defensa de sus intereses como ciudadano, y uno de los mecanismos para esto es la organización a través de asociaciones y partidos políticos que nazcan desde la sociedad civil, en lugar de esperar que surjan líderes y propuestas de una comunidad política que ha perdido toda credibilidad y validez.
Libertad o Nada.