“Si me condena le va a dar más miedo a usted leer la sentencia que a mí recibirla,
porque usted sabe que soy inocente”
Leopoldo López
La gloria hecha pueblo
Venezuela es una bella palabra, bellísima palabra.
Su sonido, su entonación, lo que representa (la pequeña Venecia), lo que simboliza (la gloria hecha pueblo) y lo que nos inspira su pronunciación es conmovedor, único.
Imagino que cada habitante del mundo es afectado por un sentimiento semejante cuando escucha el nombre de su país, que cada uno se ensancha a su modo cuando una voz ajena articula el nombre de su patria, sobre todo cuando se esta fuera de su tierra.
Sin embargo, después de estos años de lucha por la libertad, de esta permanente pugna con el cinismo y perversidad chavista, cuando pronuncio o escucho esa bella palabra que es Venezuela mi alma se abriga y sujeta a ella.
Es diferente, porque somos diferentes, la bella palabra Venezuela ha adquirido otra envergadura, es más honda y sentida, más unánime, más intensa.
La bella palabra eres tú venezolana, venezolano que luchas.
Eres tú que encarnas un grito de libertad.
Si una nación es su gente y su gente lucha como tú, como yo, pero particularmente como Leopoldo López, tenemos sobradas razones para ensancharnos y vibrar de orgullo cuando escuchamos esa bella palabra que es Venezuela.
Ahora sí más intensamente que nunca porque hemos cambiado, porque nuestra feroz -pero digna- lucha por ideales y sueños nos hace renacer de la cenizas históricas en las que habíamos caído.
Hacía tiempo que Venezuela no encarnaba la furia de su himno, hacía tiempo que nuestra política era un circo de vanidosos (opositores) y despiadados (chavistas), hacía tiempo que un político no mostraba un par de talantes morales bien puestos.
No hay que amarrar nuestro corazón al poste del pesimismo cuando se da una lección moral y de honorabilidad como la que Leopoldo ha dado, no, nada de eso, lo que hay es que sentir que esa bella palabra que es Venezuela ha recuperado su fuerza moral, su garra y bravura.
Yo no siento ni sentiré tristeza, no, la sentencia era absolutamente previsible: una dictadura actúa como una dictadura. Lo que siento es una renovación de ánimo, una fuerza e inspiración para luchar más, una tenacidad renovada, un despertar.
No hay tristeza, hay más hambre de libertad y de justicia que nunca.
La moral y la política
Nadie ha dicho ni puede decir que la transformación de una nación o que el tránsito de una dictadura a una democracia son tareas fáciles, no lo son, generan angustia, dolor y requieren mucho sacrificio; a veces las victorias no llegan, no se aparecen, por eso cuando llegan o aparecen, como en el caso de la victoria moral que ha significado la sentencia judicial en contra de Leopoldo, uno no se puede entristecer, uno debe saber y sentir que las cosas están cambiando, que lo que tanto nos ha costado explicar interna y externamente: que en Venezuela vivimos una dictadura, con el aberrante juicio a Leopoldo quedó al descubierto.
López, además, ha dado una lección de fortaleza moral y de coherencia intelectual que le urgía a la historia política de Venezuela. Estamos ante uno de esos extraños casos, tan conocidos universalmente, en el que un líder no sólo habla de moral, sino que la encarna.
López no cumplirá la condena, saldrá pronto. El peso de la sentencia, la infamia que la envuelve, destrozó a Maduro y terminó por encumbrarlo a él.
Los que conocemos a Leopoldo sabemos que está preparado espiritualmente para resistir, que entiende que su resistencia es sembradora, que la política venezolana había tenido referentes de diferentes tipos pero pocos referentes morales, entiende además que la apocada oposición no saldría del chavismo sin sacrificio, su virtuosismo durante el infame juicio no sólo ha conmocionado a Venezuela, ha conmocionado al mundo.
Escribí “conmocionado” y debí escribir “iluminado” porque el resultado de esa conmoción mundial ha sido el desenmascaramiento total de la dictadura chavista.
Esa es una apoteósica victoria de Leopoldo que hace que la bella palabra que es Venezuela también venza.
Es decir: tú.
El himno que yo canto
Como he dicho, no soy un opinador ni un analista, prefiero cantar cuando escribo y hoy deseo cantar el himno nacional. ¿Lo hacemos juntos?
Porque juntos, y con Leopoldo, somos la gloria de un pueblo bravo que lanza para el carajo el yugo de la dictadura chavista resistiendo de manera pacífica, respetando la ley, pero enseñando los dientes de la virtud y el honor en cada aliento.
Ya no somos pocos los que gritamos que bajen las cadenas porque, como Leopoldo bien le señaló a la vil egoísta Susana Barrieros, será el pobre en su choza quien lo exija y triunfe, quien le quite las esposas.
Sabemos que la libertad no se pide, se conquista gritando con brío que muera la opresión. Lo nuestro ha sido un grito perenne contra las cadenas y contra la opresión, lo fue en 1810 y lo es ahora en 2015, porque esa palabra bella que es Venezuela nos hace compatriotas fieles de la fuerza, de la fe y de la unión.
Dios, el supremo autor, desde el empíreo nos infunde como pueblo un aliento sublime de libertad que logra que toda la América exista como nación y si el despotismo levanta la voz, seguiremos el ejemplo que en Caracas Leopoldo dio.
No hay cansancio ni pérdida, hay dignindad. La historia no se equivoca y nosotros estamos en su lado correcto, como Cristo, Gandhi, Luther King o Mandela.
Gracias Leopoldo por tu sacrificio y entrega, no estás preso, nunca lo estarás, tú espíritu está más libre y enaltecido que nunca. Ese santo nombre que es Venezuela te necesita y espera para que lo gobiernes y dirijas hacia un mejor destino de libertad y prosperidad.
¡Viva Venezuela!
@tovarr