Como ha pasado ya tiempo suficiente para que la natural reacción apasionada que surge frente a la conducta inesperada de alguien, en quien imaginábamos un comportamiento diferente se haya calmado, me voy a aventurar a pisar el difícil terreno de las exposiciones públicas del Papa Francisco.
Desde luego no me gusta lo que he visto, ni oído. Acepto que el Papa no viaja para hacer y decir lo que sea de mi agrado. Él tiene su propia agenda bien diferente a la mía, que por cierto está siendo condicionada casi unívocamente por lo que vive Venezuela. En el caso del Papa lo que aquí ocurre es ciertamente uno entre muchos elementos a tener en cuenta.
No puedo obviar el señalamiento de que cuanto hizo o dijo el Papa, no lo hizo bajo palio, o dicho de otro modo, amparado por la infalibilidad que supuestamente le asiste en determinada situación; y lo natural es que sea juzgado por sus contemporáneos y que a unos les guste y a otros no.
El Papa tiene 78 años y yo 74 y por lo tanto hemos compartido un pedazo grande de historia, en nuestra condición de suramericanos y católicos, vinculados -él como miembro y yo como exalumno en primaria, secundaria y la universidad- a la compañía real que Jesús con su nombre distinguió. Debería haber muchas similitudes en nuestros enfoques. Gracias a Dios que no es así.
He aquí algunas pequeñas o notables diferencias. Si, por una inexplicable circunstancia, Evo Morales me hubiera regalado un Cristo no enmarcado en la cruz tradicional, sino en ese símbolo aberrante de la hoz y el martillo; no lo habría sostenido en mis manos. Al suelo habría caído y no lo habría recogido.
Si hubiera llegado a Cuba antes de enviar un saludo ‘de consideración y respeto’ no a Fidel, que al llamarlo por su nombre de pila es casi una invitación al tuteo, sino al mayor de los hermanos Castro, hubiera solicitado la autorización de rigor para depositar una ofrenda floral en la tumba, seguramente común, de los jóvenes cubanos y cristianos fusilados mientras gritaban “Viva Cristo Rey”. Después mi saludo a Castro protocolar y formal.
No quiero ni imaginar lo que hubiera podido escribir en esta página, si hubiera acometido la tarea estando más frescos los acontecimientos. Los egresados de los colegios de la compañía de Jesús reflejan en su decir y obrar un abanico inmenso de diversidad, con la excepción de Castro que quiere imponer su pensamiento a los demás.