El contenido de la confesión del fiscal 41° nacional Franklin Nieves, uno de los acusadores formales en el juicio injusto que se le hizo a Leopoldo López, no sorprende a nadie.
Desde el día uno cuando Nicolás Maduro -ya acostumbrado a abusar del poder- tomó la arbitraria decisión y le ordenó a la justicia venezolana encarcelar a Leopoldo López, todos estuvimos perfectamente claros de que ese era un proceso amañado que nada tenía que ver con las leyes ni con la constitución, sino más bien con el miedo que siente una dictadura cada vez más impopular a la irrupción de un liderazgo genuinamente democrático capaz de conducirnos hacia el cambio que tanto demanda nuestro pueblo.
El mismo Leopoldo insistió antes, durante y después de conocer su sentencia, todos los días y en cada oportunidad que tuvo, que el suyo era un juicio de naturaleza política, ajeno a la justicia y al ordenamiento legal, donde se presentaban pruebas falsas y testimonios manipulados con el único fin de aparentar un estado de derecho que en la Venezuela de hoy no es más que letra muerta. Lo mismo denunciaron todos los miembros de su equipo de defensa legal encabezados por Juan Carlos Gutiérrez, sus familiares, amigos y compañeros de lucha.
De tal manera que lo dicho por el fiscal Franklin Nieves, quien señala que decidió salir del país “en virtud de la presión que estaba ejerciendo el ejecutivo nacional (…) para que continuara defendiendo las pruebas falsas con que se había condenado al ciudadano Leopoldo López”, no es un descubrimiento ni una revelación de algo insospechado, al contrario, es la reafirmación categórica de lo una y otra vez denunciado: en dictadura no existe justicia. Recordemos las declaraciones de Eladio Aponte Aponte, Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia quien decidió hablar, luego de su llegada a Estados Unidos, porque se sintió “traicionado” y dejó en evidencia lo podrido del sistema judicial.
Si viviéramos en un régimen genuinamente democrático, con una fuerte independencia de los poderes públicos y un imperio absoluto de la ley justa, la sentencia en contra de Leopoldo López sería declarada nula y él recobraría su libertad inmediatamente. De igual forma, y respetando el más mínimo sentido de la vergüenza y el honor, la juez involucrada directamente en el caso renunciaría a su cargo, así como la Fiscal General de la República y el Defensor del Pueblo, quien además preside el Consejo Moral Republicano. Pero como no estamos viviendo en un sistema democrático verdadero, y como lo que mueve a quienes detentan el poder es todo menos el honor, eso no sucederá.
Es aquí cuando los ciudadanos debemos preguntarnos qué hacer, cómo superar esto, cómo salir de este estado perenne de injusticia y de abuso que muchas veces nos tumba el ánimo y nos conduce inevitablemente a la desesperanza y al desánimo.
Yo he pensado mucho en esto y he llegado a la conclusión de que lo primero que debemos hacer es identificar claramente, sin dudas ni vacilaciones, el origen o la causa de toda nuestra crisis, para así, de una vez por todas, avanzar en el logro de una solución estructural más que coyuntural; una solución que trascienda o que vaya más allá de una simple elección (por más importante que sea) y que se convierta en la base de una sociedad libre y democrática.
El gobierno nacional por sí solo no es el origen último de todos nuestros males. Nuestro problema, lamentablemente, es mucho más complejo. El origen de toda esta crisis está en el sistema antidemocrático y con aspiraciones totalitarias que a lo largo de 16 años se ha ido afianzando en Venezuela. Un sistema de dominación basado en el miedo, con mucho potencial para corromper y degradar espíritus y corazones libres.
Hacia allá debemos apuntar los ciudadanos, hacia el cambio pacífico y democrático de ese sistema perverso capaz de obligar a un hombre (en este caso, por ejemplo, a Franklin Nieves) a hacer el mal (acusar y condenar a una persona inocente), so pena de castigos inenarrables que la mayoría de las veces no se conocen y quedan impunes.
Si esto sucede en el caso de Leopoldo López, -sin duda alguna el preso político más visible dentro y fuera de nuestras fronteras-, cuánto vicio y manipulación existe entonces en los casos de nuestros demás presos políticos, de los estudiantes, de quienes por mandar un tweet o solo por estar en el lugar equivocado, las fuerzas del régimen decidieron hacerlos presos.
Un sistema así, que esclaviza a los hombres a través de la banalización del mal, es nuestro enemigo.