Me parecía, desde hace tiempo, que el «espíritu de la escalera» era una de esas exageraciones de Vila-Matas, o de sus narradores, para describir ciertas angustias por la incapacidad de rebatir, en tiempo real, a ciertos interlocutores que van haciéndose insoportables. Pero (l’esprit de l’escalier) es, en verdad, un ejercicio de venganza. Y para Vila-Matas, Aira, Leys y los franceses, encabezados por Diderot y Valéry, significa «encontrar demasiado tarde la réplica: pasar por ese momento en el que encuentras la respuesta, pero esta ya no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba». Entonces solo te queda escribir para exorcizar el pesar y el arrepentimiento.
Pero es en el apéndice de la edición aniversario de Bartleby y Compañía, «La pregunta de Florencia», donde Vila-Matas nos da el mejor ejemplo, cuando pone por escrito lo que debió responder a Emmanuel Carrère hace tiempo ya, cuando este le preguntó, de lo más normal y sin mala intención, «¿te da miedo el silencio?». Y entre la pregunta y la tardía respuesta se interpone una mortificante espera. El advenimiento de la revelación. No obstante, ha sido así siempre, solo que apenas voy entendiendo la exasperante desazón de Vila-Matas, y de Aira, y de Leys, y de Valéry y de Diderot, por supuesto, aunque con mucha alegría de por medio, ahora que sé que se trata de una angustia muy francesa.
Y voy entendiendo, o haciéndome de una opinión, porque el viernes pasado, a la noche, en el viejo Club Creole experimenté, en carne propia, el «espíritu de la escalera». Fue algo aterrador. No se lo deseo ni a mi peor enemigo. Estaba yo, pues, tan distraído como de costumbre, cuando se apareció un viejo amigo del sexto grado. Empezó a conversarme de política. Me acordé de mi madre, que dice que de la abundancia del corazón habla la boca. Y en el corazón de este amigo del sexto abunda la revolución. Me explicó lo inexplicable de la próxima victoria chavista, pero lo que más me desconcertó fue que dijera que él, mi amigo del sexto, prefería el país así como estaba, con toda esta crisis descabellada, porque él, mi amigo del sexto, había amasado una gran fortuna, bueno, quizás sea solo una pequeña fortuna, no lo sé, pero se definía como un hombre venturoso al fin y al cabo. Luego me remató con una pregunta insólita para justificar que la revolución es del pueblo: «¿por qué no ha reventado un 27 de febrero?». Yo le dije que mientras los cadetes y oficiales de nuestro glorioso ejército libertador estuvieran custodiando rollos de papel tualé, veía difícil que algo así sucediera». Mi amigo del liceo sonrió, como si fuera Vicent Price, y desapareció, dejando en el aire su estela de superioridad y sabiduría. Y fue desaparecer para que se me vinieran a la cabeza montones de respuestas mucho más serias y contundentes, hasta ciertas estadísticas que lo habrían puesto en aprietos. Pero nada de eso sucedió esa noche. Allí fue cuando recordé La pregunta de Florencia. Sentí una especie de déjà vu literario. El resto de la velada tuve que dedicarlo a beber un poco más de lo acostumbrado para ver si me librara del maldito l’esprit de l’escalier. Fue inútil. Y ahora he tenido que sentarme a escribir esta nota con la esperanza de encontrar sanidad y sosiego para mi alma atormentada. Y ojalá que, por añadidura, estas líneas sirvan, también, de «justicia poética» al menos. Bien dijo Vila-Matas que la escritura nace de ese espíritu de la escalera y en el fondo es la historia de una venganza.
@EldoctorNo