Luis Barragán: La tierra es plana

Luis Barragán: La tierra es plana

Una sociedad libre, plural e informada, es difícil de engañar. Acaso, por momentos, sucumbirá, pero suele despertar inmediatamente y, al transitar la crítica,  restablecer los parámetros que ayudan a su normal desenvolvimiento.

Una mínima escolarización de la población, más el dinamismo de una opinión pública resistida al arrodillamiento, tiende a orientarla persistentemente hacia la sensatez. Y, por muy bulliciosas y reiteradas que sean las campañas, la propaganda y la publicidad encuentran severos límites.

A mayor sojuzgamiento, uniformidad y dogmatización, mayores posibilidades existen para la estafa política, profundizado aquello que llaman poder pastoral. La más modesta reacción instintiva, resulta perseguida, reprimida y censurada, entronizando la anormalidad.

Condicionada la opinión pública, simulando su existencia, y dedicadas las aulas a cultivar la sumisión, la fuerza parecerá siempre irresistible frente a la desprestigiada razón. Por más que contradiga las realidades, la versión que ofrezca el Estado habrá de aceptarse como el conveniente dato de supervivencia de las masas que lo soportan, mas no personas, mas no pueblo, mas no ciudadanía.

Décadas atrás, cualquier gobierno podía intentar la evasión o negación de los problemas, interpretándolos disparatadamente, pero la sola respuesta del parlamento o de los medios de comunicación, donde legos y especialistas confluían, constituía un riesgo para su credibilidad. Empuñada una idea, argumento o postura evidentemente ilógica, rayana en la chifladura, le hubiese restado la mínima e indispensable sobriedad a los decisores públicos, con las consecuencias del caso.

Hasta finales del siglo pasado y principios del presente, lucía impensable que alguna sandez prosperara en la sociedad de una básica cultura democrática, como la nuestra. Por más improvisaciones e informalidades en las que incurrieran los nuevos elencos gubernamentales, hubo el pudor necesario de la congruencia. Empero, nuestra experiencia en el XXI, demuestra que es viable el retroceso.

Manipuladas las estadísticas, maniatada la prensa, bloqueada la disidencia y permeada la guerra psicológica, el señor Maduro puede muy bien asegurar que ha disminuido la pobreza. Poco importa que la adquisición y el consumo de los alimentos estratégicos sean una hazaña, conocido el costo mensual de la canasta, por no hablar  de las otras variables (vivienda, inflación, desescolarización, salud, etc.), pues – creyéndola irrefutable – la consigna ha de repetirse incansablemente, a pesar de las evidentes, interminables y frustrantes colas que quitan tiempo para la búsqueda de un empleo.

El problema no está en el eufemismo y la mentira, sino en el hábito capaz de entronizar el absurdo. El caso venezolano demuestra que si el régimen asegura que la tierra es plana o el universo gira teniéndola por centro, habrá quienes le crean ciegamente, aunque esa minoría, cada vez más angosta, genera una señal negativa y positiva a la vez: el virus totalitario puede afectar a las sociedades de una relativa o total tradición democrática, cuya mayoría puede reaccionar gracias a las reservas políticas y morales que subsisten.

 

@LuisBarraganJ

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