Frente a esto no puede amansarnos la certeza que el desmoronamiento del chavismo nos da ni podemos aquietarnos ante el inminente final de la narco revolución. Tampoco podemos serenarnos ante la esperanza del 6 de diciembre. Es preciso tomar dentro de nosotros mismos la decisión del cambio. No tenemos opción, la historia nos emplaza a ser, aquí y ahora, hacedores de nuestro destino. Porque quien realmente tiene sentido de permanencia con su país debe asumir esto y más, es el momento de asumir que el epílogo de esta historia comenzó a escribirse y sólo nosotros, los venezolanos, podemos poner el punto final que hace falta para que en el parto de la libertad que se avecina juremos solemnemente como tantas veces he insistido: NUNCA MÁS.
Debemos estar conscientes que se acerca un trágico vendaval que pondrá punto y final a este error de nuestra historia que no nos merecíamos pese a la vergonzosa indiferencia que gran parte del país tuvo respecto a la tragedia de estos dieciséis años. La ingente tarea de la reconstrucción moral de nuestro país no podrá aplazarse y debe ser la prioridad de la democracia venidera.
Venezuela será libre cuando realmente se hayan consolidado y reconfigurado el conjunto de valores que el chavismo destruyó a tal punto que, por ejemplo, el narcotráfico se convirtió en práctica de estado. Nunca antes se había presenciado la destrucción de una nación como ahora sucede, debemos despertar ante eso y reconfigurarnos a nosotros mismos como ciudadanos. ¿Cómo fue que hemos permitido que se trafique drogas con pasaportes de carácter diplomático?, por ejemplo. La libertad es libertad en plenitud cuando descansa sobre esos valores necesarios que impiden la prostitución que al final conduce a este tipo de épocas como la que vive nuestro país y que en la centuria pasada causó tanto horror en la humanidad. Venezuela no será Venezuela sino somos capaces de renovar nuestra venezolaneidad, es decir, nuestro gentilicio y todo lo que se nos fue de las manos.
A esta y otras tareas debemos concurrir todos, la reconstrucción del país será una tarea larga pero fructífera para esas generaciones que ya vienen detrás ansiosas de ver que finalmente pusimos el punto final. El 6 de diciembre se pondrá fin a una dictadura totalitaria y narcotraficante que prostituyó como jamás se había prostituido a un país que, sinceramente, no lo merecía. Por ello, debemos pensar en el cambio inexorable que la historia configura ya.
Los delincuentes que usurparon el poder y que participan en la orgía destructora de nuestro país pagaran el precio que ya antes ha sido apuntado a la factura de sus símiles históricos. Eso es una esperanza que ya se realiza y que seguirá realizándose.
No debemos exigir la renuncia de un sujeto que no fue elegido con el voto popular sino que, con la colusión de los poderes fallidos del Estado, lo que hizo fue usurpar el poder. Somos nosotros quienes debemos echarlo para preservar al menos la existencia territorial de Venezuela en lo inmediato.
Robert Gilles Redondo