En el corazón de la tundra del Ártico, los científicos observan con preocupación el deshielo acelerado de los suelos, un fenómeno que preocupa cada vez más a los expertos del clima.
Catherine Hours / AFP
El deshielo del permafrost (la capa de hielo permanente) se está acelerando a causa del cambio climático y podría liberar gases de efecto invernadero que hasta ahora estaban “encerrados” debajo.
Desde hace algunos años, los científicos han identificado este fenómeno como una fuente más de calentamiento global. Estos suelos cubren una cuarta parte de las tierras del hemisferio norte.
“Se habla de una ‘bomba climática’ porque existe el peligro de que el gas salga rápidamente del permafrost. Hay que evaluar el riesgo”, asegura el investigador Florent Dominé.
“La cuestión es saber si nos acercamos a una nueva catástrofe o si ‘solo’ se trata de otra fuente de emisión de CO2 contra la que habrá que luchar”, explica este especialista de la nieve, que trabaja en el norte de Canadá en la unidad de investigación Takuvik, un programa conjunto del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) francés y de la Universidad Laval de Quebec.
Dominé asegura que apenas se ha estudiado el problema y lamenta que ni siquiera se menciona en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
Desde hace dos años, él y su equipo estudian los suelos, el ritmo de deshielo, el nivel de carbono y las emisiones del permafrost. El objetivo es entender cómo se va a descomponer la materia orgánica encerrada debajo de este suelo, tan duro como el cemento, y si emitirá CO2 o metano.
“Si todo se transformara en CO2, ¡triplicaríamos la concentración de CO2 en la atmósfera! Pero por suerte una parte del carbono será evacuada en forma de sedimentos en los ríos y los océanos. Y todo no será instantáneo”, augura el investigador.
Dominé ha colocado instrumentos de medición por todo este inmenso territorio, desde el sur, en los bosques boreales, hasta el norte, en las islas Ward Hunt y Bylot donde sólo crecen líquenes.
A medio camino, el científico también ha colocado sensores en un pequeño valle, cercano al pueblo esquimal de Umiujaq, cerca de la bahía de Hudson.
Charcas y valles
En medio de este paisaje de tundra lleno de musgo y arbustos, Dominé señala una serie de charcas creadas por el deshielo del permafrost y que pueden emitir entre 10 y 100 veces más de CO2 que los suelos. “El deshielo del permafrost no ha hecho sino empezar”, advierte .
El deshielo también crea pequeños valles donde la vegetación crece muy rápidamente y donde “la acumulación de nieve actúa como un aislante, acelerando todavía más el deshielo”, explican los científicos.
“Queremos comprobar si esta nueva vegetación, como los abetos o los abedules, protegen el permafrost o si, al contrario, precipitan su deshielo”, explica Maria Belke-Bria, que utiliza un teledetector ultrasensible para medir el poder de calentamiento de la vegetación. Se trata de un trabajo muy laborioso que tendrá que repetir durante meses para analizar los cambios según la estación del año o los tipos de planta.
“La mayoría de zonas de deshielo del permafrost son fuente de gases de efecto invernadero”, subraya Florent Dominé.
A su lado, Xavier Morel, doctor asociado del CNRS y de la agencia meteorológica francesa, recoge muestras de tierra. En Francia está trabajando en un modelo climático que incluye el permafrost.
Este equipo científico también contribuye a las bases de datos internacionales sobre el permafrost. Desde los años 1960, y a pesar de la Guerra Fría, Rusia y Estados Unidos colaboran en su estudio.
Pero aunque los científicos esperan mejorar sus previsiones, advierten que de momento no propondrán ninguna solución a este fenómeno. “¡Es imposible captar el carbono que saldría de 10 millones de km2!”, asegura Florent Dominé, y dice que “lo único que se puede hacer es frenar el calentamiento global”.