En los primeros meses del año 1940 muy pocos creían que la poderosa, disciplinada y modernísima fuerza de guerra creada, desarrollada e impulsada por los nazis en Alemania, y que había arrasado con polacos, checoeslovacos, holandeses, belgas y franceses con su increíblemente bien equipada Wehrmacht, la fuerza armada alemana (integrada por el Heer, ejército o infantería, la Kriegsmarine o Marina de Guerra, la Luftwaffe o Aviación de Combate y las Waffen SS, poderosa fuerza autónoma de las fanáticas Schutzstafell (SS) con infantería y batallones blindados pero sometida al comando de la alta oficialidad del Heer.
La parte norte de Francia estaba ocupada por los alemanes, que habían cruzado como Pedro por su casa, el enorme descalabro francés de defensa militar conocido como Línea Maginot y las desmoralizadas fuerzas francesas no habían podido detener los panzer y transportes militares hasta que tomaron, ocuparon y rebasaron París. En la deslumbrante capital francesa los militares alemanes rescataron y limpiaron el vagón del tren en el cual ellos mismos fueron obligados el 28 de junio de 1919 cuando tras pedir la derrotada Alemania el fin de la guerra y un Armisticio, éste fue firmado, en ese vagón, en los espacios del Parque que rodea al espectacular palacio de Versailles, símbolo, por cierto, de la grandeur de Francia, tanto como el Gobierno de Napoleón.
¿Quién iba a pensar o imaginar en aquél momento que la Alemania Nazi sería arrasada?
Pues así como en estos tiempos nuestros, en esta Venezuela de tanques rusos, oficiales burócratas, de azúcar, café y caraotas desaparecidas, de falta de medicinas, de bachaqueros y seguidores de muertos, el presunto poderío emocional y la voluntad de no soltar el Gobierno –o sea, de no perder las elecciones- por parte de los mandos chavistas estaría haciendo creer a algunos que eso va a ser así; que el chavismo ya lo tiene todo preparado para no perder las próximas elecciones parlamentarias; que nada se le escapará y seguirán siendo Gobierno en la Asamblea Nacional.
Así creyeron, asustados, aterrorizados, algunos de buena fe y unos cuantos inocentes franceses de aquellos tiempos, ya ocupada más de la mitad de su país por las botas alemanas –y por la implacable Gestapo, y por las insistentes investigaciones y persecuciones políticas y raciales de las SS, miles de militares franceses muertos, heridos, desaparecidos o sepultados en brutales campos de concentración. Creyeron que si escogían figuras destacadas y planteaban un Gobierno amistoso, colaborador y de cohabitación para la parte aun no ocupada de Francia, ambos gobiernos podrían ser amigos y respetarse mutuamente.
El miedo tiene muchas formas de ocultarse, y el razonamiento conveniente es una de ellas. Conveniente para quienes tienen miedo a la verdad. ¿Por qué pensar que quien te ha atormentado y acosado por años, que expropió tantas empresas sin criterio y a lo loco, que en vez de revolución transformó a un país con dificultades en un pueblo improductivo y de mendigos, que ha venido apropiándose o poniendo contra la pared y silenciando a los medios de comunicación, que utiliza la justicia para amordazar a sus opositores, que las ideas y el debate democrático son sus enemigos, quien ya en poco más de 15 años nos ha mostrado con dos diferentes presidentes y con desfiles de ministros y diputados que no sólo no saben gobernar sino que cada vez lo hacen peor?
Aquellos franceses nerviosos cayeron en esa falsa apreciación, despreciaron al todavía joven Coronel Charles De Gaulle, unos cuantos militares y políticos que advirtieron que no debía bajarse la cabeza ante quien te ponía los pies encima, que no podía pactarse con invasores y criminales costase lo que costase; y decidieron creer que los nazis eran los mismos alemanes civilizados que parieron a von Eschembach, los hermanos Grimm, Mozart (austríaco, fíjese usted, como Hitler), Leibnitz, Beethoven, Kant, Goethe, Hegel, Schiller, Mann, Hesse, Schopenhauer y otros nombres de los forjadores de una notable cultura.
Pero los nazis no eran los alemanes, aunque sin duda los toleraron e incluso los respaldaron. Grandes talentos como Albert Speer, Ferdinand Porsche, la familia Krupp, Bayer, aportaron su fuerza, su tecnología y su experiencia. Pero aunque fuesen responsables, no eran ideológicamente nazis; por sus productos murieron cientos de miles de personas, pero también tuvieron trabajo y mejores niveles de vida para otros muchos millones.
Los franceses del sur de Francia también sabían qué pasaba y para dónde iban las cosas. Con un agravante: los nazis no eran simples malos franceses, eran invasores. Aún así rechazaron pelear por su tierra, luchar por sus derechos y batallar por su dignidad. Tomaron al ya anciano (había nacido en 1856) y al destacado Mariscal Pétain, eliminaron la tradicional democracia parlamentaria, establecieron un régimen autoritario más cercano a los fascismos de entonces que a la Francia tradicional. Como Presidente nombran a un dirigente de la derecha extrema, Pierre Laval.
¿Hicieron bien, hicieron mal? La historia los juzgo sin clemencia les cobro y los ciudadanos franceses también. Philippe Pétain el haber mantenido una política colaboracionista con los nazis, lo que al término de la guerra le acarreó la degradación y la condena a muerte, que más tarde fue conmutada por la cadena perpetua. Y varios políticos, principalmente diputados, que habían votado por otorgar los “plenos poderes” a Pétain fueron perseguidos por ello.
Pero un hombre de principios sólidos y valores éticos Charles De Gaulle y numerosos oficiales escaparon a Inglaterra para pelear desde allí, pelearon duro; inmediatamente se declararon contra del Gobierno de Vichy y proclamaron la Francia Libre. Llamaron asimismo a formar la Resistencia francesa; varias colonias se unieron a la Francia Libre, si bien la mayoría se quedaron sometidas a la administración de Vichy. Cuando finalmente llegaron las esperadísimas tropas estadounidenses que la torpeza japonesa llevó a la guerra y a cambiarlo todo, los franceses con De Gaulle exigieron –y lograron- ser parte de las fuerzas que atacaban a los alemanes en Europa e incluso desembarcaron en playas europeas el Día D.
Ciertamente la paz, la convivencia y coexistencia es anhelo de la gran mayoría en el mundo, pero hay tiempos en la vida que –lamentable- para conseguir tan codiciado deseo hay que transitar por caminos –no exactamente de rosas- porque los que tienen responsabilidades históricas no las saben apreciar o no logran comprenderlas y lo hacen inevitable.
Muchos ciudadanos no están de acuerdo con el entendimiento y avenencia porque la otra parte no desea ni razonar, ni reconocer y concordar. Y la excusa es la misma del escorpión: “es mi instinto no puedo evitarlo”. Los cooperantes tercos, ingenuos e inocentes insisten en hacerlo llevándose por el medio y sin contemplación a los que ayer eran minoría pero que después y los años, con los desengaños, las traiciones, las mentiras y las malas experiencias, ahora son mayoría. Ojala y la historia no los inmortalice como los franceses recuerdan a Pétain.
La diferencia entre ambos liderazgos franceses fue el miedo. Unos se dejaron derrotar por él, otros lo enfrentaron y lo derrotaron. Como en la Venezuela de hoy, donde los chavistas aúllan, gritan, amenazan, hacen creer –y algo han logrado, ¿cierto?- que este país será chavista para siempre.
El problema es que no depende de ellos sino de lo que usted quiera ser.
@ArmandoMartini