Probablemente nunca ha sido más cierto que en la Venezuela de hoy, que los tiempos de la esperanza y los de la celebración son tiempos distintos. Sin duda que no hay manera de disminuir la magnitud de la victoria política para las fuerzas de la resistencia democrática que significa la elección para la AN del pasado domingo. Pero tampoco hay modo de minimizar el reto y los riesgos que esta victoria conlleva. Se abren los tiempos de la esperanza, pero hay poco tiempo para celebrar.
Por un lado está la evidencia de que la oligarquía chavista pretende vaciar de contenido la elección de la nueva AN al recurrir a maniobras anti-constitucionales para obstaculizar la acción legislativa, entre ellas la más prominente el nombramiento apresrado de los magistrados del TSJ. Parece improbable que haya una amnistía a los presos políticos y ya Maduro ha asumido una actitud abiertamente beligerante y confrontacional, tanto sobre una eventual ley en esa dirección como sobre otras posibles acciones legislativas. Todo ello augura tiempos muy difíciles. El poder y la capacidad para hacer daño que todavía conservan el gobierno y el chavismo como movimiento es considerable. La oposición requerirá de mucha capacidad de liderazgo político para impedir que se ate de pies y manos a la AN. Allí esta el primer reto, y la naturaleza profundamente no democrática y de apego al poder del régimen venezolano indica claramente, como si hicieran falta más señales en esa dirección, que la oligarquía chavista está dispuesta a hundir al país arrastrándolo en su propia caida.
Pero tanto como a las amenazas provenientes del chavismo hay que temerle a las que pueden provenir del interior de las propias fuerzas de la oposición. Es el momento de recordar las conductas que nos trajeron a Chávez para que terminemos por comprender el efecto catastrófico que puede tener el repetirlas. En muchos aspectos, Chávez fue el hijo más genuino de la tragedia de degradación de la democracia y el sistema de partidos políticos en Venezuela. Una tragedia que se gestó durante muchos años de juego irresponsable del liderazgo del país y de los propios ciudadanos. Los unos por no hacer nada frente a la exclusión y la pobreza crecientes y que después vendrían a alimentar el resentimiento cultivado magistralmente por el Comandante; y, los otros, la gente, fundamentalmente la clase media que votó por él en la primera elección donde Chávez fue electo presidente, por escoger la terrible opción de que no podíamos estar peor y de que había que darle un chance al “hombre a caballo”, como lo llamaba Manuel Caballero. Esa combinación letal de anti-política y de dar por sentada la democracia, pacientemente difundidad desde importantes medios de comunicación y acariciada por muchos de los que hoy son perseguidos por el chavismo, pero que hace 20 años creyeron oportunista e ingenuamente que se podían aprovechar de la buena estrella del Comandante para desplazar a las élites gobernantes, nos trajo la catástrofe de la cual tenemos una oportunidad para librarnos y construir un mejor país.
Por huir de los perros de la corrupción, corrimos hacia los lobos del autoritarismo aún más corrupto y atrasado del chavismo. Recordar hoy esa lección es esencial para que nuestros parlamentarios entiendan a cabalidad la naturaleza histórica de su compromiso con la existencia misma de Venezuela como nación viable. A todo ello hay que añadirle que la oposición toma una tajada de la conducción de los asuntos del Estado en uno de los peores momentos de la crisis económica y social. El así llamado voto castigo contra el infausto gobierno de Maduro no es producto de la conducta cívica del venezolano sino del cansancio de la gente con el calvario en que se ha convertido la vida y muerte de los venezolanos. Pero la oposición no está en capacidad real de resolver los problemas de la nación, porque para ello haría falta un tipo de acuerdo social y político de todo el país al cual estamos muy lejos de llegar. Así que es muy importante decirle la verdad a la gente, para que se entienda con meridiana claridad que lo que ocurrió en la elección es solamente el primer paso en un difícil sendero. Y para que la reacción de algunos sectores sociales acostumbrados al empoderamiento salvaje y la impunidad estimulados por años de populismo no nos tome por sorpresa cuando la situación económica y social no mejore a la velocidad que la gente podría esperar.
No hay otra manera de decirlo: los ciudadanos le tenemos que exigir al liderazgo opositor y muy especialmente a nuestros representantes en la AN que se ejerza la política con ética de servicio público, algo que en Venezuela, desafortunadamente, no ha sido la norma histórica. Sin duda que la unidad fue esencial para que se diera el milagro del pasado domingo, pero ahora esa unidad que sirvió para actuar en el escenario de la polarización, tiene que servir para propiciar la reconciliación del país. De ella, si hacemos las cosas bien, emergerá la nueva Venezuela. Parafraseando a mi querido Chuo Torrealba en una de sus expresiones más afortunadas: después de la experiencia ominosa del chavismo, el liderazgo opositor tendrá que educar al país en el uso de la palabra poder, como verbo y no como sustantivo. El poder no como meta en si mismo sino como capacidad para transformar nuestra realidad.
Como son las cosas, la democracia en Venezuela tiene una segunda oportunidad. Esperemos que después de todos estos años de existencia a contramarcha del progreso hayamos entendido que ni la democracia, ni su compañera inseparable, la libertad, pueden darse nunca por sentadas y que los ciudadanos debemos actuar todos los días para protegerlas.