El resultado electoral del #6D ha puesto al fundamentalismo chavista a rumiar sus ofensas en la penumbra de donde solo podrán salir si tienen a bien un inmenso acto de contrición por sus pecados totalitarios. Una renuncia al catecismo revolucionario que no se visualiza por ningún lado.
Formado en base al recetario comunista de la lucha de clases y la falsificada épica revolucionaria del siglo XX, amén de su precariedad cultural y la contundencia de la derrota electoral, era imposible esperar de Maduro una respuesta distinta a la que nos dio la madrugada del 7 de diciembre, culpando de la derrota a la guerra económica, la burguesía apátrida y al imperio, tras el “irreversible” anuncio de la señora Lucena. Un rosario de explicaciones y denuncias que fueron la base de un discurso que no le funcionó durante la campaña electoral a la que torpemente le dio un carácter plebiscitario.
Un discurso reproducido por Diosdado espetando todo tipo de barbaridades, amplificado con cinismo por Jorge Rodríguez al hablar de que fue “una campaña desigual” a favor de la oposición y en general asumido por cuanto representante de la nomenclatura chavista abre la boca para explicar lo sucedido. Pareciera que se prolongará más de lo debido eso que llaman la fase de la “negación” cuando se entra en luto por alguna dolorosa e irreparable pérdida.
Dado el trauma electoral y sabidas las limitaciones de liderazgo y de ingenio para arrear las penas y salir adelante con un mensaje inmediato que reconecte a la dirigencia chavista con su base, todo hace pensar que cada palabra y cada aparición pública los continuará hundiendo en el degredo. Así ha sido, al menos hasta ahora. “No es tiempo de cohabitación ni de convivencia”, fueron las palabras de cierre de Maduro la madrugada del jueves, tras perorar por horas en la presentación de las conclusiones de la plenaria extraordinaria del PSUV para supuestamente analizar “autocríticamente” las causas de la derrota, en medio de un ambiente bastante lúgubre a juzgar por las caras amarradas y la total ausencia de algún signo de entusiasmo para retomar el camino revolucionario.
Cualquier gesto que pudiera eventualmente hacer el Gobierno de un giro en su posición en los próximo días, como por ejemplo indultar presos políticos debido a la presión internacional o de calle, o aprobar algunas de las tan esperadas medidas económicas dado lo insoportable crisis, quedarán siempre tapadas por el manto de toda la soberbia desplegada por la ineptitud para aceptar lo sucedido y por el afán de continuar satisfaciendo al radicalismo obtuso que mora en sus entrañas.
“El inicio del fin”
Las contradicciones internas, que fueron un elemento de mucho peso en la derrota del Gobierno, lucen insalvables, se acentúan con rabia y ojalá no lleguen a la sangre. La búsqueda de culpables se multiplica al mismo ritmo que la evasión de responsabilidades.
En el interior de la nomenklatura chavista todo el mundo sabe las verdaderas causas y el tenor de la tragedia que enfrentan. El problema es la falta de coraje de unos para asumirlas o el exceso de oportunismo de otros para ir en contra de sus adversarios ante una base decepcionada, expectante a causa del penoso espectáculo de su dirigencia. Por un lado, Delcy Rodríguez dice que no se debe culpar a los ministros, por el otro, Giordani y Héctor Navarro expían sus culpas calificando de “desastre” la situación y reciben la mordaza de los colectivos y Juan Barreto carga contra la “rosca” y llama a no “justificarlo” todo detrás de Chávez. Mientras, Maduro amenaza con un nuevo 4 de febrero y una revolución más “radical”.
En Aporrea, el portal donde chavistas de uno y otro lado se expresan, van y vienen los disparos de la crítica contra el dúo Maduro-Cabello, califican de “bofetada” contra el gobierno los 112 diputados de la MUD, claman porque se “reconozca la derrota” y se corrijan los errores, piden la renuncia de Maduro, afirman que “el cáncer del PSUV es irreversible”, Nicmer Evans le recuerda a Maduro que la “exclusión y la marginación de los sectores críticos del proceso fue el inicio del fin” y hasta de la dan un revolcón a algún “jalabola” que tuvo la infeliz ocurrencia de pedir la disolución de a nueva Asamblea Nacional aplicando el art?culo 236 de la Constitución Nacional.
En el mundo verde oliva las cosas no son muy distintas. La posición de un par de altos oficiales de resistirse a reconocer los resultados no cobró cuerpo no necesariamente por una postura mayoritaria institucional de la cúpula castrense, que quisiera seguir medrando es la estructura de gobierno, sino más bien debido a la presión de abajo hacia arriba dada la contundencia y la abrumadora expresión popular en las urnas electorales. Aunque al final se pusieron de acuerdo y salieron todos sin el “brazalete” chavista a decir que el país estaba en “paz” y que las FANB son “garantía de paz”, porsiacaso algunos colectivos se equivocaban.
El cuadro general del chavismo no ofrece perspectivas de coherencia y unidad en el corto y el mediano plazo. Al contrario, el radicalismo pudiera llevarlos sino a la desaparición a convertirse en una fuerza marginal en corto tiempo. El discurso de que son el 43% del país no se lo creen ni quienes lo repiten. El cálculo más moderado revela que más de la mitad de su votación fue producto del miedo, el abuso, la manipulación y el grotesco clientelismo. En tanto la oposición, de actuar acertadamente y no hay razón para no hacerlo pues dispone de diagnósticos y planes suficientes, podría subir mucho más allá de ese 57 %.
“Con mis derechos sociales no se metan”
La brutal crisis económica también amenaza con acentuarse para golpear al pueblo con más saña en forma de mayor escasez, más inflación e inseguridad. No hay salida fácil ni rápida de este descomunal desastre. La crisis es muy profunda y hay que transitarla con sindéresis, sin aspavientos, sin anticiparse pero sin retrasarse en las decisiones trascendentales que deben tomarse. El resultado electoral reveló con claridad su gravedad. Como lo advertí en un Corto y Picante previo a las elecciones, “el #6D será el día de quiebre”.
Alcanzado el triunfo parlamentario la dirigencia democrática debe comprender que el pueblo tiene apremios que deben ser atendidos y el pueblo debe entender que la victoria no es la solución sino el comienzo de la misma. El poder legislativo de la oposición, aunque parte integrante del Estado, no es Gobierno para resolver de manera directa los problemas del pueblo, pero a la dirigencia democrática le fue entregado un poder lo suficientemente fuerte y poderoso para obligarlo a resolver las urgencias de la gente o de cambiarlo en caso de negarse a atenderlas.
Esas complicadas percepciones demandan una interpretación adecuada de cuál fue el mandato popular del #6D por parte de la dirigencia democrática para ofrecérsela al pueblo en forma de un plan de acción política democrático y constitucional. Para eso se es dirigente. La relación con el Gobierno deberá ser prudente pero firme. Sin venganza pero exigiendo justicia.
Las soluciones económicas nunca son inmediatas pero la atención a la emergencia social si debe serlo una vez se instale la nueva Asamblea Nacional. Al menos en sus señales iniciales de la disposición política por resolverla. Es necesario trasmitir y fortalecer la voluntad de cambio económico y de garantías democráticas, pero sobre todo de respeto a los derechos sociales del pueblo.
En otras palabras, debemos comenzar a presentar el modelo económico para el cambio, alcanzar la libertad de los presos políticos y asegurar los derechos sociales del pueblo, ese es el marco global en el cual debe actuar con coherencia y trasparencia la dirigencia democrática desde la Asamblea Nacional. Como me dijo un chavista que votó por la oposición: “hagan lo que quieran pero con mis derechos sociales no se metan”.
En los próximos meses se agudizará la crisis económica y el pueblo no tiene porque pagar sus consecuencias. El peligro de la anomia social lo tenemos enfrente. Debemos evitar que el Gobierno nos arrastre en su caída.