Desde el plano religioso-espiritual, es secular el reclamo de reducir el contenido materialista de las actividades propias de la Navidad y el nacimiento del Niño Jesús. Este año, ese llamado se hará sentir con más fuerza, debido a la limitación del presupuesto familiar para comprar las “pintas” de fin de año, realizar los acostumbrados intercambios de regalos, y sobre todo, sumergirnos en las delicias gastronómicas decembrinas, con las multisápidas por las nubes y los panes de jamón convertidos casi en un verdadero lujo en muchas mesas de Barquisimeto y Venezuela. Es verdad, no faltará quien lance el consabido argumento según el cual “la gente siempre hace el sacrificio, de estirar los realitos y hacer sus hallaquitas y comprar sus regalitos”. Sobre todo porque se abre un resquicio de esperanza mezclada con prudente expectativa a partir de la nueva mayoría legislativa opositora en la Asamblea Nacional y sus efectos en el freno a la inercia de deterioro en la economía que pretende mantener la “revolución”. Pero la preocupación está allí.
Compartir con la familia y allegados, alimentar el calor de cada hogar con la unión y cercanía de seres queridos, en la abundancia o restricciones que pueda haber en la mesa o en los detalles, en el amor como lazo y en la reflexión necesaria de nuestros aciertos y errores, unidos en el deseo de esperar mejores tiempos para el país, se abren paso dejando como exótico y desproporcionado el vano, superficial y difícil derroche de quienes no han entendido aún el momento actual de la nación.
Quienes hoy se aferran al poder, e intentan construir su perpetuidad sobre los escombros de su fracaso y soberbia, están destinados a acelerar su decadencia y partida. Una mayoría de venezolanos cansada, preocupada pero también esperanzada, prefiere encontrarse en un deseo fraternal, y aunque discreto, sincero. Feliz Navidad
@alexeiguerra