Maduro me hace recordar las sesudas charlas de Mikel De Viana, S.J. hablando de la cultura política del venezolano y sus valores. Nicolás es un individuo con un claro locus de control externo, es decir la percepción de que los eventos ocurren como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder y decisiones de otros. No hemos visto al presidente asumir su responsabilidad en ningún momento desde que obtuvo un cargo para el cual no tiene la más mínima preparación.
Como muestra un botón. El desastre económico sin precedentes que estamos viviendo los venezolanos es achacado por el inquilino de Miraflores a una supuesta guerra económica diseñada y puesta en escena por una multiplicidad de actores que según Maduro quieren ver arruinado el país. Es como si en un trasatlántico una parte de los pasajeros se pusieran de acuerdo para hundir el barco aún a costa de sus propias vidas. Este argumento presidencial no resiste el más mínimo examen de veracidad. Termina siendo un mal chiste para evadir explicar a dónde fue a parar la mayor de las bonanzas petroleras de toda nuestra historia. En todo caso, una manera de decir que la culpa no es de él. Que no estaba ahí cuando eso pasó. Que estaba comprando kerosene…
Ante la rotunda y trepidante derrota electoral, Maduro no ha hecho otra cosa que culpar al universo. Desde un fraude hasta un golpe electoral han sido acusados con tal de no asumir la propia incompetencia. Para evadir la responsabilidad que le toca en el despilfarro de un capital político que en su momento lucía lo suficientemente sólido como para mantenerse en el poder y poner en efecto las medidas necesarias para no llegar a este desastre que nos acogota el alma.
Hablaba De Viana de esos venezolanos que tenían un rancho en la cabeza independientemente de su condición social. Que entendían el país de una forma primitiva. Que asumían que el Estado es el que tiene que tener el control de todo lo que pasa en el país. Independientemente de que quienes controlan los hilos del poder no sean capaces de cuidar de sí mismos y sus acciones.
Maduro asume que el venezolano debe depender de las dádivas que él tenga a bien concederle. En una actitud arcaica, concibe al pueblo como un colectivo de indigentes que le deben la vida al Estado todopoderoso y que es a través de sus favores que ese pueblo puede tener acceso a bienes básicos e incluso comida. Concibe un contingente humano que debe ser agradecido con esos favores y de vuelta debe garantizar mediante el voto su permanencia eterna en el poder.
Esa concepción pobre, limitada del venezolano no es exclusiva de Maduro. Ya la vivimos varias veces en el pasado. En solo dos momentos de los últimos treinta y dos años, los políticos se vieron compelidos a dejar que los venezolanos se valieran por sí mismos. Me refiero a los levantamientos de los controles de cambio en 1989 y 1997. Dejar que la economía fluyera entre los venezolanos sin que la mano entrometida y torpe del Estado frenara el desarrollo al que se puede llegar cuando se deja que la sociedad disfrute de una economía de mercado.
Al momento de escribir este artículo, solo Cuba y Venezuela tienen un control de cambio. Ambos por razones meramente políticas. Así lo reconoció, sin inmutarse, Aristóbulo Isturiz cuando declaró que si quitaban esa restricción económica los tumbaban. Excusa por demás ridícula y que solo se comprende desde la visión anquilosada de país que tiene la vieja política a la que el gobernador de Anzoátegui pertenece.
Maduro fracasó cuando no supo anticipar el momento que estamos viviendo. Desde principios de esta década se venía hablando del crecimiento de la producción de petróleo a nivel mundial. Típico de momentos de altos precios que invitan a la inversión en la industria, cosa que por cierto, Chávez y Maduro no hicieron y por eso ahora pagamos las consecuencias.
Al asumir Maduro, ya se sabía que los precios del petróleo se derrumbarían en menos de dos años. Se sabía que el gobierno de Chávez había endeudado de tal manera el país, que se requerirían mucho de los ingresos por petróleo para pagar deuda y sus intereses. Se sabía que gracias a la criminal política de expropiar y perseguir empresarios tendríamos que importar más. Se sabía que las expectativas de la población eran crecientes.
Maduro ante la cercanía de las elecciones prefirió jugar a la parálisis. A extremar el desgaste pensando que el costo de tomar medidas era mayor que no tomarlas. La realidad le ha enrostrado su fracaso. En su suprema incapacidad y asesorado por unos cubanos que no terminan de entender el alma libertaria de los venezolanos, pensó que la sola memoria del comandante eterno era suficiente para que la gente, con hambre y sin empleo, con Maduro se resteara.
Hay que ser muy inocente para pensar que la gente puede poner la imagen de una persona fallecida por encima de un bebé que llora de cólicos porque toma lo que se consiga y no la leche para niños que se recomienda. La realidad es que el venezolano veló por su familia, por su futuro, por una Venezuela de libertades.
El fracaso de Maduro se puede observar desde cualquier indicador de gestión que se elija o desde la perspectiva política que tenga el amable lector elegir. Un fracaso que nos duele profundo en el alma. Un fracaso que nos pone al nivel de los países más pobres del planeta y junto con Haití a la cola de América Latina.
El venezolano asumió en primera persona el reto de cambiar la situación y votó en contra de este desastre que estamos viviendo. Solo espero que quienes vienen a relevar a esta desastrosa clase política tenga una mente guiada por la modernidad y no un rancho en la cabeza.
Bye Maduro! Se te recordará como el castigo que Venezuela no debió sufrir.