Se nos ha pedido una opinión sobre el ya célebre desalojo de los cuadros del hemiciclo de trabajo de la Asamblea Nacional y, aunque en principio nos resistimos a extendernos un poco más al respecto, intentamos responder a los varios correos electrónicos recibidos. Hay temas que consideramos suficientemente debatidos por la opinión pública, por lo que tendemos a no trillarlos a través de nuestros modestos artículos de prensa.
No recordamos con exactitud la fecha de aparición de los cuadros de Bolívar y Chávez Frías en la cámara, pero – sin dudas – fue una abusiva decisión y provocación de la otrora mayoría parlamentaria. Que sepamos, jamás hubo un hecho semejante ni siquiera cuando el antiquísimo Congreso sabía a Gómez como dueño y señor del país. Por cierto, hubo una larga etapa histórica en la que un inmenso óleo de Bolívar presidió las sesiones del Senado, reubicado luego en el Salón Elíptico – entendemos – a objeto de completar la iconografía independentista en un recinto que, en propiedad, fue el de los actos protocolares y estelares del parlamento como expresión del Estado, diferente al hemiciclo al que ahora le dan semejantes funciones y, por si fuese poco, el oficialismo convirtió también en un comedor para los diputados y relacionados.
Ambos hemiciclos, uno de los cuales exhibió medio siglo atrás una gigantesca bandera nacional, volvieron a exponer los símbolos de una radical sencillez republicana, como nuestro escudo de armas. No hizo falta saturar el ambiente cuando el Capitolio Federal destinó otros y más adecuados espacios a la veneración que remite al espíritu de nuestra nacionalidad. Harto diferente, todas las instalaciones del – ahora – Palacio Legislativo fueron anegadas con las imágenes del extinto presidente y su sucesor, amén de otros dirigentes (muy) secundarios, como si fuese la sede del PSUV, pagada – valga el detalle – por todos los venezolanos.
Comprobado hasta el hartazgo en todos estos años, ahora luce fácil denunciar el culto a la personalidad que, en definitiva, sostiene toda experiencia totalitaria, pero – iniciándose el régimen – fueron no pocas los críticos frente a los artículos de prensa que lo asomaban, como fue nuestro caso por las contribuciones que hicimos en los desaparecidos Economía Hoy o El Globo. Frustrado y frustante el esfuerzo, en más de década y media, la maquinaria propagandística y publicitaria del régimen ha tratado de imponer y entronizar a Chávez Frías en el imaginario social y patriótico o, por lo menos, hallar la deidad política en la que se convirtieron Eva y Juan Domingo Perón en Argentina: no la creímos nunca una operación espontánea y artesanal, sino propia de los más encarecidos especialistas en el campo de la psicología social, terminando– paradójicamente – por banalizarlo.
Existe una sobrada bibliografía sobre el culto bolivariano que, al partir del consabido estudio sistemático de Germán Carrera Damas, cuenta con importantes contribuciones, siendo la más reciente la de Miguel Ángel Perera – por ejemplo – y su pedagógica actualización debidamente contextualizada en otras manifestaciones antropológicas. De modo que la discusión tiene un espléndido soporte académico, por lo que no debemos permitirnos la réplica de las triviales necedades invocadas por el oficialismo que, como todas, constituyen un artificio intrascendente.
Parecía demasiado obvio que la sede de un parlamento plural que ha de reivindicarse como un órgano independiente del Poder Público, se desprendiera de todo el oropel torpemente propagandístico de un culto tan elemental. Además, el país lo esperaba. Sin embargo, no reparamos en una circunstancia.
En efecto, ese cambio de cuadros fue el único recurso que le quedó al oficialismo para cuestionar a una oposición que, responsable, decidida y sobriamente, ha encarado la transición parlamentaria. Ésta ha sido tan exitosa e impecable que, en correspondencia con la estrategia de la fracasada campaña electoral que privilegió la figura de Chávez Frías, el gobierno procura reavivar viejos y lejanos sentimientos de adhesión, manipulándolos.
Faltando poco, donde no hay el dinero para los alimentos y medicinas, como el resguardo de nuestras vidas y bienes, les sobra para pintoretear todo el país – inundándolo – con la imagen del extinto y su sucesor. Y, como si esto no hubiese sido práctica inveterada, amenazan con cañonearnos iconográficamente, negándonos cualquier sosiego, devaluando – precisamente – los recursos simbólicos que le quedan al Estado que, en última instancia, tienen en la Asamblea Nacional su mejor posibilidad de recuperación dada su genuina prestancia republicana.
@LuisBarraganJ