Nadie dijo que sería fácil salir de este régimen. Desde la tarde del domingo 6D Venezuela vive un evidente tutelaje militar. Se evidencia, además, en la serie de instituciones que están bajo el control de personal militar, activos o que han salido de sus cuarteles. Esto hace más frágil la permanencia del presidente y por ende, la debilidad del régimen.
Frente a esto se observa la cada vez mayor presencia de las fuerzas opositoras que irrumpen desde abajo tratando de ocupar los espacios que van dejando las fuerzas oficialistas.
Una de ellas se concentra en la Asamblea Nacional. Un espacio que representa el poder inmediato de los ciudadanos.
Sin embargo, para acceder al control del ente legislativo han ocurrido, a lo largo de más de 15 años, una serie de eventos que deben ser considerados como antecedentes de esta evidente e inevitable transición hacia formas democráticas concretas, transparentes y realmente participativas de los ciudadanos.
No sería exagerado afirmar que en estos años han quedado a lo largo del camino cerca de 250 mil muertos, otros cientos de miles de venezolanos heridos, mutilados, minusválidos y todos, con secuelas psicológicas por tantos años, meses, días y horas de enfrentamientos, encuentros y desencuentros, entre quienes han querido, a sangre y fuego, imponer un modelo de vida ajeno a la mayoría de la sociedad, que simplemente quiere vivir en paz y sin sobresaltos. Mientras por otros bandos, el deseo de venganza, de cobrar deudas, se hace evidente en manifestaciones de corte radical y discursos destemplados.
El agobio, el cansancio, el agotamiento físico y espiritual es evidente. Los ciudadanos hemos demostrado una y otra vez el deseo de vivir en una sociedad realmente democrática. Donde exista trabajo estable, educación de excelencia, y servicios básicos óptimos. Además, el cumplimiento de los derechos básicos de todo ser humano: el derecho a la vida y seguridad, al acceso de alimentos, de medicinas y de atención sociosanitaria.
Vienen tiempos difíciles, ciertamente, pero es innegable la demostración de cambio que los ciudadanos venezolanos hemos dado, tanto en los últimos comicios electorales como en la cotidianidad de los días: en el permanente rechazo a las continuas colas para adquirir alimentos, medicinas, o en los centros hospitalarios y en los mercados y centros comerciales donde los ciudadanos exigimos a viva voz el respeto por nuestros derechos más elementales.
Sabemos que la transición hacia tiempos más tranquilos llegará. La instalación de la Asamblea Nacional es parte de ello. Que en la misma se encuentren diputados con un pasado político no muy claro, es parte de las imperfecciones de los individuos y los grupos y partidos políticos. En lo personal no comulgo con muchos de ellos, tanto de un bloque como del otro. Pero eso no impide que se les pueda reconocer su participación en la construcción de estrategias que le busquen salidas claras y verdaderas a este atolladero donde nos encontramos.
Los partidos políticos venezolanos, deben adecuarse a las necesidades de los ciudadanos. Ellos existen porque los ciudadanos, como amigos, simpatizantes o militantes buscan en estas agrupaciones, desarrollar formas de convivencia pacíficas dentro de la diversidad de pensamiento que se ofrecen.
No es entonces descabellado que un ciudadano simpatice por uno u otro partido, lo apoye, o incluso, decida abandonar la agrupación y buscar canalizar sus inquietudes en otro partido, ONG’s o grupos ecológicos. También que vote por uno u otro candidato o incluso, que siendo independiente, pero con formación política, apoye circunstancialmente a uno u otro candidato.
Esa es la dinámica político-partidista en sociedades avanzadas, que han superado los emocionalismos partidistas, las infantiles causas de solidaridades automáticas y obediencias ciegas frente a un líder-jefe a quien no debe criticarse.
En la Venezuela partidista del siglo XXI se están enfrentando dos maneras de visiones en los liderazgos políticos. Una es decimonónica donde el líder es todopoderoso y el partido es una agencia multifuncional para apadrinar corruptelas. Y la otra, de liderazgos compartidos donde se funciona en equipo de trabajo y el principio de la unidad en la diversidad es norma y deber ético.
Los ciudadanos no somos propiedad privada de ningún partido político ni mucho menos de un líder o jefe político. Muy por el contrario, ellos son nuestros servidores públicos, en tanto nos representan, sea como diputados o en instancias burocráticas, como presidente de la república, ministros, gobernadores, alcaldes o en otra representación. A ellos se les paga quincenalmente su sueldo que sale de nuestros impuestos.
Lo que “está viniendo” se encuadra en la visión de nuevos paradigmas éticos.
Mientras algunos dirigentes y líderes de partidos políticos no terminan de entender que su tiempo de ideas atrasadas terminó, otros más, empujan la carreta sin entender mucho el tiempo histórico donde se encuentran.
Quienes interpreten este tiempo, tan descomunalmente movido, sinuoso y encandilado, sabrán tener la sartén y freír con mejor aceite.
(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis