Allí, en el militarismo connatural a los de verde, se enmarcan las reacciones hechas públicas también por el Ministro de la Defensa, Padrino López, ante los planteamientos de la necesaria manifestación de no participación ni expresión política parcial por parte de las Fuerzas Armadas, como bien expresó el Presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup. Si dejaran a los armados expresarse libremente y no se les impusiera llevar un pañuelito rojo o una boína o cualquier otra identificación física, visible, con el gobierno por orden superior, otro gallo cantaría; serían los uniformados entes de libre expresión de sus posición política y sería esto un muy oscuro berenjenal, donde muy seguramente el rojo no sería ya el color predominante, sólo lo usarían los jala mecates de oficio, arribistas por principio.
Este estúpido ritornelo lo cargamos como el bacalao aquel del frasco conocido, desde la misma fundación de la “patria”: ¿civilismo o militarismo? ¿Carujo o Vargas? Y así ha sido en esta expropiación de recursos permanentes, el vagar mayoritario de los militares en el poder si se compara con los poquísimos años que el mando de la nación ha estado, como debe ser, en manos de los civiles, mando en manos quiero decir y no de figurillas mampuestas, como Maduro.
Así le escribe Alirio Ugarte Pelayo, entonces (1951) gobernador de Monagas, a una de esas figurillas mampuestas: Germán Suárez Flamerich: “… la dinámica del poder en Venezuela no está en el juego de los Partidos, en el desarrollo normal de los asuntos civiles, sino en el control sin contrapeso del estado por la fuerza militar, lo que es una contradicción con el sistema democrático de formar el Gobierno de una Nación y ofrece, por igual, problemas al Ejército (que así recibe el peso de una mecánica que no es de su naturaleza) y el pueblo (que pierde los causes normales que pueden permitirle influir en el desarrollo de la cosa pública sin recurrir ni ser objeto de violencia)”. ¿En qué ha variado esto? Si desde el gobierno dicen aún: “los militares a sus cuarteles” y nombran militares por doquier en diversos ministerios.
Algunos principios son, o han sido, de difícil compren
sión en nuestro país, como aquél de que la función de un gobierno democrático es la de gobernar para todos; sin exclusiones, por tanto. Y, muy especialmente, aquello de que los militares deben ocuparse de su cosa militar y de sus objetivos de garantizar la paz interna y externamente, además de velar por las armas y la soberanía. Luce sencillo, pero cuán difícil de cumplir ha sido.
Basta ya, pues, del saqueo militar de la cosa pública, del despotismo, del anticonstitucionalismo. Los militares no pueden tener, lo dice expresamente la constitución, inclinaciones o, más bien, desviaciones partidistas, su rol debe cubrir, sin distingos, a todos los connacionales y olvidarse de gobernar al país en sí mismos ni por mamparas. ¿Es que no se aprecia lo que ocurre cuando toman el poder? ¿Hasta cuándo nos lo repetirá la historia? Allí están los Guzmán Blanco, los Castro, los Gómez, los López Contreras, los Pérez Jiménez, los Chávez, con sus deseos de eternizarse en el poder, con sus injusticias, maltratos, vejaciones, crímenes, muertes, torturas, exilios, corrupción; esta ruina material y espiritual que volvemos a padecer por sus manos de militares. Cada quien a lo suyo si queremos algún tipo de prosperidad política y económica. De lo contrario, a este botín no le quedará más nada que exprimirle. Estamos muy, muy, cerca de esa sequía.
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