Pero toda crisis es una oportunidad y la actual crisis no es la excepción. Podría decirse de hecho, que es la mejor oportunidad que ha tenido el país para desacoplarse de los vaivenes del ingreso petrolero y avanzar en el previsiblemente doloroso proceso de abandonar nuestra absoluta y muchas veces inadvertida dependencia de la renta petrolera.
La venezolana es, en este momento, una sociedad inviable. El elemento sobre el cual se ha desarrollado el proceso económico y social venezolano –la renta petrolera- este año muestra un agotamiento excepcionalmente notable –en lo que va de año el precio del barril de petróleo ronda los 23$- y aun cuando pudiera recuperarse ligeramente en el segundo semestre, la realidad es que, ni en 2016 ni en los años por venir el ingreso petrolero permitirá sostener el modelo de sociedad que hemos sido. A despertarse.
Y es que la adicción a los subsidios corre por nuestro ADN social. Todos en alguna medida hemos recibido bienes y servicios sin pagarlos a su real costo – incluso sin saberlo – todo con cargo a la renta petrolera. Lo “público” y lo “gratuito” se han internalizado de tal modo en nuestros códigos morales, que el despertar será duro, muy duro. Desde educación y salud, hasta viajes al exterior, pasando por alimentos, medicinas, gasolina, viviendas, servicios básicos y no tan básicos tendrían en ausencia del subsidio petrolero, un costo muchísimo más elevado que el que hoy percibimos los ciudadanos. Pregúntele a cualquier colombiano, chileno o argentino.
Y el sector productivo no se queda atrás. Mientras que el ciudadano es subsidiado en la compra de un pollo importado de Brasil a tipo de cambio artificialmente bajo, el “empresario” criollo ha recibido explícita o implícitamente beneficios como exención o rebaja de impuestos, condonación de deudas y un relativamente regular flujo de divisas para su acumulación en el exterior. El sector privado criollo ha sido históricamente incapaz de generar divisas pero ejercen una presión descomunal para sembrar en la sociedad, la idea del “derecho” o la inevitable necesidad de acceder a divisas como condición insoslayable para poder seguir trabajando. La siempre presente amenaza de los despidos logra por lo general su propósito y no es por cierto, un mal exclusivo de Venezuela, aunque los episodios en esta tierra de gracia alcanzan características absurdas, como el hecho de que se paralicen las líneas de producción de compotas, porque las tapas del frasco son importadas. Aun así, en este momento, hay ejércitos de economistas, políticos y funcionarios de todo tipo –incluyendo muchos de los que componen el recién creado Consejo de Economía Productiva- devanándose los sesos por idear la manera de encontrar los 20-25 millardos de dólares que necesita el país este año para cubrir sus necesidades, dejando intacto eso sí, la estructura renta – dependiente de la sociedad venezolana. Borrachos peleando por la botella vacía.
Debe entenderse que, si no se cambia la estructura de subsidios –los explícitos y los no tan obvios- que hoy abarcan casi cualquier área del proceso económico venezolano, no habrá préstamo chino, del FMI, o rebote del precio del petróleo que pueda financiar el modo de vida de la sociedad criolla que cuenta con los dudosos honores de contarse entre los principales consumidores mundiales de bienes que no se producen dentro de sus fronteras –pasta, pan de trigo, o whisky escocés, por ejemplo.
Y no se trata sólo de aumentar ó reducir. No se trata sólo de magnitudes sino de estructura. Los ciudadanos debemos ser capaces de pagar –y nuestros ingresos deben permitirlo- el valor real de los bienes y servicios que recibimos aun cuando esto es perfectamente compatible con la existencia de subsidios explícitos, condicionados y focalizados para que nadie se quede atrás. El uso de la renta petrolera debe utilizarse con criterio de sustentabilidad intergeneracional, para la cobertura de las necesidades más básicas de la sociedad y para el desarrollo de capital físico y capital humano. Inversión en el futuro.
Restablecer los mecanismos de ahorro cuando se incrementen los ingresos petroleros por encima de un nivel determinado de precios, implantar las obligaciones contributivas de los ciudadanos para la sostenibilidad de la inversión social y el sistema de pensiones, el desmontaje progresivo de la estructura de subsidios regresivos que propician el derroche de recursos, y la implantación de un sistema cambiario flexible que diferencie entre sectores potencialmente generadores de divisas y aquellos demandantes netos de dólares producto de la renta petrolera, son apenas los primeros pasos para el desmontaje de la sociedad rentista que permitirá el surgimiento de una economía realmente productiva. Sólo sobrevivirán las empresas e instituciones más aptas, aquellas cuyo valor creado les permita autosustentarse. Es un proceso doloroso pero indispensable y puede comenzar ya. Growing pains.