Desde la industria de alimentos reportan una situación de “extrema criticidad” y aseguran que “nunca antes” habían tenido un declive en la producción como el que están sufriendo desde el año pasado.
Roberto Deniz / Diario Las Américas
Caracas es por estos días la ciudad de las colas. En la capital de la Venezuela del “Socialismo del Siglo XXI” comprar alimentos, medicamentos o repuestos para vehículos es una prueba de resistencia. Hasta el presidente de la República, Nicolás Maduro, admite que esas colas son una “herida” en la “vida social de los venezolanos”.
“Garantizar la atención, estabilización y mejoría de ese elemento tan pernicioso que nos introdujeron y que la dejaron como una herida allí, y que hoy está allí como una herida, en la vida social de los venezolanos, que son esas colas”, planteó el 19 de enero un mandatario que sólo tras la derrota electoral sufrida el 6 de diciembre de 2015 ha aceptado la gravedad de la crisis, aunque insiste en atribuírsela a una “guerra económica” y la califica como una “emergencia económica”.
Ese día Maduro instaló el Consejo Nacional de Economía Productiva, instancia conformada por funcionarios, empresarios y trabajadores para enfrentar la grave situación económica, cuyos indicadores más alarmantes son una inflación de tres dígitos (141,5% hasta septiembre de 2015, la más alta del mundo) y ocho trimestres consecutivos de contracción del Producto Interno Bruto (PIB). “No es hora de pesimismos”, declaró en el evento el flamante Vicepresidente del Área Económica, Luis Salas, a quien Maduro encomendó coordinar al nuevo tren ministerial que deberá trazar los caminos de la recuperación. El mensaje esperanzador contrasta con lo que se ve en calles.
Colas y más colas
Es sábado, el día que muchas familias escogen para hacer la compra, y las colas se reproducen en supermercados y farmacias. Se respira preocupación y cansancio. “Es terrible, yo siento como si estuviera mendigando la comida, pidiendo prestado, algo así, todos los días pienso en dónde iré a conseguir la comida, es terrible, muy deprimente”, afirma Ana Piñango, ama de casa, tras salir del supermercado Unicasa, ubicado en Bello Monte, una urbanización de clase media.
Lleva dos paquetes de pasta y dos potes de mayonesa, productos muy demandados por los venezolanos. El precio de la pasta está regulado por el Gobierno en 15 bolívares el kilo, ni medio dólar al mercado paralelo y muy por debajo del precio de 141 bolívares que reclaman los fabricantes del producto. Pese a que esa compra le tomó dos horas, Piñango se sentía afortunada. “Yo toqué con suerte, llegué como a las 10 y 30 de la mañana, como llegó un camión y empezaron a sacar pasta, me quedé (…) Vivo en otra zona, vine por casualidad a ver si tenía suerte de conseguirme algo”.
Comprar lo más básico es una especie de lotería, hay que tener paciencia, pero también suerte. A la 1 de la tarde en el establecimiento donde compró la señora Piñango, un centenar de personas espera en una cola que se extiende una cuadra. Otro grupo más pequeño se agolpa en la puerta para intentar saber qué productos se están despachando. “Nunca en la vida habíamos pasado por esto, yo tengo 75 años, esto da ganas de llorar”, lamenta una vecina de la tercera edad que observa el alboroto.
“Señores vamos a organizarnos, uno detrás de otro”, dice un empleado intentando poner orden. Muchos de los que están allí ni siquiera saben qué podrán adquirir, pero esperan desde el amanecer. “Llegamos a las 4 de la mañana, abrieron a las 8, había margarina, hace un rato llegó un camión de aceite, estamos esperando a que lo saquen”, explica una joven.
Un directivo de un supermercado, que prefiere reservar su identidad, narra lo que viven a diario. “Le dices a la gente que no van a llegar productos regulados y no se mueve, no sabemos cómo hacer”.
En los supermercados estatales también
La escena de las colas se repite en Abastos Bicentenario, red estatal que administra el Gobierno y nació de la expropiación de una cadena privada. Son las 3 de la tarde del sábado, el calor aprieta y cientos de personas aguardan en una cola que se prolonga alrededor del establecimiento. La gente acude con sillas plegables y paraguas para protegerse del sol. Luis Gallardo está allí desde las 6 de la mañana y espera conseguir pollo. Si tiene suerte conseguirá el kilo en menos de 100 bolívares, un precio subsidiado, incluso, por debajo del que impone el Gobierno para el resto del mercado.