Imagino con desventura llegando a una comisión de “Guinness World Records”, bajando con sus aperos por la escalinata del avión, con un compendio de incógnitas barajadas en sus cavilaciones diversas y decenas de libretas vacías, para ser llenadas sin vacilación con la sorprendente lista de peculiaridades que azota a nuestra nación.
Serían expertos a tomo y lomo, con pesados espejuelos de investigadores de lo inusual y pintando con sus reflexiones el firmamento, con volutas de humo desprendidas de sus cigarros. Yo llegaría tronando mi desquicio en mis afirmaciones sobre una nación que fue mansedumbre hace un par de década, pero hoy serviría de escenario escalofriante para films de complicados misterios, terror desmedido y ficción apocalíptica.
Me atrevería a asumir el rango de improvisado guía turístico, para mostrarles el demencial corolario de imprudencias sembrado en mi amada Venezuela. Mi voz se desprendería con inflexiones de desdén. Les exigiría inicialmente algún tipo de cinta métrica para comenzar a calcular el tamaño de las monumentales colas que de forma cotidiana, se asoman en las veras de los supermercados y centros de expendios.
Supondría que el arribo de tan proverbiales visitantes sería por las recientes e inoportunas noticias sobre nuestro territorio. Según Transparencia Internacional (TI), Venezuela es el país con mayor percepción de corrupción del continente, junto con Haití. Aunado a esa realidad, la misma semana también se asumió otro desdichado podio de infortunios, pues el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal situó a Caracas como la ciudad más violenta del planeta, con 119 homicidios por cada 100.000 habitantes, sin contar que los líderes carcelarios cuando fallecen, son honrados dentro de los recintos con disparos atronadores generados por armas largas de los propios reos, a la vista gorda de los gendarmes y vigilantes.
No es un orgullo patrio ni mucho menos. Ya tenemos la economía más inflacionaria del mundo, organismos internacionales de Derechos Humanos denuncian sobre la ausencia de independencia judicial y aquí se hace un escándalo por sacar imágenes de la sede del Poder Judicial, de un presidente fallecido y a quien algunos personeros del Gobierno le han atribuido dotes para una posible santificación, pese a haber arruinado a una nación con la cimiente para la prosperidad.
Trataría de silabar cada palabra de mi relato. No es sólo despuntar en tantas tablas internacionales de desencanto. Existen frases que merecen una esfinge a la burla: “Hay que disfrutar de esa cola sabrosa”, “el disparo en la cabeza de un opositor se escucha hueco”, “hay que mantener pobre a la población para que triunfe la revolución” y, la más reciente, dejó estupefacta a la comitiva de Guinness. “Faltan pastas dentales, porque hay gente que quiere cepillarse tres veces al día”.
Lo célebre de estos insignes pensadores de la demagogia provocó un cambio de estrategia a la imaginaria delegación de Guinness, cuyos miembros apresuraron sus anotaciones y modificaron su itinerario. Serán más días de trabajo. Se repetían entre sí: “Nuevos récords alucinantes cobran vida”, como emite el eslogan de sus libros. Me inquirían de forma desaforada. Demasiado material permitiría desempolvar programas televisivos como “Lo Increíble”. Pero principalmente, debe trabajarse con avidez para que no vengan representantes de Robert L. Ripley y su ¡aunque usted no lo crea! a robarse la exclusiva.