Victor Vielma Molina: Máscaras, perversos y satíricos

Victor Vielma Molina: Máscaras, perversos y satíricos

thumbnailvictorvielmamolinaEn la actualidad son pocos los que temen a Dios, viven éticamente y aman la patria. En muchos, lo virtuoso es aparente; solo falta aguardar a que se les “caiga la careta”. Pareciera ser, una cosa de tiempo, para saberlo o identificarlo. Pocas personas tienen la capacidad para desenmascarar a alguien; pero, quienes más los identifican son los satíricos. Es por ello que los gobiernos antidemocráticos persiguen a quienes ejercen la sátira.

Con mucha razón, el periodista y filólogo Juan Arias, asevera: “La sátira es la sal que impide que la democracia se corrompa.” El satírico no se disfraza, tiene la valentía de arrojar su dardo en busca de lo ético sin tomar en cuenta las consecuencias. Elías Canetti, escribió en su obra El Juego de Ojos: “Que sean distintos es lo que autor satírico espera de los seres humanos.” Muchos hombres se disfrazan sin usar máscara, y en ello, son hartos peligrosos los que buscan o están en el poder. Y lo más difícil es identificarlos, descubrirlos o dejarlos en evidencia. Para desenmascararlos, es necesaria la existencia del satírico, para frenarlos vale la prominencia del hombre justo y para castigarlos la justicia imparcial de jueces probos. Pues, no solo es perverso quien causa daño; sino el que tolera la maldad contra otros.

Los etnólogos, buscan aún el por qué el hombre se disfraza. Algunos coinciden en decir que esta sana manía nace en el momento en que el hombre descubre la autoconciencia de sí mismo. No sabemos si los perversos encuentran esta autoconciencia; pero análisis más profundos y adentrados de psiquiatras y terapeutas, como Marie-France Hirigoyen, en su obra El Acoso Moral, citada por el psicólogo Xavier Oñate Pujol en su artículo Ser Víctima de un Narcisista Perverso. Allí Hirigoyen, señala la manera como estos se embozalan: “Cuando atacan al otro, los perversos pretenden, sobre todo, protegerse.





Donde podría aparecer la culpabilidad, nace una angustia psicótica insoportable que se proyecta con violencia sobre el chivo expiatorio (la víctima).” De tal manera, la sentencia de: “El hábito no hace al monje”, no es nada gratuita. El perverso se disfraza, esconde o mimetiza de múltiples formas para protegerse. Generalmente usa la política, la religión, la ciencia, las artes, la fuerza militar, la guerrilla, el terrorismo, entre otras cosas, para entrar en sigilosa acción, hasta lograr sus malintencionados objetivos.

Las personas afectadas quedan pasmadas ante la atmósfera que rodea y la fuerza opresiva que usa el perverso. Muchos afectados o víctimas son aniquilados, silenciados o conminados a la complicidad sin que nadie los pueda salvar. Así, generalmente, nace la impunidad, la indefensión y la delincuencia. El psicólogo, Xavier Oñate Pujol, en el artículo arriba citado, asevera que: “El gran drama de la víctima es que, cuando se da cuenta que está sometida por un narcisista perverso y empieza a revelarse, el narcisista da un vuelco a la situación haciéndose pasar por víctima y atribuye a la víctima real el papel de agresor. […] Y es que la violencia de un perverso es subterránea.”

En Venezuela, por extensión, habría que preguntarse si en las alturas del gobierno no existe algún narcisista perverso. Sin más, dejemos este camino abierto a psicólogos y autores satíricos.