Un reciente estudio muestra que los bebés son capaces de percibir con mayor agudeza colores y formas que los adultos, pero aprenden luego a adaptarse a una ilusión consensual que les permite navegar en el mundo más a salvo. En otras palabras, reducen el espectro de su percepción para no ser inundados de datos sensoriales que pueden ser imprácticos.
La doctora Susana Martínez-Conde hace una buena labor explicando esto y mostrando algunos ejemplos visuales. Intentaremos aquí explicar brevemente esta diferencia en la percepción. Lo que ocurre cuando vamos creciendo es una cosa que se llama “constancia perceptual”, esto es, un aprendizaje a ver el mundo en el que el cerebro parece bloquear pequeños cambios para mantener la identidad de un objeto.
Por ejemplo, cambios de luz hacen que un objeto tenga un cierto color y una cierta textura que nosotros no vemos o percibimos de manera equivocada en función de que este objeto no cambie mucho para que así no lleguemos a pensar que es otro objeto, lo cual podría ser incluso peligroso (o era peligroso en momentos en los que el ser humano era cazador-recolector).
“En un principio vemos todas las diferencias, y luego aprendemos a ignorar ciertos tipos de diferencias para que podamos reconocer el mismo objeto como inmutable en diferentes escenarios. Cuando la constancia perceptual emerge, perdemos la habilidad de detectar múltiples contradicciones que son altamente notables para pequeños bebés”, dice Martínez-Conde.