La alegría fue por partida doble. Júbilo de los fieles al ver pasar el papamóvil de camino a la basílica y emoción del pontífice al ver cumplido su anhelo de reencontrarse frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe y rezarle, primero con los feligreses y luego en la intimidad.
Lo comunicó el viernes a la prensa que le acompañaba en el vuelo que lo llevó del Vaticano a México para esta histórica visita de seis días: “Mi deseo más profundo es pararme a rezar ante la Virgen de Guadalupe”.
Sueño cumplido. El primer papa latinoamericano tuvo la oportunidad de arrodillarse en el “camarín dorado”, la habitación que resguarda la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, “Patrona” y “Emperatriz” de toda América. Un momento a solas, único para el santo padre.
Minutos antes, sentado en el altar, de frente a la Virgen Morena y a los obispos de México, se observó un largo minuto de silencio.
Aunque acompañado, el jefe de la Iglesia católica vivió otro instante íntimo con la virgen, patrona de México.
Previo a la ceremonia, Francisco entró al atrio de la plaza mariana y se dirigió primero a la Antigua Basílica de Guadalupe, donde se colocó los tres elementos que utilizó para la eucaristía, la mitra, el palio y el báculo.
En esta emotiva misa oficiada por Francisco, ya en la nueva basílica, el primer papa latinoamericano dedicó al pueblo mexicano una homilía en la que recordó a “los excluidos”, a “los descartados” y a las personas que han visto perder un familiar por la violencia criminal.
En la ceremonia, el papa entregó una corona a la virgen mientras las cerca de 10.000 personas gritaron “¡Viva Francisco!” y luego sorprendió con un regalo a la Morenita, una diadema de oro y plata.
Los asistentes, unas 35.000 personas dentro y fuera del templo, entre los que se encontraba el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y su esposa, Angélica Rivera, comulgaron hacia el final de la misa.
Francisco llegó a la Basílica cobijado por la fe de miles de mexicanos que le acompañaron a lo largo de un trayecto de 16 kilómetros.
Los más afortunados tenían pase para acceder a la Villa de Guadalupe, donde se habían dispuesto enormes pantallas de televisión para seguir la misa.
El resto se ubicaron a lo largo del recorrido, pero no les falló el ánimo a pesar del intenso sol, y celebraron los escasos segundos, cinco a mucho estirar, en que vieron al pontífice a bordo de su vehículo.
“Estoy muy emocionada. Para mí es como si lo hubiera tenido frente a mí y me estoy desahogando. Estoy viviendo el momento más hermoso de mi vida”, dijo a EFE Enriqueta Trevillo, acompañada de su familia y con lágrimas en los ojos.
“Venía muy rápido pero la emoción esta ahí. Quieras o no se siente esta espiritualidad”, agregó Enrique Osvaldo.
Para el profesor de bailes de salón Raúl García la emoción valió la pena porque, durante el paso del papa, corto y un tanto eclipsado por las decenas de cámaras con las que los fieles inmortalizaron el momento, sintió una “emoción bonita” y “paz interior”.
Como su amiga Claudia Franco, voluntaria de la delegación (distrito) Gustavo A. Madero, donde se ubica la Basílica de Guadalupe, Raúl, con el pelo teñido de rubio platino y pendientes en las orejas, celebró haber visto a este papa “de piel rosadita”.
“Le pedí paz, mucha paz, paz para nuestro país que tanto la necesita”, explicó Claudia, un tanto triste porque la última vez que vino Juan Pablo II, en 2002, su viaje en papamóvil fue “más lento, más pausado”.
Con una foto para el recuerdo o sin ella por la brevedad del momento, la realidad es que los miles de fieles que se congregaron cerca de la Basílica para ver pasar al pontífice festejaron con júbilo, aplauso y risas el paso del papa.
Instantes después, muchos de ellos regresaron a sus casas colmados de emoción y cedieron su lugar a quienes llegaron algo más tarde y, ni de puntillas, lograron divisar al pontífice.
Como Amanda Marín, que se espabiló a tomar lugar en primera fila para ver al Santo Padre de regreso de la Basílica. “Verlo será algo increíble”, dijo la mujer, dispuesta a no perdérselo en esta segunda oportunidad. EFE