Dos veces más pequeño que la Tierra y con una temperatura media en la superficie de 55 grados centígrados bajo cero, Marte es una planeta inhóspito y árido con muy poco oxígeno, volcanes extinguidos y llanuras horadadas por la lava.
Pero el planeta rojo, que debe su sobrenombre al óxido de hierro con tonos arcillosos que predomina en sus superficie, es también el mundo más habitable de nuestro entorno: una masa rocosa que se cree pudo albergar vida y que el ser humano intenta colonizar desde 1960.
“Las condiciones de Marte en el pasado se parecían mucho más a las de la Tierra actualmente. Se cree que en la Tierra hay la misma cantidad de agua que hace millones de años mientras que en Marte se ha perdido gran parte porque escapó de la atmósfera”, explica a Efe el científico de la Agencia Espacial Europea (ESA) Hakan Svedhem.
Mañana, lunes, esa agencia y la rusa Roscosmos enviarán a ese planeta situado a unos 77 millones de kilómetros de la Tierra la primera de las misiones del programa ExoMars, que aspira, entre otros objetivos, a descubrir si el cuarto planeta del sistema solar pudo albergar vida.
ExoMars 2016 consta de dos partes: un orbitador que girará en torno a Marte para analizar su fina atmósfera y establecer si efectivamente en ella hay una pequeña concentración de metano y, de ser así, si su origen es geoquímico, volcánico o biológico; y la sonda Schiaparelli, que se posará sobre el suelo marciano para preparar futuros aterrizajes de naves europeas.
Schiaparelli se encontrará una superficie hostil, similar a los páramos más estériles de la Tierra, un mundo frío con frecuentes tormentas de polvo a escala global y una fina atmósfera que no logra retener el calor.
“Es más amistoso que otros planetas del sistema solar. No está tan mal, tiene una temperatura manejable para el ser humano, aunque hay poco oxígeno”, agrega Svedhem.
La misión ExoMars 2016, que llegará a Marte el próximo octubre, se encontrará con un planeta con menor gravedad (3,711 m/s²) que la Tierra (9,807 m/s²) alrededor del que orbitan dos pequeños satélites naturales, Fobos y Deimos.
Ese planeta telúrico, de naturaleza rocosa como la Tierra, presenta algunas formaciones geológicas mucho más pronunciadas que la de su vecino cálido y húmedo.
Por ejemplo el Valle Marineris, un sistema de cañones de 4.500 kilómetros de longitud que discurre por el ecuador de Marte, trazando una herida en su relieve de 11 kilómetros de profundidad y 200 de ancho que lo convierten en el desfiladero más grande del sistema solar.
O el volcán del Monte Olimpo, en la región de Tharsis, que se eleva unos 22.500 metros sobre la superficie y convertiría el Everest en una discreta colina.
Según un reciente estudio publicado en la revista “Nature”, entre 3.000 y 3.500 millones de años atrás ese volcán generó una rotación de la corteza y del manto de Marte sobre su eje y desplazó la superficie de Marte entre 20 y 25 grados, trastocando severamente su geografía durante millones de años, como si se girase la piel y la carne de un melocotón en torno a su hueso.
Marte, que toma su nombre del dios de la guerra en la mitología romana, cuenta también con dos capas polares de hielo, el Planum Boreum (norte) y el Planum Australe (sur), donde las temperaturas llegan a los -143 °C.
A pesar de ese desapacible entorno, se cree que bajo esos casquetes de dióxido de carbono congelado puede haber agua helada, o incluso líquida, y se contempla que allí puedan existir organismos microbióticos similares a los encontrados a 800 metros bajo el hielo antártico terrestre, donde no llega la luz.
“Es una posibilidad real, no se puede excluir. La cuestión entonces sería cómo llegar hasta ahí”, comenta Svedhem, que apunta a otro de los grandes obstáculos para la eventual implantación humana en Marte: sus campos magnéticos fósiles que, a diferencia del de la Tierra, no abarcan todo el planeta.
En nuestro planeta es la actividad del núcleo, una gran masa de metal fundido, la que genera el campo magnético, mientras que la escasa actividad geológica del planeta rojo hace que Marte no disponga de ese movimiento de cargas eléctricas que, en la Tierra, ejerce de escudo protector ante los peligrosos vientos solares.
“Es muy difícil generar un campo magnético artificial a esa escala” así que la hipotética exploración humana en Marte tendría que desarrollarse en “campamentos bajo techo, con oxígeno y una atmósfera artificial”.
“Para caminar y vivir libremente sin oxígeno … quedan muchos cientos de años”, sentencia el científico. EFE