“Respecto a la necesidad de las elecciones, y consiguientemente del juego de los partidos políticos, sólo cambiaré de criterio cuando se me presente otra teoría que explique mejor el origen y el fin racional de los poderes públicos. Mientras tanto seguiré, con Lincoln, en la creencia de que ellos deben emanar del pueblo y ejercerse por el pueblo, para beneficio del pueblo. Es decir, seguiré creyendo en la democracia liberal que forma, así hayan sido tantos nuestros reveses, el verdadero sustrato de nuestro pueblo”.
Comenzar esta escrito recordando al gran Mario Briceño Iragorry, cuando en su “Mensaje sin Destino” hacía una reflexión aguda sobre nuestra “Crisis de Pueblo” me pareció una manera interesante de alertar a quienes leen estas líneas. Rescatar la democracia liberal es mi objetivo, pero para digerir esta tarea debemos comenzar por procesar un concepto pesado, pero necesario.
La Democracia Liberal contempla que la capacidad de transformar a la sociedad para su progreso, eso que asertivamente se denomina “poder”, reside en el Pueblo, esa entelequia manipulada por la demagogia y el populismo, pero humanizada en el elector consciente del efecto de su participación activa en los destinos de su país, sin delegar en terceros bajo el pretexto representativo, sus responsabilidades ciudadanas.
La principal de ellas es delimitar colectivamente la posibilidad de contar con gobernantes que auspiciados en interpretaciones “prêt-à-porter” del texto constitucional abusen de su condición, en detrimento de las libertades individuales y colectivas de los ciudadanos.
Y es en la desobediencia civil donde nace la esencia de la libertad sin libertinaje, de la diferencia entre ciudadanos activos y habitantes sumisos.
Es de imaginarse que la Democracia Liberal no acepta Poderes Públicos al servicio de intereses particulares. Su independencia está garantizada en la naturaleza de su origen. Un poder legislativo, corazón de la democracia, originario y contralor del gobierno, y un poder judicial, independiente y objetivo, que nace del concurso de credenciales y no de la complicidad mediocre de intereses comprometidos. Un poder moral, garante de los derechos civiles de los ciudadanos, y un poder ejecutivo que rinda cuentas a sus gobernados con transparencia y efectividad en el logro de objetivos plurales.
Fueron Montesquieu y Rousseau, dos hombres libres y de buenas costumbres, quienes afirmaron que era necesario reconocer que todos los hombres son libres e iguales en sus derechos fundamentales y determinaron que para asegurar una convivencia sana debía existir un Estado de Derecho acotado por una Constitución que se acatara para la defensa jurídica de los derechos de los ciudadanos.
Las libertades económicas consideran la propiedad privada como elemento fundamental planteando la necesidad de tener países de propietarios, y le confiere el carácter de inviolable al progreso individual de los ciudadanos en la construcción de su patrimonio, pero sin descuidar el apoyo a los menos favorecidos, precisamente generando oportunidades de emprendimiento que permitan destruir el paradigma de mantenidos por el Estado y nos convierta mediante la superación en agentes del cambio.
Los principales críticos de este modelo lo acusan de capitalista, sin observar que en el socialismo panfletario, demagógico y populista que se ha practicado en nuestros países recientemente ha crecido la pobreza y la desigualdad de forma alarmante.
También señalan los detractores de oficio que la Democracia Liberal atenta contra la Libertad de Expresión y el Derecho a estar informados, porque supuestamente permiten la construcción de monopolios de medios, siendo que los regímenes totalitarios de esa izquierda trasnochada y anacrónica son los dueños de latifundios en el espacio radioeléctrico y acaparadores del papel y tinta en su intento por desinformar al colectivo con su alienante mensaje único.
En la Democracia Liberal existen derechos laborales, derechos sindicales, derecho a las manifestaciones públicas y a la pluralidad del portafolio de partidos políticos. Esas cosas que tanto extrañamos de finales del siglo pasado.
En definitiva, sin complejos y sin medias tintas, me declaro como Defensor de una Venezuela diferente, donde quepamos todos, y donde con nuestro esfuerzo se construya una nación próspera, donde los anaqueles ofrezcan la variedad de productos que el salario de nuestros trabajadores puedan adquirir y donde la vida sea sagrada, donde no vivamos de consignas ni verbos conjugados en el futuro imposible de cleptócratas sin escrúpulos que han transformado a la vitrina de la democracia de América Latina en un santuario del clientelismo político y una nación ya famosa por los diarios eventos de tráfico de drogas, crímenes y corrupción.
Yo me crié en un país diferente, con muchos defectos, con necesidades, pero con libertades, donde no existía el hambre de hoy, ni el miedo a ser parte de las estadísticas, donde tal vez, éramos felices y no lo sabíamos.
Venezuela puede salir de esto, y lo hará, cuando todos los venezolanos, convencidos de la inviabilidad de este nefasto proyecto hambreador, coloquemos nuestro ladrillo en la construcción de nuestra Democracia Liberal Republicana. ¿Podemos?
Amanecerá y veremos…
“Precisa no olvidar que el mundo, como idea y como voluntad, jamás podrá representarse por medio de monumento de un solo estilo, sino como construcción dialéctica donde armonicen las contrarias expresiones del pensamiento y del querer humanos.”
Mario Briceño Iragorry