Amigos del PSUV, admítanlo de una buena vez: la revolución socialista y bolivariana instaurada por Chávez en 1999, está más muerta que viva. El heredero del comandante intergaláctico, el señor Maduro, pasará a la historia no solamente como el peor Presidente que haya gobernado a Venezuela en los últimos 50 años, sino como el sepulturero de un proyecto político que demostró ser un gran fiasco y que convirtió a Venezuela en el país más pobre y miserable del mundo.
La revolución socialista está moribunda. Cada vez son menos las personas que en las calles y avenidas de Venezuela, gritan aquel latiguillo que, palabras más palabras menos, dice algo como “Chávez vive, la lucha sigue”. Los ciudadanos que alguna vez creyeron en las promesas del fallecido comandante, se han dado cuenta, un poco tarde (pero más vale tarde que nunca) que Hugo Chávez no fue “sembrado” sino enterrado, porque como cualquier ser humano, común y corriente, le ocurrió lo que suele ocurrir cuando una persona muere: se inhuma o se crema.
Nicolás Maduro lleva tres semanas santas, desde 2014 hasta 2016, desesperado buscando a un brujo para que resucite a Hugo Chávez. El ex chofer del Metro de Caracas visita con frecuencia el denominado Cuartel de la Montaña, donde supuestamente se encuentran enterrados los restos mortales del líder del 4F. Pero contrariamente a lo que se piensa, Maduro no va a ese lugar a pedir consejos, ni a rezar, mucho menos a llevar flores. Soy de quienes cree que Maduro visita ese sitio por una sola razón: para mentar a la madre del ex presidente por haberlo metido en semejante problema.
Maduro debería tomar nota y aprender a leer lo que está ocurriendo en la Cuba socialista desde el 17 de diciembre de 2014, cuando los presidentes Raúl Castro y Barack Obama anunciaron al mundo el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Contrariamente a lo que ocurre en el Palacio de Miraflores, donde todos los días se encienden mil velas y se hacen toda clase de actos de santería para ver si resucitan al denominado “comandante supremo”, en La Habana nadie está haciendo nada para “resucitar” a Fidel. Todo lo contrario: en el Palacio de la Revolución esperan pacientemente su despedida para enterrarlo como un buen cristiano a pesar de que Fidel siempre dijo que era ateo.
Mientras Fidel pasa sus últimas horas postrado en una cama clínica, esperando el desenlace final, Raúl se abraza con Barack Obama en el Palacio de la Revolución. El presidente de Cuba no parece estar preocupado por el hecho de que su hermano mayor está más allá que de acá. Raúl sabe que la isla no puede resistir mucho tiempo sin el salvavidas económico que Obama y miles de empresarios norteamericanos están dispuestos a ofrecerle.
Tan convencido está Raúl de que no hay otro camino, y de que la revolución socialista resultó siendo un fracaso, que ha permitido que un Presidente de EEUU haya pisado suelo cubano luego de 88 años. Gracias a Raúl, Barack Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar la isla tras la revolución de 1959. El único y último primer mandatario de EE.UU. en el ejercicio que visitó la isla fue Calvin Coolidge, en enero de 1928.
Uno de los grandes cambios que se vio en la Cuba gobernada por Raúl Castro desde el 31 de julio de 2006, cuando asumió el mando de forma interina, no fue precisamente de orden político o económico. Fue más bien ideológico: Raúl se ha dedicado en estos últimos diez años a enterrar a cuenta gotas, el proyecto socialista de su hermano Fidel.
Es probable que para algunos resulte increíble, pero es un hecho comprobadamente cierto: en la Cuba gobernada por Raúl Castro ya casi no se habla de Fidel. Peor aún: ya nadie habla con Fidel. El otrora líder de la revolución, según me han contado algunos colegas periodistas cubanos, ha sido confinado a un cuarto en una casa de campo, ubicada en las afueras de La Habana, donde apenas lo visitan los médicos y uno que otro trasnochado comunista venezolano como Nicolás Maduro o Padrino López, a quienes todavía les fascina más que escuchar, tomarse una foto con el legendario comandante Castro Ruz.
Mientras Maduro practica la necrofilia, hablando todos los días de Hugo Chávez y ordena empapelar las principales calles y avenidas de Venezuela con imágenes del difunto jefe de estado, tratando de resucitarlo, en La Habana, el Presidente Raúl Castro ya casi ni se acuerda de su hermano Fidel. Una de las cosas que han estado desapareciendo paulatinamente de las calles de La Habana, con el visto bueno del gobierno de Raúl, son los afiches y los murales de Fidel. No parece ser una política gubernamental, pero es obvio que Raúl se hace el loco cada vez que algún ciudadano hace desaparecer de algún poste o de alguna pared, la figura del líder de la revolución.
Fidel es letra muerta en los discursos oficiales de Raúl Castro. Hagan la prueba: revisen los diez últimos discursos públicos ofrecidos por Raúl en Cuba o en cualquier otro lugar del mundo y se darán cuenta que el actual Presidente de Cuba casi nunca habla de su hermano. Mucho menos si está al lado de Obama. Raúl entendió muy rápido que hablar de Fidel en territorio norteamericano era como mentar la soga en la casa del ahorcado.
Para el gobierno de Estados Unidos ocurre exactamente lo mismo: Fidel es hombre muerto y cosa del pasado. Obama fue a La Habana, pero estuvo a cien kilómetros de distancia de Fidel. Barack nunca menciona a Fidel en sus discursos. Es obvio que entre Raúl y Obama hay un pacto de caballeros para no referirse al personaje que logró convertir a la Isla en un desierto gracias a sus políticas económicas, prehistóricas y dinosáuricas, que lo único que lograron fue empobrecer y matar de hambre a todo un pueblo.
Esas mismas políticas económicas puestas en práctica en la Cuba de Fidel Castro (estatización, expropiación, confiscación, importación en lugar de producción) son las que Chávez y Maduro han instrumentado en Venezuela en estos últimos 17 años, con resultados catastróficos para todos y cada uno de los venezolanos, la mayoría de los cuales están muriendo de hambre o por falta de medicinas.
A propósito de la semana mayor, alguien debe decirle a Nicolás que en La Habana, Raúl no está tratando de resucitar a Fidel, sino todo lo contrario: Estados Unidos y Cuba llevan 15 meses desarrollando un proceso que no solamente permitió restablecer relaciones diplomáticas sino que también restablecerá en breve tiempo las relaciones económicas. Raúl Castro abrió una embajada en Washington. Obama hizo lo propio en La Habana. Raúl se paseó por Nueva York. Obama jugó dominó y cenó en el famoso Paladar San Cristóbal, ubicado en la casa 469 de la calle San Rafael del barrio Centro Habana.
Lo que hay entre Cuba y EEUU no es una resurrección. Todo lo contrario: es la inhumación de todo lo que separó a ambas naciones en el pasado, y eso incluye, a la figura de Fidel Castro. Si Maduro quiere hablar con Obama, antes de que éste entregue el poder en 2017, cosa que seguramente le ha rogado una y mil veces a su pana Raúl, lo primero que debe hacer es enterrar de una vez y para siempre a Hugo Chávez y todo lo que éste representa.
Entiende Nicolás Maduro: los venezolanos no queremos la resurrección del denominado socialismo del siglo XXI que acabó con este país en los últimos años. Todo lo contrario: lo que queremos es enterrar a esta pseudo revolución, de una buena vez y para siempre.
- 26 de marzo de 2016
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