“No es la voluntad enferma de un hombre en el poder, no es la razón reducida a una revolución, lo que siembra progreso y desarrollo humanitario”
La Política, en la obra de Aristóteles y en La República de Platón, es la justicia. Es el valor ético principal sobre el cual debe montarse el quehacer político. Según Ulpiano es: dar a cada uno lo suyo, no hacer daño a los demás y vivir honestamente. La crisis de la política en Venezuela, al menos en su sentido clásico, ha sido el colapso de los valores, de la moral y de la razón. Es la crisis global del racionalismo y del humanitarismo originario, concebido en el respeto al valor familiar. En Venezuela el Estado/Gobierno tomó por asalto a la familia, a su derecho a vivir con dignidad y seguridad, por tanto feliz. Y la gente optó por sobrevivir. No meterse en lo que no es su “problema”, porque no quiere problemas… Y le endosaron a esa política divorciada de ética y preñada de pragmatismos, toda la responsabilidad, todos los riesgos y todas las decisiones. Política de rendimiento personal… ¿Cómo nos involucramos? Como lo advertía Platón. Dando el suficiente ejemplo ciudadano a nuestros hijos, para que en vez de dejar la ciudad, ellos se queden y luchen por ella. Pero si somos los primeros en aceptar vivir en la mas sumisa e indignante barbarie, pues nada, “el exterminio hace metástasis…”La creencia de que en política se es poseedor de la verdad absoluta, ha sido la causa de los Gulags, Kosovos y Auschwitz. Esta es la mayor de las amenazas, cuando no la mayor de las tragedias históricas. Que la polis y la sociedad civil se aparten en nuestros días de esa función contralora esencial que demanda la sociedad industrial, para impedir que la tecnología, la economía o el mercado, por una parte, o la religión, el fanatismo, las revoluciones y el propio Estado, por la otra, nos desplacen del sentido racional, es la puerta de entrada a la decadencia, y al decir del Papa Benedicto XVI, ” al exterminio de la humanidad por causa de un primitivismo violento y amoral que en el caso venezolano y de ISIS, ya hacen metástasis”. Por ello, como dice Lequier, “cuando uno cree detentar la verdad, debe saber que lo cree, no creer que lo sabe”. El político que se cree dueño de la verdad, no es virtuoso. Sólo quien obra éticamente, sabe que la verdad no es absoluta y obra con humildad para aceptar las diferencias, siendo la ley, las instituciones y la justicia, los valores que legitiman el equilibrio y la convivencia. No es la voluntad enferma de un hombre en el poder, no es la razón reducida a una revolución, lo que siembra progreso y desarrollo humanitario. Así -decíamos- llegan los Gulags, Kosovos y Auschwitz… los círculos bolivarianos, las milicias, las comunas, los colectivos y las tumbas. Toynbee, en su obra Un Estudio de Historia; Spengler en La Decadencia de Occidente y más recientemente Huntington en The Clash of Civilizations and the Remarking of World Order, alertan sobre el pragmatismo político y las declaraciones principistas de constituciones reglamentarias, “donde se dice lo que no se hace para hacer lo que no se dice”, siendo el bien familiar sustituido por la ideología, el quítate tu para ponerme yo y la hoz del verdugo vengador: el hombre nuevo; los Chávez, los Trump, etc.
La revolución de Bolívar que incluía originalmente tanto la independencia frente a España como la transformación interna de la sociedad, fue realizada sólo en la primera parte, siendo la formación de la gran Nación Latinoamericana, la utopía bolivariana fracasada en el Congreso de Panamá en 1826. Las oligarquías criollas más que realizar los sueños de Bolívar, buscaron llenar el vacío de poder que dejaba España, manteniendo las estructuras coloniales (castas), con el liberalismo político de la ilustración y el constitucionalismo europeo. Una suerte de “ética” política tácita, en la que el discurso no sirve para expresar, sino para encubrir. Así ha sido nuestra historia. Se fue la dictadura y vino una democracia que poco a poco absorbió los privilegios de los gendarmes y el monopolio de las viandas del poder, para morir [la democracia], desplazada por el “nuevo orden”: maisanta a Caballo, el gendarme innecesario. Nada ético. Nada moral. Pero no fue sólo él… Cuantas omisiones, lucros y conveniencias, han asimilado complicidad. Una cruda ruptura entre ética y sociedad. Reflexionemos. Reaccionemos.
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