La idea de Panamá como un país abierto a los mercados internacionales, líder regional en crecimiento económico y sede de un poderoso centro bancario, contrasta con un quejido que cada vez suena más alto: el rechazo a una migración masiva.
Elisa Vásquez / EFE
Rafael Rodríguez es conocido por defender a los inmigrantes y sus derechos, con cierto miedo, reconoce a Efe, a pesar de tener el privilegio de hacerlo como panameño.
Aunque considera que los foráneos sufren de cierta censura en el país, pues considera que “nunca van a poder opinar”, este dominicano nacionalizado en Panamá asegura sin pestañear que en el istmo hay “visos de xenofobia”.
“Tenemos conocimiento de extranjeros agredidos verbalmente por sus vecinos, de situaciones en los supermercados. Son cosas de solamente escuchar un tono de voz o ver el color de una gorra”, cuenta desde su experiencia como presidente de la Asociación de Residentes Naturalizados en Panamá (ARENA).
Una economía pujante, dolarizada y con pleno empleo, ha atraído en la última década a cientos de miles de extranjeros a Panamá, un oasis entre la violencia descarnada de Centroamérica, el conflicto colombiano y el empobrecimiento de Venezuela. También es tierra próspera para los europeos que no encuentran lugar en sus economías y sede de negocios para inversionistas.
Pero los panameños por poco superan los tres millones. Las descalificaciones y los razonamientos xenofóbicos para argumentar una revisión de la política migratoria abundan en medios y redes sociales, lamenta Rodríguez.
Descarta que sea un sentimiento generalizado. Más bien lo atribuye al interés de grupos que conocen “la mente débil” de algunos panameños, dice sin señalar a nadie, aunque se le pregunte por el rol de algunos diputados y el Colegio Nacional de Abogados.
Uno de los focos de este debate ha sido el sector laboral. Rodríguez desacredita la teoría del “robo de empleos”, pero reconoce el apreciable crecimiento de la mano de obra foránea. La aprobación de permisos de trabajo aumentó en más del 60 % en 2015, cuando ingresaron al mercado 20.369 trabajadores inmigrantes.
Se pregunta por qué se acusa a los extranjeros de desplazar a los nacionales, ya que el desempleo permanece bajo, en cerca del 5 %.
A pesar de esto, ARENA está a favor de una revisión de la política migratoria, “porque también defendemos los intereses de Panamá. Todo el que está aquí tiene que contribuir con el país”.
Sobre todo, la organización aboga por un seguimiento estricto a quienes entran al país y se quedan sin tramitar una residencia. También, por solucionar incongruencias como los beneficios que tienen residentes permanentes de 51 “países amigos” mientras los esposos y padres de panameños enfrentan trámites complicados.
Pero ninguna propuesta puede ser absoluta mientras no se conozca el tamaño de la población extranjera y sus características. Los últimos datos oficiales son del censo de 2010.
ARENA ha pedido a la Contraloría y al Tribunal Electoral (TE) cifras actualizadas sobre los nacionalizados, sin recibir respuesta satisfactoria. “El TE nos dijo que eran 11.000 desde el inicio de la República. Nuestros abogados calculan unos 40.000. Tampoco sabemos cuánta gente entra y se queda a vivir ilegal”, lamenta.
Y precisamente por esta última población ARENA recibió su último vapuleo. La organización propuso que un programa estatal que da un bono mensual de 120 dólares a los panameños mayores de 65 años en situación de vulnerabilidad, se extendiera a extranjeros que tienen más de 20 años en el país irregularmente.
“Son personas valiosas que tienen décadas aquí. Participaron en grandes obras o trabajaban en la agricultura, pero se han quedado en la calle”, advierte.
La iniciativa, que beneficiaría a unos 300 ancianos, causó “efervescencia y confusión”, dice Rodríguez, quien se siente malentendido después de que lo “crucificaran” en televisión y redes sociales.
“Los medios no abrieron el compás”, critica, y recuerda que la iniciativa incluye un impuesto de entrada al país para los foráneos destinado a financiar el bono.
“Si los extranjeros quieren ayudar a los extranjeros, ¿cuál es el problema?”, se pregunta Rodríguez, un panameño con acento dominicano, después de 24 años.