Sabemos con certeza que fue la más grande manifestación de protesta conocida en nuestra historia. Comparable a las mayores realizadas hasta ese tiempo en todo el planeta. Centenares de miles de compatriotas marcharon jubilosos desde tempranas horas. La alegría matutina se transformaría en tragedia durante las primeras horas de la tarde, cuando el régimen mostró su faz más aviesa, cruenta y represiva con un doloroso saldo de diez y nueve muertos y más de un centenar de heridos.
Tarde lúgubre, tanto como la cadena donde se fraccionan las pantallas de televisión. Ordena el plan Ávila. Se suceden ruedas de prensa donde representantes de los comandos en los componentes de las FAN leen pronunciamientos condenando los hechos.
El rating estaba en su nivel máximo, los venezolanos observamos esa noche en vivo y en directo, la entrega en el fuerte Tiuna, y la renuncia no firmada “la cual aceptó”.
El día siguiente el vacío de poder es sustituido por un acto donde se confisca la voluntad popular expresada en la gigantesca movilización, la autojuramentación y el decreto de disolución de los poderes constituye un golpe de estado que barruntaría lo que ocurriría después. Es así como podemos responder parafraseando a la canción de Joaquín Sabina : ¿ quién nos robo el mes de abril? Luego el rechazo de sectores políticos y del comandante del ejército a tan absurda pretensión, constituyeron acciones que dieron al traste con la confabulación de los poderes fácticos.
También sabemos con certeza, que esa apropiación indebida, junto a la torpeza y la falta de conducción política posibilitaron el regreso y la prolongación en el tiempo de un proyecto que ya hace catorce años anunciaba su fracaso. El propósito de marginar a la coordinadora democrática y sus organizaciones, junto a los elementos mencionados produjo tal resultado. Ese episodio muestra fehacientemente la necesidad de la presencia de los partidos y de una dirección política para guiar estos procesos. Entre las zonas grises de esos días está de manera destacada y singular la actuación de algunos personajes civiles y militares -inicialmente entre los conjurados-‘encabezados por el actual gobernador del Zulia.
La oposición venezolana asimiló esa amarga experiencia, la propia constitución de la Mesa de la Unidad Democrática es una demostración de ese aprendizaje. A pesar de sus insuficiencias, restricciones e incluso divergencias, sus aciertos en la conducción han sido notables hasta ahora. Estamos en un complejo estadio que plantea nuevas exigencias unitarias, para lo cual resulta imprescindible colocarse a la altura de ese desafío. Tales exigencias constituyen además demandas del país opositor atento a la orientación y comportamiento de las organizaciones políticas que constituyen la columna vertebral de la MUD. Para responder la alianza tiene que elevarse por encima de las dificultades coyunturales, fortaleciendo la unidad. Colocándose a la altura de sus propósitos esenciales para alcanzar el cambio político. Ese es el compromiso histórico que podrá desbrozar la ruta y abrir cauces para una nueva época.