No se dieron cuenta y tomaron la vía que conduce hacia un lugar donde, en ocasiones específicas, se concentra gente. Es común que allí estén familiares del fallecido para acompañarlo por última vez; comentan de sus virtudes y defectos, más de lo primero que de lo segundo. Sus andanzas siempre serán celebradas, en fin de cuentas se trata del familiar o amigo cuya vida cubrió la ruta que el destino le había asignado.
En esta oportunidad, la carroza fúnebretorpemente conducida por quien estaba de guardia o por quien heredó, no se sabe cómo ni a cuenta de qué, tan delicada función, tomó la vía equivocada, llena de curvas y pendientes en un terreno preñado de irregularidades. Así, y a pesar de las dificultades, llegó la carroza a su destino, solo que en esta oportunidad la gente era escasa, no se hablaba bien del difunto, sus virtudes, si las tuvo, quedaron opacadas ante los defectos. De manera extraña nadie o muy pocos lamentaban la circunstancia, de hecho, parecía una celebración en un lugar frio y con pocos invitados que solo fueron a certificar su defunción.
Así está Venezuela, su sociedad típicamente alegre ahora carga un gran peso; el dolor de las penurias que se han instalado en el país desde principios de siglo le han cambiado el semblante: unos gigantes del discurso y galácticos en promesas han devenido en insectos despreciables y cucarachas repugnantes.
Independientemente de la licencia del conductor y del derrotero al que lleva al país no todos se bajan. La mayoría se niega abandonar lo que es suyo, no por obra del conductor sino de un ser superior. El poder entregado para que condujera a los pasajeros comienza a expirar por decisión de los últimos y no importa que se resista: los poderes que el soberano entrega son temporales y es la sociedad la que impone su vencimiento.
Un conductor sin brillo ni ideas sobresalientes a lo largo de su vida – así dicen los que lo conocen desde joven – entra en el período de preaviso, deberá abandonar la conducción del país por decisión de quienes desafortunadamente le dieron las llaves del vehículo.
El Comité Nacional Electoral del PSUV debió entregar una simple planilla, una planillita, para que el venezolano de siempre, alegre, entusiasmado y consciente de sus responsabilidades hiciera otra cola, como muchas otras ha hecho para adquirir alimentos y medicinas, solo que esta vez mantenía la certeza de que lo que buscaba lo conseguiría muy rápido, en poco tiempo: activar el revocatorio contra el conductor.
Mientras inmensas satisfacciones y esperanza en un futuro mejor inspira a la mayoría de los venezolanos, el conductor, en su carroza fúnebre, en total silencio porque nadie lo acompaña va seguro hacia los funerales de algo con lo que engañaron a no pocos venezolanos.
@LeoMoralesP