El 15 de diciembre de 1999 Venezuela entera concurría al referendo constitucional para aprobar o improbar la Constitución que Chávez le estaba proponiendo al país. Como si quisiera advertirnos acerca de la gravedad de los acontecimientos que se avecinaban, la naturaleza tronó y, en medio de torrenciales aguaceros, el Ávila comenzó a venirse abajo en el litoral central. Fuertes precipitaciones saturaron los suelos de agua, generando que su caudal bajara por pendientes de más de 30 grados, trayendo consigo un alud de tierra, rocas, árboles y capa vegetal. Se trató del peor desastre natural ocurrido en el país después del terremoto de 1812. Muchos recuerdan aquellos sucesos como “el día que la montaña avanzó hasta el mar” o simplemente como el Deslave de Vargas. La devastación fue terrible. Ese hecho aparece en el libro Guiness de récords como la avalancha de lodo que ha producido mayor número de víctimas mortales en el mundo.
La historia nos recuerda que cuando el terremoto de 1812, el joven Bolívar, montado sobre las ruinas de las casas destruidas proclamaba: “Si la naturaleza se opone contra nosotros, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. Quizá eso mismo pensó el presidente Chávez. Probablemente sintiéndose como una reencarnación de El Libertador, optó por ocultar en ese momento ante la opinión pública lo que estaba ocurriendo en Vargas, quizá para no interferir con el evento electoral que se estaba desarrollando.
Al día siguiente se supo la verdad. Se habló de varios miles de muertos, 15.000 desaparecidos, unas 15.000 viviendas destruidas, más de 75.000 damnificados, la infraestructura destruida y más de 3.500 millones de dólares en pérdidas.
En medio de la tragedia el Ministro de la Defensa Raúl Salazar tramita la ayuda de la Guardia Nacional (no son marines) de los EEUU que con su cuerpo de ingenieros, su personal especializado en desastres naturales y sus tractores y maquinarias pesadas podían traer alimentos y prestarle el más rápido alivio a las víctimas aturdidas y desesperadas de aquella tragedia. Cuando los buques se acercaban a nuestras costas fueron devueltos por órdenes del presidente Chávez y después acusó a su ministro de pertenece a la CIA.
Unos dos meses después EEUU insistió en ofrecer su colaboración. Envió una delegación bipartidista presidida por Nancy Pelosi -presidente de la Cámara de Representantes y a la vez del Partido Demócrata- e integrada también por varios Senadores y Representantes del Congreso, entre ellos Sony Callahan (Republicano) quien encabezaba en Comité de Ways and Means (encargado de la asignación de recursos). También el Embajador John Maisto. Vinieron a ratificar, ante la magnitud de la tragedia, su oferta de ayudar al país ante aquella desgracia.
Después de hacerles esperar durante varias horas en La Casona, el presidente Chávez, vestido de beisbolista y jugando con una pelota, los atendió. Le ofrecían a Venezuela 3.000 millones de dólares y toda la ayuda que fuera necesaria para poder reconstruir el Estado Vargas y auxiliar a sus pobladores. Ofrecieron también coordinar con varias naciones mayor auxilio económico y reconstruir la destrozada infraestructura de Vargas.
El presidente Chávez simplemente rechazó toda ayuda. Sin creerlo le pregunté a un amigo chavista cómo podía explicarse aquella actitud. Su respuesta fue: “Es que Fidel Castro dice que EEUU quiere establecer una cabeza de playa”.
Aquella respuesta me desconcertó. ¿Es que a Chávez no le importaba el inmenso sufrimiento de aquellos seres humanos? Muchos habían perdido a sus familiares y también sus casas y todas sus propiedades. Tenían parientes desaparecidos y muchos vagaban confundidos buscando a sus seres queridos, se albergaban en refugios provisionales y no sabían que les aguardaba. ¿Es que eso nada contaba? Obviamente a Fidel Castro no le importaban los venezolanos; pero, ¿y a Chávez?
Aquellos mismos sentimientos de frustración los reviví al ver como ahora se rechaza la ayuda que en alimentos y medicinas está ofreciendo Caritas. Hoy en día la tragedia humanitaria en Venezuela es de proporciones dantescas. Cada madrugada se forman enormes colas de personas que pasan la noche esperando que abran los automercados para ver si consiguen alimentos. La escasez es brutal. Igual con los medicamentos. Enfermos de cáncer, o trasplantados cuya vidas dependen de una medicina, o enfermos crónicos no que pueden conseguir lo que necesitan para vivir. El desabastecimiento en medicinas supera el 80%. ¡No hay precedentes de una situación de escasez similar !
¿Con qué derecho puede un mandatario rechazar la ayuda humanitaria de una organización de la Iglesia Católica como Caritas? ¿Es que Caritas también va a establecer una cabeza de playa?
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@josetorohardy