Una de ellas es la que da título a nuestro artículo: Aperturar.
Creo que comenzó a utilizarse hacia la década de los ‘90s., como traducción directa del inglés, “to aperture” en contraposición a “to open”. Quizá la forma abstracta terminó por ceder a la forma concreta, de allí que mientras en español usamos un solo verbo para acciones abstracto-concretas, el verbo “abrir”, en otras lenguas existen estructuras lingüísticas para expresar situaciones diferentes.
Pero además, percibo que esto del uso del sustantivo “apertura” como verbo, “aperturar” debe estar justificándose en su uso, cada vez más generalizado, por alguna razón fonética. En toda la llamada cuenca del caribe hispanoparlante, es donde se sitúa la mayor dinámica de uso del español con la construcción de modismos y de neolenguaje.
Tendríamos que detenernos en la pronunciación, tanto de [abrír] como de [apérturár] para darnos cuenta que el hablante intenta superar una pronunciación, donde el fonema vibrante simple [r] pareciera, en el primer caso, crear cierta incomodidad, por su cercanía, mientras en el segundo caso, aperturar, la vibrante se suaviza en su pronunciación.
No es tema de análisis en este corto espacio, los procesos fonológicos ni mucho menos, morfo-sintácticos. Sin embargo, considero que el uso de este sustantivo como expresión verbal, aperturar, lejos de ser una manera impropia en su uso, en la práctica le está posibilitando al usuario de la lengua española, la oportunidad de escoger entre dos posibilidades y no una, como fue el caso de tantas generaciones de hablantes, entre los cuales me cuento.
Desde el golfo de México hasta el extremo oriental del estado Sucre, en Venezuela, la práctica del español encuentra su mayor riqueza idiomática. Con esto no desprecio los aportes que puedan darse en otras regiones, incluso en el español peninsular y hasta en Filipinas, pasando por aquellos que surgen de entre las zonas fronterizas, como Brasil y los Estados Unidos de Norteamérica.
La utilización de esta herramienta lingüística, aperturar, en situaciones concretas –área bancaria y financiera- ya es común en algunas zonas de España, como Centroamérica (Honduras) así como en Bolivia, Perú, y obviamente, Venezuela, donde parece que se originó.
A nuestra fortalecida expresión aperturar le está pasando igual a aquella otra, de los años ’50-60s., Chévere. Que se generó en el arrabal de la vida. Era vista como pecaminosa. Las beatas al escucharla o leerla, se santiguaban y mandaban a quien osaba pronunciarla, los jóvenes más que todos, a lavarse la boca y rezar un Yo pecador.
Pero en la práctica idiomática, la Pragmática, esa estructura fue contrastándose. Chévere pasó la prueba de los procesos de Sincronía/Diacronía para, al final, ser aceptada en la partida de nacimiento oficial.
¿Quién puede negar, hoy, la existencia del “acto” de ganarse la vida revendiendo alimentos y artículos de uso personal y medicinas? Eso se llama “Bachaquear”. Ya vino en cajita feliz, en combo, pues. Verbalizado: Yo, Tú, Él, Nosotros, Vosotros y Ellos.
En los procesos lingüísticos y en la Filología en general, la serie de estructuras surgidas por cualquier vía y necesidad de comunicación, se llama enriquecimiento idiomático. Nos guste o no, eso es así. No tiene discusión, salvo comprender –no siempre aceptar- su existencia a través de estudios socio o psicolingüísticos. Otro asunto es la torpeza de filtrar discusiones, por razones religiosas, morales o simplezas políticas.
Por eso se hace tan necesario en las sociedades la Educación Idiomática. No la tonta y cansona materia llamada Castellano. Ahí solo se mostraba el esqueleto del idioma de Cervantes. Puros despojos de estructuras a partir de oraciones desconectadas de la realidad del hablante.
La Educación Idiomática es la posibilidad que tiene el usuario de nuestra lengua española, de aprender a vivir, amar, odiar, maldecir, soñar, fornicar, defecar, masturbarse, convivir…en su propia y exacta realidad idiomática.
Las lenguas nunca degeneran. Ellas se encuentran, se acoplan, se fusionan y dan lugar a nuevas realidades idiomáticas. Degeneramos los hablantes, por causas disímiles: por hambre o por falta de Educación Idiomática. Somos del tamaño de nuestro lenguaje.
(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis