Teníamos 3 años sin ir, no deseábamos que pasara tanto tiempo pero las circunstancias así lo fueron determinando y cuando finalmente llegó el día de volver todo parecía aún más turbio y complicado.
Carlota Zambrano / CriandoAndo
Con un bebé recién nacido fueron muchos los trámites que tuvimos que preparar para ir: certificado de nacimiento, pasaporte, visa. Eso de pedir visa para mis hijos, además de ser engorroso duele, porque ellos también son venezolanos, pero por ahora tener un pasaporte que lo certifique es más complicado que pedir una visa de turista.
Teníamos todo listo, pasé la noche en vela terminando de hacer las maletas. Siempre me pasa, una mezcla de ansiedad y expectativa por el viaje con la eterna manía de hacerlo todo a última hora. Yo no dormí y mis hijos lo hicieron ya con la ropa del día siguiente para facilitar la salida a las 3 de la madrugada.
Cada mañana cuando los despierto para ir al colegio se quejan de sueño y cansancio, pero esta vez se despertaron felices y animados, emocionados repetían “hoy nos vamos a Venezuela!” y no hubo que convencerlos ni arrearlos a pesar del madrugonazo.
Dos vuelos para llegar a Caracas, yo sola con mis 3 hijos por decisión propia, porque quise ganarle unos días a las vacaciones de trabajo de Andrés y decidí irme antes, con mis 3 eternos compañeros….
Poco antes de aterrizar en Maiquetía Eugenia, que estaba en la ventana, se despertó y la abrió para ver el aterrizaje… De repente ese paisaje que se me presentaba me daba emoción y susto a partes iguales. Sentía cómo se me aceleraba el corazón de volver a mi tierra, mi país amado, de saber que vería a personas tan queridas, de saborear la comida que probaría; pero al mismo tiempo sopesaba todos los consejos de precauciones que debía tener y sentía el corazón pesado.
Cargué niños, busqué maletas, le pedí a Andrés Ignacio que me ayudara empujando una de ellas, pasé por los controles y la persona que revisó mi pasaporte con una sonrisa me dio la Bienvenida. Al salir encontré la cara emocionada de mi mamá y ya subiendo a Caracas me sentí aliviada. Aliviada de estar con ella y aliviada de ver de nuevo mi Avila, esa montaña imponente que cerca la ciudad y cerca también el corazón de todos los caraqueños.
No lo voy a negar, no despegué la mirada de la ventana y claro que vi deterioro, mucho. Supongo que el tiempo sin estar hace que resalten las diferencias, en este caso lastimosamente no para bien.
Tenía 3 años sin visitar mi país y me hacía tanta falta que me dolía en el estómago aunque luego verlo como está también me doliera en el alma.
A pesar de la situación difícil que está pasando Venezuela decidimos ir, pasar 2 semanas y disfrutar lo que no tenemos en ningún otro lugar: la familia, los amigos y la pertenencia. Fueron 2 semanas inolvidables de reuniones hasta tarde, de primos jugando juntos, de cuentos y cuentos, de botellas de vino, de fiestas y celebraciones en familia, de comida con sabor a infancia, de presentar un nuevo sobrino, primo y bisnieto que aunque puede que no se haya enterado de mucho, seguro sintió todo el amor y la felicidad de todos los que lo conocieron y admiraron su abundante cabellera.
Muchas personas me preguntaron cómo me había sentido, cómo había hecho para decidir viajar con 3 niños o cuestionaron nuestra decisión. Quise escribir este post para que no se me olvide este momento, en el que fue difícil decidir volver a mi país pero que tanto agradezco haberlo hecho.
La inseguridad que se vive en Venezuela es la razón fundamental por la que cuestionarse estas vacaciones. Tomamos muchas precauciones (llegar en vuelos de día, no salir tarde en las noches si no era necesario o no llegar con muchas maletas) pero tener tanta familia que hace su vida día a día allí, trabajando, estudiando a pesar de las dificultades, nos impedía poner algún pretexto para verlos.
Y teníamos una razón de mucho peso, una excusa perfecta para comprar boletos y empacar maletas, se casaba la hermana de Andres y queríamos celebrar con ella una ocasión tan importante todos juntos: su hermano, su cuñada y sus sobrinos.
Antes de irnos enviamos una caja desde Houston con algunos esenciales que escasean como pañales y repelente de mosquitos. Hay muchos servicios que hacen este tipo de envíos desde Estado Unidos y creo que fue más fácil que llevar unas maletas abarrotadas.
El lunes llegamos tan tarde que los Pirulingos ayer no fueron al colegio, y a pesar que todos estábamos felices de volver a nuestra casita, pasamos el día con el “guayabo” del viaje. Mientras deshacíamos las maletas recordamos todos los momentos especiales que vivimos, momentos que no tienen precio y que no se pueden vivir en otro lugar, porque ver a mi abuela de 90 años disfrutar a mi bebé de 2 meses y cantarle canciones de cuna solo puede suceder en Venezuela; ver a mi mamá feliz de recibirnos en su casa y tener sus nietos de aquí y sus nietos de allá juntos, solo puede suceder en Venezuela; ver a mi suegra feliz de tener sus 3 hijos juntos en su casa sólo puede suceder en Venezuela y abrazar a mi cuñada el propio día de su matrimonio, verla feliz y radiante y bailando con sus sobrinos sólo podía suceder en Venezuela.
Y es que volver es tan importante porque sólo así nuestros hijos pueden llegar a sentir esa tierra como propia: visitando sus calles, comiendo su comida, compartiendo con su gente. Cuesta mucho cuando lo vemos desde afuera y da miedo, no lo niego; pero ellos poco entienden de deterioro e inseguridad. Yo decidí rezar mucho, encomendarme a Dios y acompañar a los nuestros “en las buenas y en las malas”.
La noche antes de regresar Andres Ignacio al despedirse comenzó a llorar repitiendo con mucho sentimiento “no me quiero ir” y yo en lo más profundo de mi corazón lo entendía porque yo me sentía igual.
Ahora que escribo este post desde la comodidad de mi hogar en un país donde las cosas funcionan y están mejor, sólo deseo que mi país mejore, que se abra un camino de prosperidad, que se detenga el deterioro y acabe la inseguridad. Desde aquí seguiré aportando y acompañando a los míos como pueda rezando mucho y deseando siempre volver.