Han pasado diecisiete años desde la llegada del chavismo al poder por la vía agrietada de la democracia, vía que el mismo grupo –y otros- había agrietado con su insurrección golpista y apenas son tres años desde que Nicolás Maduro usurpó el poder en elecciones fraudulentas tras la muerte del líder. Es desolador lo sucedido en este tiempo si sólo hablamos en cifras y doloroso, deprimente, cruel, si hacemos un resumen abreviado de lo que es hoy cada calle de Venezuela.
El delirio populista e izquierdoso de Hugo Chávez y sus aliados del Foro de Sao Paulo engendraron estos monstruos del hambre, de la miseria, de la violencia y enfermedad. La razón con la cual lograron asaltar el poder dejó de ser y ahora es la pesadilla de todos nosotros. Venezuela se suicidó al permitir que Nicolás Maduro avanzara. Fue un gravísimo error histórico haber dejado pasar por alto el fraude de 2013, que luego fue convalidado por todos los actores; el precio de entonces era más bajo que el de ahora.
Y es que no basta con decirlo. En el exterior poco se sabe de la realidad verdadera, todo es más grave de lo que se transmite en los medios. El panorama es cruento, quizá similar a los caminos que dejó ensangrentados Boves alguna vez. Venezuela ha sido convertida en un campo de concentración, nadie vaya a dudarlo. Y aunque aquí no acabará la historia de la Tierra de Gracia, los venezolanos se sienten atrapados en la sensación de que el reloj se ha detenido, que caminamos hacia atrás, puede que hasta hacia la auto-destrucción. El desaliento, la fatiga y la irritación comienzan a pasar factura y el costo puede ser muy alto, dejando heridas profundas en nuestra nación, algo que realmente no merecemos.
Y tan atrapados nos vemos que no podemos siquiera reclamar un poco de sentido común a Nicolás Maduro para que renuncie o se someta a un referéndum revocatorio, un hecho común en este mundo globalizado en el que se supone que es injustificable la existencia de regímenes totalitarios y asesinos como el chavismo. Pero no, Maduro carece de sentido común y parece estar enajenado mentalmente. Y es que basta ya que el régimen siga siendo adornado con la fachada democrática con la que peligrosamente se sigue jugando desde algunos sectores opositores. La democracia en Venezuela no agoniza, dejó de existir. Tampoco se puede seguir reclamando la preeminencia del Estado de Derecho que establece la Constitución Nacional. La Constitución ha sido reducida a las sentencias de la Sala Constitucional y los dictámenes emanados desde Miraflores y que de forma muy diligente acatan los supuestos Poderes, los cuales sólo son en la realidad oficinas anexas del Despacho Presidencial.
Pero sí podemos y estamos obligados a reclamar sentido común a nosotros mismos y a la dirigencia opositora. Sentido común para entender que no podemos vacilar el camino con la promesa de cambiar. La promesa no basta. Hay que plantarle cara a la historia y salvar a Venezuela. Este camino no puede engendrar otro mesías, que se arrogue el derecho exclusivo de la verdad y de la razón. La unidad no puede seguir siendo sacrificada por los intereses mezquinos y ególatras de una persona a la que en su momento se le presentó la oportunidad de ejercer un liderazgo excepcional. Permitir que eso suceda sería permitir que la semilla del fracaso siguiera sembrada en el provenir. El momento llama a mayor madurez en los actores que están a la vanguardia.
La libertad de Venezuela hace falta ya mismo, no para mañana ni para pasado mañana. El sacrificio del pueblo puede ser dramático en cualquier momento ante el desespero del hambre y la enfermedad. Porque al pueblo es al que se le está sacrificando a cada hora que transcurre. Maduro sólo espera el momento final, él sabe que nada tiene que hacer y que está totalmente perdido. Mientras tanto ¿qué debemos hacer? ¿Acaso debemos resignarnos a ser sujetos pasivos, incapaces de reaccionar ante la pesadilla y condenados a repetir el canto del Julio Cesar de Shakespeare?: «El sol de Roma se ha puesto/ Nuestro día murió/Nubes, rocío y peligros, se acercan/ Hemos cumplido nuestra labor».
El sol de Venezuela hay que empujarlo para que alumbre el futuro y permita que nunca más se repita este crimen. Este crimen perfecto que lo vimos y oímos con el nombre de Oliver tiene una víctima que es Venezuela y estamos en la obligación de hacer justicia. Porque echar a Maduro y a todos sus colaboradores es un acto de justicia que nos reclama la historia.
Robert Gilles Redondo