Algunos dicen que el gobierno destruye al país y “aquí no pasa nada”. Quizás no pase lo que esperamos o tal vez no nos damos cuenta de lo que está pasando pero no es cierto que exista un conformismo infinito y que la pasividad del venezolano no tenga límite. En los últimos 5 años el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social contabilizó 30.368 protestas y en los primeros 4 meses de este año reportó 2.138 manifestaciones; advirtiendo un significativo incremento de la protesta violenta, al punto de triplicar la tendencia histórica. En efecto, entre enero y abril ha habido un repunte en los intentos de saqueo, llegando a sumar 166 y concretándose -en alguna medida- un 70% de ellos. ¿De verdad no está pasando nada o el cerco mediático nos ha impedido percibir la realidad?
Ahora los barrios de Caracas y del interior son el escenario de intensas protestas, casi todas por alimentos y servicios. En Carapita, en Petare y más recientemente en el centro de Caracas, las protestas fueron asfixiadas con gases lacrimógenos pues la represión es la única respuesta que ofrece el gobierno. Aun así, se extienden por todo el territorio nacional, siendo Anzoátegui, Miranda, Zulia, Bolívar y Distrito Capital los estados de mayor conflictividad social. En todo caso, silenciar el grito del pueblo con perdigones y bombas, no le quita el hambre, ni calma su angustia. Al contrario, solo lanza gasolina a la hoguera. Las restricciones mediáticas quizás hayan evitado “por ahora” un estallido social pero la situación es explosiva. Por mucho menos se produjo “El Caracazo” en 1989. La crisis hoy es pavorosa y el gobierno sigue dando bandazos, repitiendo sus disparates y absolutamente distante del sentimiento del país. Es el principal obstáculo para una solución a la crisis. Juega con candela, confía en su capacidad represiva y subestima al país. En su contra se revela ahora una fuerte presión internacional, la cual -junto a la presión política y social interna- inexorablemente terminará forzando al régimen a asumir una salida pacífica y democrática. La situación es insostenible para el gobierno y para los venezolanos. El régimen cubano-militar ha intentado sembrar desaliento y dinamitar las esperanzas, lo que deriva en emociones negativas como rabia, impotencia y desesperación, entre otras que propician agresividad y constituyen el caldo de cultivo de la violencia.
No exageramos, estamos en un polvorín. Pero la conflictividad social es también un indicador de la voluntad de cambio y de la incapacidad del gobierno para frustrar tales aspiraciones. Por eso insistimos en nuestra visión optimista, no sólo porque honestamente creemos en esa ruta pacífica que ha trazado la Unidad Democrática para derrotar a la tiranía, sino porque las condiciones son claramente ventajosas: hemos superado la polarización, ya Venezuela no son dos bloques en pugna, ahora somos una inmensa mayoría unida por la crisis, todo un pueblo frente a un minúsculo cogollo inspirando en sus miserias y atrincherado en la oscuridad. A pesar de las enormes dificultades, el cambio es indetenible: trabajar con optimismo por él -organizarnos, movilizarnos- es lo que corresponde. El pesimismo y la violencia son el juego de esa nauseabunda minoría que usurpa el poder. Apostar a la paz, no es un acto de ingenuidad sino el anhelo de la mayoría del país. ¡Dios ilumina a Venezuela!
Twitter: @richcasanova
(*) Dirigente progresista / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.